Crepúsculo albaicinero
Antonio Mesamadero
Lunes, 13 de noviembre 2023, 23:37
El Albaicín a veces huele a jazmín y casi siempre a pipí humano o canino, porros a las finas hierbas e inseguridad. Pero lo más ... frecuente es que huela a todo junto. Soy de allí, me crié jugando en sus calles estrechas, recibí una educación como Dios manda en el Ave María de San Cristóbal y cuando tuve que emigrar del barrio –o sea, pasar al destierro- dejé pequeña la crisis existencial de Kafka. Mi nuevo barrio simplemente no tenía sentido.
El Albaicín actual es un lugar a todas luces incómodo para sus moradores. Sigue estando mal comunicado con el centro y en ocasiones transitar por sus calles puede producir un ligero pánico escénico debido a la globalización del choriceo y a una sensación de soledad en sus calles sólo comparable a la que transmite el desierto en todo su esplendor.
En el Albaicín que yo viví no había grafitis. En sus paredes se llevaba otro tipo de arte clásico más antiguo: el desconchón. El único movimiento artístico que sigue intacto de aquella época es el surrealismo puro y duro del abandono institucional. Parece mentira que algo tan nuestro y tan vendible turísticamente no resulte más que un Partenón granadino que atrae por fuera y deprime por dentro de lo dejado que está.
Tampoco la inseguridad ayuda a su recuperación como barrio. Los turistas vienen avisados de lo que se cuece en su recorrido. Salvo algunos temerarios o despistados que se atreven a adentrarse en lo más profundo del poblado, el resto lo miran desde un autobús o en una visita guiada con protocolo de protección sensible de carteras.
Pongamos también el acento en la suciedad de sus calles. Hasta Diógenes habría repudiado tal abandono. Siento en el alma decirlo, pero el Albaicín donde la vida se movía por sus calles desde el amanecer es ya un atardecer difuminado. De aquella gloria sólo quedan los últimos de las Filipinas albaicineras, esos veteranos del barrio que han resistido en la trinchera y a los que habría que condecorar por su amor al lugar y por ser un patrimonio de humanidad.
El Albaicín auténtico se está apagando y con él una parte valiosa de la historia de Granada. De nada sirve mirar al futuro si el pasado se te muere delante de tus narices.
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