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El barco de la esperanza

Hace 80 años en el puerto chileno de Valparaíso un millar de refugiados vivían momentos de emoción

DIEGO CARCEDO

Miércoles, 28 de agosto 2019, 00:02

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Dentro de unos días se cumplirán ochenta años de una de las iniciativas humanitarias más imaginativas y pintorescas de la postguerra civil española. Concretamente, el 2 de septiembre de 1939, mientras en Europa estallaba la Segunda Guerra Mundial, en el puerto chileno de Valparaíso más un millar de refugiados republicanos vivían momentos de alegría y emoción como ninguno recordaba. Quedaba atrás la angustiosa reclusión en las ventosas playas convertidas en campos de internamientos franceses y de la penosa huida entre el hielo por las estribaciones nevadas de los Pirineos y el miedo que imponían los últimos bombardeos de la victoriosa aviación franquista que gastaba la última munición en acabar con cualquier reducto de resistencia. Todos llegaban agotados después de una travesía de cinco semanas repletas de percances y riesgos. Aquel final apoteósico al que se sumaron miles de personas llegadas de todos los rincones de Chile consumaba una iniciativa emprendida por el poeta Pablo Neruda, cuando recibió una carta de su amigo Antonio Machado en la que le contaba las penurias que estaban pasando centenares de miles de compatriotas en su obligado exilio, viviendo en condiciones penosas y sin perspectivas de futuro.

Neruda estaba recluido en Isla Negra con una pierna escayolada, pero se trasladó urgentemente a Santiago y, cojeando, se presentó en el despacho del presidente de la República y le exigió, a cambio de la colaboración que había prestado a su campaña electoral, que Chile hiciese algo para ayudar a refugiados españoles. La respuesta fue el nombramiento de cónsul especial para la emigración española con sede en París, estatus que Neruda aprovechó para obtener fondos y fletar un barco de nombre Winnipeg. En aquel viejo carguero canadiense consiguió meter a varios centenares de hombres, mujeres y niños que, en una angustiosa travesía del Atlántico, bajo la amenaza de los submarinos alemanes, logró pasar el Canal de Panamá y acercar a aquel pasaje de desesperados a las costas chilenas donde, lejos de generar problemas, como algunos argumentaban para rechazarlos, se convertirían en un factor importante para el desarrollo de la pesca, la gastronomía o la industria editorial del país.

Algunos de los refugiados se convirtieron en personalidades importantes en ámbitos tan diversos como la literatura, la ingeniería, la enseñanza o la astronomía. Ninguno consta que causase algún problema social o político. Estos días tanto en Santiago como el Valparaíso se celebran actos académicos y fiestas populares para conmemorar aquella hazaña y homenajear a los pocos pasajeros del Winnipeg que aún pueden contarlo. Una asociación que lleva el nombre del barco salvador, integrada por sobrevivientes, familiares, intelectuales y simples simpatizantes de aquella peripecia, rinde permanente homenaje a Neruda, su promotor, y mantiene vivo el recuerdo de uno de los episodios más enternecedores de una de las etapas más trágicas de la Historia de España.

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