El árbol del otoño
Es cuando el pensamiento hunde más sus raíces huyendo de la fría superficialidad, haciéndose profundamente sereno, liberado de huracanes de sevicia. Nuestra alma se deshoja como nuestra voz
Escribió Julio Cortázar: «El tiempo vuela. Uno cree que es lunes y ya estamos a jueves. El otoño se termina, y de golpe es pleno ... verano». Si tales sensaciones las manifestamos durante el año, en la estación de la nostalgia mucho más. El poeta y el músico andan a diario sobre el filo de la navaja de la cursilería. ¡Qué sería de nuestras vidas sin los latidos de nuestro cursi corazón! ¡Como si la cursilería no fuese compañera inseparable de la intimidad! El otoño, inclinado a coleccionar expresiones nostálgicas, es vigilado por los 'cazacursis'.
Publicidad
De las tres grandes ramas del árbol del otoño, dos se han 'secado' ya, y aguardan con su hermana, todavía acompañada de la savia de los días, el hacha del invierno que las cortará para conducirlas a la leñera que alimentará llamas ávidas de ascuas y rescoldos de hogares acosados por los fríos. El otoño, diezmador de árboles, aparece como sol de atardecer, y lentamente va acortando los días y moderando los cantos de los pájaros, mientras se amodorran los relojes, da cabezadas el sonido de las campanas y los gatos anticipan su vuelta al hogar en busca del calor con el que el estío los castigó sin piedad. Comienzan a retornar los olvidados fríos, a la vez que el viento agita los árboles. La mayoría de éstos se ruboriza por su desnudez e intenta prepararse para las nieves y las escarchas. Y algunos, para la diezma y el ritual del fuego. Lejos queda el recuerdo de la espiga, hoy harina de nieve temprana.
De igual modo sucede con los árboles humanos que, expulsados del paraíso estival aunque no definitivamente, sienten vergüenza y se cubren con tejidos de cortezas pudorosas. Una de las expresiones sobre el otoño que más me gusta es esta del escritor George Christoph Lechtenberg: «El otoño devuelve a la tierra las hojas que le prestó en verano». Es cuando el pensamiento hunde más sus raíces huyendo de la fría superficialidad, haciéndose profundamente sereno, liberado de huracanes de sevicia. Nuestra alma se deshoja como nuestra voz. Se entornan nuestros párpados con el peso de la misteriosa sombra del atardecer. La risa se convierte en sonrisa, el llanto en sollozo, la rapidez en lentitud, las horas en días, los días en semanas, las semanas en meses, los meses en años…Y las tardes –¡ay, las tardes!–, más sosegadas que nunca, se hacen silencio. Y se oye la alentadora voz de Leopoldo Lugones en estos deliciosos versos: «No temas al otoño si ha venido. / Aunque caiga la flor, queda la rama. / La rama queda para hacer el nido».
En el corazón del otoño, la modernidad de reflector se amilana ante el recuerdo de siglos de temblores de llama. Es la estación del susurro, del velón y la mariposa flotando en agua y aceite, de corazones que ensayan su hibernación intentando dejar de latir, de pasos lentos y silenciosos, de sombras prodigiosas, de mosaicos de melancolía, de lluvia de pan de oro…Y de la muerte amiga, del viento y el olvido; de la reconciliación con las sombras esquivas, y sin embargo entrañables, pues se funden con nosotros, transformados en 'sombras'. Con la niebla veo más claramente. Y si se adentra en el paisaje de mi alma, con diferencia. Veo hasta lo que no veo a pleno sol. Por eso le cedí a ella un lugar en mi corazón para los momentos de invisibilidad.
Publicidad
De las talas del otoño se libran algunos árboles tentadores, que impávidos acechan por llanuras yermas y ofrecen sus ramas a los desesperados que llevan la soga en la mano, como aquel de las treinta monedas de plata que encontró donde suspenderse. El humo de las fogatas rebaja 'humos'. ¿Quizás la incertidumbre sea nuestra esperanza? Desde luego, demasiadas veces las certezas están tumbadas al sol que más calienta, olvidando que al nacer nos cortan un cordón umbilical, quedando otro unido al seno de la madre tierra hasta que la guadaña de la muerte lo secciona. Cada estación, apenas nacida, escucha la altiva y denunciante voz de la siguiente exigiéndole que dimita.
Hay un otoño de aire inmarcesible, totalmente ajeno a pensamientos marchitos, que zarandea las hojas de nuestras neurosis, de miedos a las sombras, de derrotas imaginadas, que nos invita a mirar las cumbres ansiosas de nieves, felices en una estación de soledades. Ha dicho la actriz Emma Suárez en una entrevista: «La soledad es un lugar en el que estoy cómoda. Para mí es un espacio de libertad». Libertad alejada del símbolo de buey sumiso, tirando dócilmente del carro de la moda y sus caprichos.
Publicidad
Inexcusablemente en estos días nos seducen los versos de Paul Verlaine: «Los largos sollozos de los violines del otoño hieren mi corazón». Ya está. ¿Para qué más? Hojas secas: labios de otoño, palabras muertas; algunas, alimento de nueva vida. En estos íntimos atardeceres, de 'adioses' y 'hasta pronto', recordamos el sobrecogedor consejo de Mario Benedetti: «Aprovechemos el otoño / antes de que el invierno nos escombre. /Aprovechemos el otoño / antes de que el futuro se congele / y no haya sitio para la belleza / porque el futuro se nos vuelve escarcha».
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión