El mundo actual es una perfecta dehesa de los simples dentro de un cada vez más acrecentado pensamiento único. El Diccionario de la lengua española ... señala que simples son los obedientes y manejables, los apacibles o incautos, y también los mentecatos, tontos, fatuos, faltos de juicio o privados de razón. No me refiero a los sencillos, a los humildes, o a los limpios de corazón. Hablo de esos simples, ignorantes por definición, sin razonamientos; y en muchos casos, la falta de talento es sustituida por la desfachatez. Ya estamos acostumbrados a que en un universo falto de discernimientos cualquier necio se suba al estrado, se diga tocado por los dioses, y haga que sus afirmaciones parezcan brotar del oráculo de Delfos; mientras la mayoría de la gente, tantos y tantos simples, son manejables y no objetan nada. Ejemplos hay aquí y allá. Trump, Kim Jong-un, Boris Johnson,…, y un sinfín de personajes y personajillos de fuera y de dentro, y cercanos a nosotros, son palmarios ejemplos de cómo avanza el tsunami de lo simple. El pensamiento simple contempla la vida con muy limitados matices. En blanco y negro, en bueno y malo, en me gusta/no me gusta, en apetecible y no apetecible, todo ello explicado en esa alegoría de los 140 caracteres. Nada de dedicar tiempo para informarse y esfuerzo mental para analizar esa información y pasándola por nuestros filtros de pensamiento, hacernos un criterio personal ante la avalancha de cosas que ocurren en nuestra vida. Precisamente la inteligencia se caracteriza por la capacidad de descubrir los matices. Ortega y Gasset lo explicaba sencillamente, siendo la misma y única la sierra de Gredos, la opinión sobre ella será diferente si uno se sitúa en la parte Norte o en la del Sur.
En el fondo el pensamiento simple es un ariete fundamentalista porque no acepta, no contempla y menos aún respeta las preferencias de quienes opinan de otra forma. Vivimos en un mundo en el que la distinción entre verdadero y falso es cada vez más borrosa por la manipulación de la realidad, por la utilización de una sociedad acrítica y por la contaminación del lenguaje. Ávidos de claridad, llegamos a creernos que tantos de los patricios de la política o de los diferentes escenarios públicos, están descubriendo nuestra realidad compleja a través del pensamiento simplista. Estamos fomentando una cultura que nos diga lo que tenemos que pensar en vez de que nos haga esas preguntas en las que hay que discurrir, ensimismarse, y a veces ponerse al filo del talud. A esta realidad social solo puede acercarnos el pensamiento complejo, el pensamiento crítico. Y para ello tenemos que enfrentarnos con el entramado de fenómenos tan diversos como el embaucamiento emocional, el constreñimiento maniqueo generalizado, el desprecio social que hay por el razonamiento y la dialéctica, y en definitiva la bruma, la incertidumbre y la contradicción. En nuestro ambiente tan carpetovetónico se confunde el análisis de cualquier situación con la diatriba (y no digamos en política). Barack Obama pedía a los responsables de la educación de su país que los estudiantes «desarrollen habilidades del siglo XXI como la resolución de problemas y el pensamiento crítico».
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