Fin de curso en Ana Rosa

Nunca hice un viaje de fin de curso. Igual es que en aquel colegio de curas no se estilaban esas cosas. O sí pero yo decidí quedarme en casa. Vete tú a saber

Manuel Pedreira

Sábado, 3 de julio 2021, 01:59

Cuando nunca has hecho un viaje de fin de curso no es raro que le atribuyas cualidades mitológicas al asunto. En tu fantasía lo dibujas ... como uno de los puntos de inflexión del lado lúdico de la vida de cualquier persona, como un momento inolvidable, un hito histórico e irrepetible por lo que tiene de iniciático.

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Cuando nunca has hecho un viaje de fin de curso eres capaz de describirlo minuto a minuto. La sed nunca saciada de ese trance te hace absorber las historias ajenas hasta hacerlas propias aunque en el fondo, muy en el fondo, sabes que jamás estuviste allí.

Cuando nunca has hecho un viaje de fin de curso, el de los demás adquiere propiedades de leyenda y tú llegas a la edad adulta consciente de que te falta algo, de que tu alma de joven está tullida y medio vacía porque hay un hueco imposible de llenar. No tienes un clavo ardiendo al que agarrarte cuando te agarre la melancolía de hacerte viejo. No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió no es solo la mejor frase escrita jamás en una canción en lengua castellana, sino una verdad como un templo.

Nunca hice un viaje de fin de curso. Igual es que en aquel colegio de curas no se estilaban esas cosas. O sí pero yo decidí quedarme en casa. Vete tú a saber. La cuestión es que la peripecia de los jóvenes confinados en un hotel en Mallorca para mitigar los efectos de un macrobrote de coronavirus la he seguido con interés, perplejidad y una envidia indiscutible. La cosa ha durado poco. Una jueza ha levantado el confinamiento y ha dejado en bragas al gobierno de la comunidad autónoma, que se ha extralimitado en sus atribuciones.

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Cuando reflexiono en que no había derecho a mantener a los chavales allí encerrados, una voz en mi cabeza me grita que a lo que no hay derecho es a que los hayan soltado tan pronto. Cinco días en un hotel lleno de jóvenes, con los gastos pagados, televisión, internet y, lo más importante, tomas de enchufes a punta pala para cargar el móvil y que no nos falte de ná. Y con todo el país pendiente, ocupando minutos en prime time, portadas, sesudos editoriales en los periódicos y horas de tertulia minuciosa. Imposible de mejorar.

Describir así lo sucedido se antoja superficial, ventajista, demagógico y maravilloso. Es el sueño húmedo de todo los idiotas como yo que nunca hicimos un viaje de fin de curso y habríamos ofrecido el alma al diablo a cambio de una semana empotrados en un hotel con los colegas y saliendo en la Ana Rosa todas las mañanas.

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