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Autonomías extralimitadas

Autonomías extralimitadas

Supera el número de ciudadanos que creen que la causa principal del fracaso de las autonomías ha sido su diseño artificial, agravado por el indiscriminado traspaso de competencias y la incomprensible duplicidad de funciones

José García Román

Sábado, 9 de febrero 2019, 00:27

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España sufre «un exceso de descentralización», dijo Stanley G. Payne, catedrático emérito de Historia en la Universidad de Wisconsin-Madison, con motivo de una entrevista a Efe en octubre de 2017. Verdad incuestionable y muy grave porque es imparable tal exceso por el agresivo proceso catalán, abonado durante años con sonrojantes mercaderías políticas. Desde algunas tribunas se denuncia la invasión de las competencias del Estado, que está originando agravios en la llamada democracia armónica con organizaciones territoriales, comunidades y regiones que incluyen provincias de primera, segunda y tercera. La consonancia autonómica y la identidad de las poblaciones preocupadas por la diferencia entre el acercamiento de la gestión a la ciudadanía y cómo realizarla forman parte de la relación de cuestiones candentes. La pregunta que planteó el historiador y sociólogo Santos Juliá en 2012 «qué hemos hecho con lo que entonces hicimos» merecería ya una comprometida respuesta.

Las autonomías nacieron con bulimia. En determinados debates se ha insistido en que si sólo se hubiese admitido la realidad diferencial de Cataluña y Euskadi seguramente no estaríamos en la situación que nos encontramos. ¿Tal vez por eso Artur Mas afirmó: «Las autonomías son una ficción», ante el objetivo independentista? Causó indignación la intervención de Miquel Iceta en el Parlamento catalán al inicio del año: «Por primera vez después de mucho tiempo Cataluña será tratada con justicia en lo referente a nivel de inversión pública del Estado». No extraña que la consejera de Cultura de esta comunidad haya pedido al ministro del ramo «más dinero para la soberanía patrimonial».

¿Ha fracasado el Estado de las autonomías? Abundan las opiniones a favor y en contra del sistema autonómico presidido por el descabellado «café para todos» y defendido por Clavero Arévalo desde su observatorio sevillano, a pesar de los excesos. Pero supera el número de ciudadanos que creen que la causa principal del fracaso de las autonomías ha sido su diseño artificial, agravado por el indiscriminado traspaso de competencias y la incomprensible duplicidad de funciones. Si expertos analistas añaden a esto la tendencia al despilfarro de la política regional, con cierta inclinación a controlar medios de comunicación, se agudiza el problema.

Francisco José Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho, con la premisa de que la Constitución debería ser la salvaguardia ante reclamaciones insaciables que acrecientan diferencias y desequilibrios en los territorios autonómicos, subrayó en AMB-Actuall tres consideraciones llamativas: que la presión de Cataluña y Euskadi posibilitó la nebulosa que permite hoy acumular más competencias; que al reconocer nacionalidades en su seno «la Constitución ponía una bomba de relojería en sus propios cimientos», y que la trampa se produjo con el art.150 al poder el Estado «transferir o delegar en las CC. AA., mediante ley orgánica, facultades correspondientes a materias de titularidad estatal». En 1981, Enrique Linde, subsecretario del Ministerio de Justicia, manifestó en la Universidad Menéndez Pelayo: «Los estatutos de autonomía se han extralimitado en sus competencias judiciales». Gran parte de la ciudadanía se pregunta como mal menor si es posible adelgazar las autonomías. Santos Juliá decía en El País de 6 de mayo de 2012 que previamente sería preciso «someter a una dura crítica las prácticas seguidas por sus respectivas clases políticas en relación con la administración, los servicios, los recursos, las finanzas de cada comunidad autónoma».

Pero también es una realidad que aquella eufórica concordia se ha convertido en molesta discordia, insatisfacción y descontento, reflejados puntualmente en tensiones parlamentarias y callejeras. El mapa autonómico, albergue de nuevos centralismos, requiere decisiones contundentes. Dar marcha atrás con el fin de rectificar y deshacerse de la asimetría (desigualdad, para ser más claros) que dificulta la convivencia y desfigura la Nación española, es difícil; sin embargo posible. Si se han suprimido reinos y privilegios históricos, ¿cómo se siguen manteniendo fueros? No obstante, respecto a la aspiración de autonomías eficientes, habrá que redefinir el modelo que ahora se desdeña o elegir otra forma de administración territorial, de equilibrio decoroso y solidario, sin traiciones y ajena a centralismos dominantes e injustificables. Por lo que se refiere a Andalucía, ¿no sería conveniente organizar un profundo debate sobre los resultados de la Comunidad, sin desechar la idea de un eventual referéndum?

Como el Estado de las Autonomías ha traído decepción, es preciso sosiego y compromiso intelectual y social, sin periclitadas posiciones ideológicas, aceptando de buen grado que la política no es una profesión, y menos, despótica, ni los partidos, empresas. ¿Hay intención de propiciar el cambio eficaz? El citado catedrático decía en 2017 que un 62% de los españoles desearía la recentralización de las competencias educativas, entre otras. Pero el porcentaje de partidos con representación parlamentaria dispuestos a proponerla era del 0%. Si no existe voluntad política de llevar a cabo la transición de la cordura, quedan vías constitucionales donde acudir.

El médico y escritor de espíritu ibérico Miguel Torga escribió: «Los políticos son incapaces de un acto de sinceridad, incluso si así consiguieran una gloria imperecedera. Precisamente porque son políticos, confían más en la bonanza de la mentira que en la marejada de la verdad». Esta reflexión del pensador portugués evidentemente pretendía ser un aldabonazo a las conciencias. En tono menos áspero lo dijo el historiador Tony Judt: «La política no es un lugar al que tiendan a dirigirse las personas con autonomía de espíritu o amplitud de miras».

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