La cruz, símbolo de salvación
Como recuerdo agradecido de todas las generaciones de creyentes que se han sucedido a lo largo de los siglos, la cruz ha sido profusamente reproducida y venerada en todas sus formas
La cruz es el signo distintivo por antonomasia del cristianismo militante. En ella, en sus trazos salvadores, aliados a todos los crucificados de la tierra, ... por amor y entrega a los demás, se resume la gran gesta redentora de Jesús de Nazaret, el hijo de María. Recordemos que en su desnuda cruz, instrumento de suplicio en la Roma imperial, Cristo Jesús se ofreció al Padre como hostia de propiciación por todos los hombres que han existido, existen y existirán sobre la Tierra.
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Como recuerdo agradecido de todas las generaciones de creyentes que se han sucedido a lo largo de los siglos, la cruz ha sido profusamente reproducida y venerada en todas sus formas: primero en las catacumbas de la Roma de los Césares, grabada por los cristianos primitivos en sarcófagos, paramentos y muros de catedrales, iglesias, monasterios y ermitas; a continuación –una vez proclamada, en el 313, la paz de Constantino– se reproduce con reiteración el signo de la cruz en todos los hogares y lugares de reunión de todos los creyentes en Jesús de Nazaret.
Más adelante, hasta las fachadas de las casas adornan con su figura los paganos recién convertidos al cristianismo. En Alejandría, por ejemplo, son materialmente barridos los emblemas, símbolos y adornos de Sérapis, la divinidad egipcia cuyo culto fue introducido en Grecia y Roma por sus adeptos y seguidores y poseía todas las atribuciones de Zeus, el dios supremo del Olimpo. También llegó a confundírsele con Esculapio, el dios de la Medicina, hijo de Apolo y de Coronis.
Podemos afirmar que el culto de veneración a la cruz ya se insinuaba en las apologías, relatos y descripciones contenidos en las crónicas religiosas del siglo II de nuestra era; que las celebraciones anuales en su honor llevadas a cabo en las basílicas constantinianas del Anastasis y del Martyrium de Jerusalén (13-14 de septiembre del año 335) se transformaron pronto en una auténtica fiesta de Exaltación a la Santa Cruz.
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A comienzos del siglo VIII se inicia en las Galias (la región europea que comprendía los territorios continentales situados al Oeste del Rhin y la Italia Septentrional) la conmemoración anual de la Inventione Sancte Crucis, con inusitado esplendor y generalizada participación popular (3 de mayo). Ambas conmemoraciones se han venido manteniendo en la liturgia católica a lo largo de los siglos, «hasta la publicación, en 1969, del Calendario Litúrgico, que las fundió en una sola», fijando para su fiesta el día 14 de septiembre
Pasando por alto los diferentes usos y formas que la cruz ha adoptado en el decurso de la historia, sí nos interesa destacar que, para los creyentes en Jesús de Nazaret, simboliza y encarna el espíritu de austeridad, inmolación y generosidad que ha de caracterizar la conducta y el estilo de vida de los auténticos seguidores del Maestro, fundamento de la verdadera alegría, consuelo de los que sufren, camino y cauce de redención y esperanza para los que creen, aceptan y difunden –desde la coherencia de una vida entregada a su servicio– el mensaje de salvación –dos veces milenario– que la cruz anuncia, recuerda y simboliza.
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«A mí, la figura de Cristo crucificado –escribió Federico Mayor en 1994– me impresiona sobremanera: que nazca en un humilde pesebre, que sea vulnerable, que se ofrezca en su integridad a todos los hombres, que muera en cruz como el más desvalido de los humanos…, y que transmita, a pesar de ello, un solo mandamiento, resumen de todos, «que os améis los a unos a los otros como yo os he amado..., es sencillamente formidable». ¡Y esperanzador!, añadimos nosotros, en medio de una sociedad «que, perdido el sentido de la culpa, ya no se da cuenta de qué lo que realmente vale: los animales inmundos o las margaritas arrojadas locamente a sus pies» (Pío XII).
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