En estos tiempos de vértigo en los que nos hemos arrojado a la vorágine del intercambio de información y de ideas a través de las ... redes sociales, seguro que en algún momento nos hemos preguntado ¿dónde queda la ortografía? ¿qué hacemos con las reglas de ortografía? No digo que lo preguntemos tal cual, pero sí que nos damos cuenta de que cotidianamente estamos en medio de un guirigay en el que las leyes y normas que rigen a la escritura se han vuelto carne de cañón. Hemos enfocado nuestro día a día y el trabajo tecleando a toda velocidad en nuestros pequeños dispositivos, con la presión de responder cada vez más rápido a unas necesidades que nos hemos autoimpuesto. Desde luego, eso aumenta la posibilidad de cometer errores o, de que el sistema de autocorrección coloque una palabra equivocada, esto nos pasa a todos. Pues sobre eso discurríamos hace unos días en un animado conciliábulo con dos bandos, los defensores de la normativa y los condescendientes con ella.
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la ortografía es el conjunto de normas que regulan la escritura de una lengua. Un aforismo dice que escribir correctamente no te define como mejor persona. Sin embargo, con mala ortografía muestras lo despreocupado que eres para cuidar los pequeños detalles que a la larga hacen la diferencia. También es cierto que la mala ortografía es tan relativa que cualquiera está expuesto a cometer un gazapo o descuido, nadie está exento de equivocarse. Pero hoy las incorrecciones ortográficas son una auténtica plaga. Parece que la escritura 'informal', las prisas y la irreflexión, prevalecen sobre la calma y el razonamiento; no se valoran las reglas ortográficas. La falta de tildes. Obviar los signos de puntuación. 'Haber' y 'a ver' se confunden. La g es hoy w. Uno no es guapo sino 'wapo'. Las abreviaturas 'tb' (también) o 'pq' (porque) se ven hasta en los exámenes. Los términos se mezclan: 'derrepente', 'asique', 'osea'. Es difícil distinguir 'hecho' de hacer y 'echo' de echar. El uso indiscriminado de las mayúsculas. Olvidar que los nombres propios siempre comienzan con mayúscula y que los inicios de las frases también. Utilizar la letra k cuando en realidad va la c. No distinguir el uso de '¡ay!', 'ahí' y 'hay'. Escribir los imperativos como infinitivos,… Ahora bien, estaremos de acuerdo en que, como le oí a alguien, la ortografía no debe ser un monumento, sino un instrumento y tiene que adaptarse, estar viva. Es un dislate que la Ortografía de la Lengua Española de la Real Academia de la Lengua sea un tocho de 800 páginas.
Hay quienes defienden el que la ortografía debe acercarse a la fonética. Pero la ortografía es mucho más que la correspondencia de fonemas y grafías. Lo que sí es cierto es que deberíamos echarle una miradita al asunto e intentar enderezar el rumbo. Hubo hace un tiempo una campaña que subrayaba: «Eres lo que escribes, eres como escribes». El bien escribir es prueba del bien hablar y el buen leer, que lo son al fin del pensar bien. Las palabras han hecho revoluciones, puentes y caminos. Han construido universos y hundido naciones. Han logrado que la gente se enamore o se deteste. Por eso hay que tener argumentos al decirlas y escribirlas.
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