Uno de los misterios más inexplicables de los últimos tiempos es la buena imagen, o la prensa amable, que tiene la semianalfabeta ministra de Trabajo, ... la señalada por Pablo macho alfa como su sucesora dentro del Gobierno, aunque aun no le haya dado las riendas de Podemos. No solamente por su nefasta gestión del ministerio que ocupa, a pesar de que hace apenas un año la prensa mamporrera y servil del sanchismo podemita nos convencía a todos que gracias a esta entente socialista-comunista en España los estragos de la pandemia no se iban a notar en el empleo porque se había «prohibido despedir» (sic). Por desgracia, a pesar de que Redondo se juega su melena cada día por desmentir la realidad, España es el líder europeo en desempleo, doblando prácticamente el paro juvenil del segundo en la lista, que es Portugal.
Como tenemos a un desgobierno incapacitado para gestionar nada que afecte a la vida real de las personas, Yolanda se atrevió hace unos días a asegurar que el comunismo era libertad y democracia, como si Stalin, Cuba, Venezuela o el Gulag fuesen productos de otro planeta. Paralelamente, aparece en el debate público una serie de intelectuales y demás mamarrachos ociosos que nos intentan convencer de que ETA nunca fue de izquierdas, sino solamente terrorista. Y, para acabar el círculo vicioso, se conmemora nuevamente el 14 de abril como una fecha mágica para la izquierda niñata de este país que, en su mayoría, ignora la verdad de lo que fue y lo que pasó, para abrazar la basura histórica que les venden desde sus élites corruptoras, certificada por diversos catedráticos de provincias encantandos de prevaricar académicamente para vender y vivir de sus mentiras sobre Franco, el franquismo y lo que pasó antes del 18 de julio del 36.
Pero aunque la historia no suele repetirse, a pesar de lo que digan, sí es necesario conocer nuestro pasado para empezar a comprender hacia qué futuro quieren llevarnos los que están hoy en el poder. Porque el plan que está ejecutando Pedro Sánchez en el gobierno no es muy distinto del que tenía en mente Largo Caballero, con la diferencia de que casi 100 años después hay métodos también efectivos de doblegar y destrozar un país sin la necesidad de tener que matarnos los unos a otros. Al menos, en los años previos al golpe de Estado militar había en el PSOE una facción decente y honesta, aunque minoritaria, encabezada por Besteiro. En la actualidad, hasta el filósofo virtuoso y soso que han puesto como candidato contra Ayuso está dispuesto a bajar al barro de la infamia sanchista y revolcarse en él hasta el punto de afirmar que en Madrid sus ciudadanos tenemos el 54% más de posibilidades de morir por coronavirus, al tiempo que Largo Sánchez acusaba sin pruebas a Ayuso de falsear los datos de la Comunidad.
El comunismo, claro está, sigue su curso, con Pablo Iglesias explicándonos que Otegi es más demócrata y ejemplar que Abascal, mientras apoyan la violencia callejera contra la policía y los políticos de Vox. Hace unas semanas, el departamento de Estado de
EE UU, en uno de sus informes, señalaba como desde el gobierno de España se habían producido ataques a la prensa. Esta semana, la Comisión Europea se ha comprometido a evaluar la denuncia de 2.500 jueces contra las injerencias y embestidas a la independencia judicial de la entente sanchista-podemita.
Es difícil imaginar mayor destrucción de un estado democrático, social y de derecho –como reza nuestra Constitución– en menos tiempo y con tanta impunidad. Pase lo que pase, nadie en el futuro podrá excusarse en que «no se podía saber» ni «tampoco se veía venir». No sabremos con exactitud quién dijo que «los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas», pero solamente esta frase tendría que ser premiada con algún Nobel de la humanidad.
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