Los libros no muerden
Antonio Mesamadero
Lunes, 22 de abril 2024, 23:22
Me gusta darle prestigio a mis noches refugiándome en los sabios del pasado y sus obras literarias. Ellos me convierten en copropietario de sus reflexiones ... y hacen que vea las realidades que son eternas dentro de las estrechuras de la poquedad humana. Eso sí, te confieso que como lector tengo muchas lagunas. Por ejemplo, nunca ha leído a Darwin, aunque he de reconocer que tampoco me pierdo ni uno de los tuits de Oscar Puente. Me consta que Don Óscar tiene un gusto algo descompensado por las letras, ya que escribe mucho pero lee poco. A las pruebas me remito. En cinco meses aún no ha sacado tiempo para leer la carta que le envió la alcaldesa de Granada.
Hoy es el Día del Libro, fiesta cultural en la que los catalanes se regalan una flor y un «llibre». Los granadinos somos menos románticos que ellos pero igual de efectivos, pues la costumbre -al menos en los círculos literarios donde yo me muevo- es regalar una rueda de churros calentitos y un libro (que en ocasiones también resulta ser un churro).
Como todos los años, los granadinos menos aventureros irán a lo seguro y regalarán «Cien años de Soledad», más que nada porque el titulo les suena. No nos engañemos, con este libro pasa igual que con El Quijote, que todo el mundo lo tiene acumulando soledad en la estantería pero nadie lo abre ni para soplar el polvo.
En estos tiempos raros, raros, raros hasta para la literatura, pocos se sienten agradecidos de que les regalen un libro de «papuchi» Galdós o de Juan Ramón Jiménez, porque resultan «antiguos» a la vista y porque desde jóvenes han mamado que decorar sus bibliotecas con títulos complejos de escritores complejos los convierten en lectores complejos. Se llama impostura intelectual, un defecto propio de muchos que se meten en el mundillo de la lectura o de la música clásica tan sólo por la pose.
Si alguien te regala un libro hoy, acéptalo y léelo aunque se trate de «Cómo cagar en el monte», de Kathleen Meyer. Es lo menos que se merecen el obsequiante y el escritor.
Epílogo: Quien tiene un amigo que te regala libros y se deja de florecitas, tiene un tesoro. Evitemos los malos entendidos.
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