Dice el refrán que «no hay día sin acedía». Y, aunque yo no creo demasiado en las sentencias populares, he de decir que esta que ... refiero se cumple a rajatabla desde hace demasiado tiempo. Dicho de otro modo, no hay día que uno se levante de buena mañana y pueda disfrutar de cualquier periódico sin el temor de sufrir una indigestión durante el desayuno. La penúltima arcada matutina me sorprendió leyendo los detalles de la 'toma' del Ayuntamiento de Lorca por un grupo de exaltados al grito de «os vamos a matar; sois unos gandules». Una vez dentro, las reses…, perdón, los asaltantes, supusieron un claro peligro para los concejales y los funcionarios municipales, cuya integridad física ya no podía ser protegida como debiera. Afortunadamente, la sangre no llegó al río y, aún con muchas dificultades, las fuerzas del orden consiguieron apaciguar los ánimos y limpiar de odio fascista la casa consistorial.
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Porque las circunstancias que rodearon el hecho nada tienen que ver con los muy constitucionales derechos de huelga o manifestación. Esta fue una violación de uno de los centros neurálgicos de la democracia, ejecutado por gentes ligadas a partidos de la derecha y la ultraderecha o, en el mejor de los casos, instigados por ellos, como se ha podido demostrar después por las filias y las fobias –cómo no, exhibidas con fruición por las redes sociales- de las que se enorgullecen. Sin ir más lejos, uno de los agresores es miembro de las Nuevas Generaciones del PP. Así le va a esta formación, que ya se lía hasta para pulsar el botón correcto. Otro, un quesero de relumbrón con evidente inclinación hacia la extrema derecha, excusó su deplorable comportamiento manifestando lo siguiente: «Me da vergüenza ajena y en ningún momento las imágenes creo que retratan lo que somos los ganaderos», porque «nos dijeron unas cosas que no coincidían con la realidad y se calentó mucho el ambiente; la desinformación muchas veces hace tomar decisiones que no son coherentes, y ésta es una de ellas». Es decir, este señor se queda tan fresco reconociendo que se había comportado como un autómata al escuchar la sarta de mentiras vertidas por… Bueno, ya saben ustedes por quien. Pero, a buen seguro, que en la próxima ocasión que tenga la oportunidad de depositar su voto en una urna, ¿adivinan a quién volverá a votar? Pues sí, han acertado. Así se comportan los autómatas, por no llamarlos de otro modo.
Y, ¿a qué vino todo esto? Pues a la aprobación de una normativa municipal para prohibir la construcción de granjas a menos de 1.500 metros de núcleos urbanos o de centros médicos y escolares, así como a menos de 500 de manantiales y de 100 de ramblas o cauces. Así de ridículo, sobre todo teniendo en cuenta que estos límites se aplicarán, en todo caso, para nuevas granjas o ampliaciones de las ya existentes, rebajándose incluso el umbral de distancia en este caso a los 1.000 metros de zonas pobladas. Una medida que ya formaba parte de un acuerdo municipal que se aprobó por unanimidad, es decir, con los votos favorables de la derecha y la ultraderecha; en un municipio, aclaro, que cuenta con más de 2.000 granjas o macrogranjas -una de cada tres de la región de Murcia-, y que, con algo menos de 100.000 habitantes, cuenta con un millón de cabezas de porcino. Es decir, por cada lorquino hay diez cerdos. Pero esto no se explica sin el ministro Garzón, cuya palabras sobre el tema –en mi opinión muy ajustadas a la verdad–, han traído este tsunami de basura informativa y política que parece no tener fin, dado el esperpento que también estamos viviendo en Castilla y León. Con candidatos conservadores, repartidos por toda la región, pisando purines y rodeados de todo tipo de bichos de pelo y pluma. Rumiando –los primeros, digo– lo que últimamente mejor se les da: la mentira.
Y aquí estoy yo ahora, esperando que no hayan leído ustedes esta pieza con la tostada recién puesta. Que el olor a estiércol –es un hablar figurado– no les haya amargado un buen café a los afortunados que acostumbran a deglutir, al tiempo, la letra impresa de un periódico. El que sea. Da igual. Con tal de que no amorren la cabeza con la mirada perdida en la pantalla del móvil. Expuestos, como el quesero lorquino, a encontrar la perfecta excusa a su odio incontenible y su manifiesta ignorancia en la perfidia de otros y de otras.
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