Querido lector: hoy me gustaría conversar contigo sobre un tipo de maldad que es siempre de puertas hacia fuera. Me refiero a la maldad de ... esos individuos que dan el puntapié definitivo a sus mascotas porque se han cansado de tan inocentes criaturitas.
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Se puede vivir sin perro o sin gato, pero no merece la pena. Me gustan los animales porque en ellos veo una lealtad que en los humanos comienza a estar en serio peligro de extinción. Es conmovedora la fidelidad del perro, que por iniciativa propia abandona su personalidad para convertirse en una prolongación tuya. Vive pendiente de ti, de tus movimientos y de tus cariños, y si la palmas, no esperes que alguien además de él vaya a visitarte y a llorarte a tu tumba. El can es así, un amigo más allá de la eternidad.
Pues bien, estas credenciales no parecen ser suficientes para aquellos que aún piensan que el hombre es el Rey de la Creación (qué cachondos) y los animales, simplemente seres vivos intelectualmente inferiores. Con esto último no puedo estar de acuerdo, porque siempre que he tenido un problema he encontrado más ayuda y comprensión en el perro del vecino que en el propio vecino, que es de mi misma especie.
Este periódico publica cada cierto tiempo noticias referentes al maltrato animal que te hacen ver dónde está el problema. A un individuo que maltrata o acaba con un animalito no se le convence con frases moralistas del tipo «Él nunca lo haría». La única manera de convencerlo hábilmente es con una multa o con una multa y una cómoda suite en un hotel de barrotes.
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Hace poco leía la noticia de un pequeño equino encontrado abandonado en el campo, sin comida, ni bebida, ni lugar donde resguardarse. Tras ser inspeccionado por el veterinario, el pobre tuvo que ser sacrificado por el lamentable estado en el que se encontraba. Es injusto que un alma tan inocente acabe así. Atahualpa Yupanki decía que también hay cielo para el buen caballo. Ojalá sea cierto y este desdichado animal –y tantos como él– encuentre allí el cariño y la protección que nunca tuvo aquí. Ya lo dijo Diógenes, «Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro».
Epílogo: cada maltrato a un animal es un paso atrás de nuestra especie, especie de mamones. Qué perro mundo.
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