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Creo que la mayoría de los seres humanos son buenas personas. Lo que pasa es que los malos se notan mucho. Por ejemplo, cuando escribo esto tengo en la cabeza las imágenes del rescate de un niño de dos años que se tragó la tierra. No puedo soportar el dolor que me produce pensar en él y su familia. Justo en aquellos días los nuevos gobernantes de Andalucía nos prometían el paraíso con el cambio. Dicen que va a arreglarnos la vida por fin, caso de las vergonzosas colas en la sanidad pública, tributar dos veces por la herencia de tus padres, o libertad para llevar a los hijos a la escuela que nos guste. Son asuntos de tal obviedad que nadie debería legislarlo. Ojalá sea verdad. Hay que dar apoyo para que trabajen, a éstos y a los que vengan luego. Aunque si unos y otros dedicaran tanto tiempo a hacer bien su oficio como a pelearse entre ellos y a atacar la inteligencia de los votantes la cosa iría mejor encaminada. Por eso muchos ciudadanos han perdido la confianza en la labor transformadora de la política. Por eso no creen sus promesas. Por eso muchos ya ni votan. Y por eso la gente corriente de lo que hablaba en los días de la investidura del nuevo gobierno no era de política. En la calle se hablaba es de ese niño atrapado. Lo que nos quitaba el sueño no era saber el nombre de los próximos consejeros de la Junta de Andalucía; era el dolor profundo que latía junto al pozo de Julen y la esperanza en un milagro al amanecer. Respecto al cambio político lo único cierto para a las buenas personas era que al día siguiente tocaba lo mismo de siempre: luchar, amar a los suyos y apoyar a quien los necesita. Los milagros no existen nada más que en las películas.

Pero pese a tanta amargura por lo vivido, no me quejo; porque me parece bien lo que veo cuando madrugo: que hay muchas buenas personas. Mientras eso siga sucediendo existe esperanza para la humanidad. Mientras cada mañana la gente corriente se siga levantando para ir al trabajo, llevar a sus hijos a la escuela, cuidar a sus mayores, pagar sus impuestos y pensar en el dolor de los demás, vamos bien. A los países los mantienen con buena salud sus buenas personas, aunque luego vengan otros a colocarse la medalla. Sin buenas personas nada se consigue, por mucho oro que tengan los bancos. Respecto al ciudadano normal, atendido el nivel de bienestar social que requiere el día a día, asegurada la sanidad, la educación, la vivienda y un trabajo que cubra las necesidades primordiales, la riqueza excesiva pudre el alma de los seres humanos. En el evangelio, que es un libro con doctrina de amor y respeto a los derechos humanos, se dice que es difícil para los ricos llegar al paraíso de las buenas personas, tan difícil como que un camello entre por el ojo de una aguja. Se ve que ya se había inventado en Galilea el consumismo y la cutrería que conlleva ser ricachón. Por eso Jesucristo, que era un excelente cronista social, tomó nota y lo avisó. Otro rasgo distintivo de las buenas personas es que son compasivas por naturaleza.

Hace ya mucho tiempo escribí una papelera llamada 'Misericordia'. Denunciaba el ensañamiento de la justicia por seres humanos enfermos y encarcelados que no han cometido delitos de sangre. Esa crueldad es antinatural, aunque sea legal. Una cosa es acatar las decisiones judiciales y otra compartirlas. Aquí se nos llena a todos la boca para denunciar que violadores anden sueltos, a lo que me sumo con vehemencia. Pero luego somos cicateros para levantar la voz ante actuaciones de la justicia que van en sentido contrario, aplicando castigos rigurosos por delitos administrativos. Supe, por ejemplo, que a un político que pasó la navidad ingresado en el hospital por un cáncer se le prohibió que le visitara en Nochebuena una hija. Supongo que hay unas normas de visita muy estrictas en las cárceles, pero también está la ética. Para colmo esos mismos jueces sueltan, por consejos de los equipos carcelarios, a asesinos reincidentes.

Por eso está pasando con la justicia lo mismo que con el poder ejecutivo: que los ciudadanos normales, las buenas personas, andan a años luz de ellos. Hoy si te presentas como juez o como político en una reunión cualquier, mucha gente te mira con recelo. Eso es fatal, porque pagan justos por pecadores. Es que se piensan que están allí sólo por ganar un sueldo y trincar buenas dietas y comisiones, como dijo Echenique respecto a la deserción de Íñigo Errejón, nuevo enamorado de Manuela de Madrid. Le traicionó el subconsciente y estuvo espeso el avispado Echenique. Respecto a nuestras leyes, mejor me callo. Porque algunas producen vergüenza ajena. Como la que permite a un parasito social ocupar tu casa, la que llevas pagando toda la vida con el sudor de tu frente, pero te impide desalojarlo cambiando la cerradura hasta que te lo autorice un juez. A veces pasan años. Señores políticos: legislen pensando a favor de las buenas personas y aplicando el sentido común. Les votaremos más y mejor. El que avisa no es traidor, dice mi Papelera.

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