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Una hora no es nada

Antonio San José

Jueves, 2 de noviembre 2023, 23:22

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Un año más hemos llegado a ese momento en el que nos han obligado a cambiar la hora para que a las tres de la ... mañana sean las dos y, en consecuencia, la luz solar adelante el amanecer y se haga de noche pasadas las cinco de la tarde. El mundo se divide entre aquellos a los que el invierno les produce rechazo, con su clima gélido, su oscuridad y su tiempo desapacible, y quienes disfrutan mucho en este contexto y aborrecen la luz solar a las diez de la noche, las terrazas, la vida al aire libre, la playa y el calor. Para gustos, ya saben, están hechos los colores. Pero volvamos al cambio de hora propio de estas fechas. Las televisiones y el resto de los medios de comunicación se han dedicado a ilustrarnos de todos los supuestos males y amenazas para nuestros organismos de esta circunstancia a la que nos sometemos desde hace más de cuarenta años sin que nos hayamos resentido nunca de una pérdida de salud. El alarmismo y el sensacionalismo imperan en determinados canales informativos empeñados en que cobremos conciencia de lo mal que nos sienta este adelanto horario. Por eso nos hablan de disminución del rendimiento, cansancio, aturdimiento, ansiedad, irritabilidad, angustia, problemas de sueño, ausencia de apetito y toda una retahíla de supuestas desgracias que, honestamente, nunca hemos sentido por la sencilla razón de que se trata de una adaptación mínima que no se nota en absoluto, salvo que seamos de una delicadeza personal rayana en lo pitiminí. Quienes por razones personales o profesionales viajan con frecuencia a Canarias saben que añadir o quitar una hora, al aterrizar en el archipiélago o al regresar a la península, es una cuestión absolutamente menor que para nada influye en su estado de salud. Mucha gente se desplaza a diario al Reino Unido, también con una diferencia horaria de sesenta minutos, y tampoco siente nada extraordinario mientras desarrolla su vida habitual o sus reuniones de trabajo con toda normalidad. Convertir el cambio de hora en una cuestión que ocupe espacios supuestamente informativos en los medios es una banalidad que define bien los denominados «problemas del primer mundo».

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