¿Ancianos descartados?
Tribuna ·
No nos podemos únicamente regir por criterios utilitaristas en sociedades tan pragmáticas como la nuestraLunes, 27 de julio 2020, 00:03
No sé muy bien si en este primer semestre de 2020 he aprendido muchas cosas o no, pero sí creo que he tenido la oportunidad ... de reflexionar tranquilamente, sobre todo en el periodo de confinamiento al que fuimos instados a permanecer durante muchas semanas, sobre algunos aspectos de nuestra propia existencia y de nuestra convivencia social, fundamentalmente los dilemas éticos que han estado presentes. Sin apenas percatarnos y con poca capacidad de reacción, como se ha visto a la postre, llegó a nuestras vidas una pandemia en forma de tsunami que ha arrasado con bastantes de nuestras seguridades dejando en muchos ámbitos de nuestro sistema social, económico y sanitario la impresión de un panorama de cierto erial que intentamos mitigar en la medida de lo posible con ayudas externas y mucho trabajo propio.
Si el hecho de constatar tanto nuestra condición humana como la vulnerabilidad de nuestro sistema comunitario me ha hecho interpelarme ni qué decir tiene que, para mí, lo más estremecedor hasta ahora ha sido ver la gestión de los limitados recursos técnicos sanitarios a la hora de poder atender la abrumadora demanda por parte de nuestros conciudadanos, principalmente ancianos sobre los que la Covid-19 se ha ensañado con crueldad.
Confieso que ante el desgarro interior que viví con la muerte anónima de miles de personas mayores en la más absoluta soledad, tal vez porque no pude dejar de proyectar esa emoción en el caso de que les hubiese podido ocurrir a mis padres, supuso un cierto bálsamo el documento del Ministerio de Sanidad en el que entre otras muchas consideraciones expresó con nitidez que «excluir a pacientes del acceso a determinados recursos asistenciales o a determinados tratamientos, por ejemplo, por razón únicamente de una edad avanzada, resulta contrario, por discriminatorio, a los fundamentos mismos de nuestro Estado de Derecho (artículo 14 de la Constitución Española). En este sentido los pacientes de mayor edad, en caso de escasez extrema de recursos asistenciales, deberán ser tratados en las mismas condiciones que el resto de la población, es decir, atendiendo a criterios clínicos de cada caso en particular. Aceptar tal discriminación comportaría una minusvaloración de determinadas vidas humanas por la etapa vital en la que se encuentran esas personas, lo que contradice los fundamentos de nuestro Estado de Derecho, en particular el reconocimiento de la igual dignidad intrínseca de todo ser humano por el hecho de serlo», sobre todo después de que al inicio del estado de alarma la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC) publicase sus recomendaciones éticas para la toma de decisiones en la situación excepcional de crisis por la pandemia de Covid-19 en las unidades de cuidados intensivos en las que se llegaba a expresar, también con suma claridad, que «ante dos pacientes similares, se debe priorizar a la persona con más años de edad de vida ajustados a la calidad (AVAC) o QALY (Quality-Adjusted Life Year). Son un indicador combinado del estado de la salud que aúna cantidad y calidad de vida. Priorizar la mayor esperanza de vida con calidad… Cualquier paciente con deterioro cognitivo, por demencia u otras enfermedades degenerativas, no sería subsidiario de ventilación mecánica invasiva».
Vaya por delante mi profundo reconocimiento a tantos profesionales sanitarios que han tenido la enorme responsabilidad moral de tener que decidir técnicamente quiénes sí y quiénes no eran susceptibles de recibir, por ejemplo, un respirador ante la limitación de los mismos en momentos de extremo desbordamiento de pacientes que lo precisaban. Qué duda cabe, como también se ha expresado, que seguramente ante estas circunstancias hay que «obtener el mayor beneficio de los recursos limitados y mitigar los daños a las personas… con la maximización del beneficio global», pero considero que no nos podemos únicamente regir por criterios utilitaristas en sociedades tan pragmáticas como la nuestra.
Esta enfermedad se ha cebado sobre todo, aunque no solo como hemos podido ver, en las personas mayores. Y éstas, que son nuestros padres y madres, una generación a la que siempre estaremos en deuda por todo lo que han aportado, con su impagable trabajo y abnegado esfuerzo, a la conquista de nuestra ansiada sociedad del bienestar, no pueden ser descartadas por el simple hecho de ser ancianas. Desde luego no en mi nombre. Son la memoria de nuestro pueblo y no deben ser consideradas como un peso sino como una riqueza. Me parece que en el fondo de todo lo ocurrido, lo que realmente tenemos inoculada es una concepción de la existencia en la que se valora mucho más la vida que queda por vivir que la ya vivida y en esta sociedad tan utilitarista y productiva que hemos creado entre todos, lo que los ancianos y jubilados aportan no es socialmente valorado ya que no producen, económicamente hablando, y en este sentido solo reciben. Pero tengamos cuidado con estas sutiles apreciaciones que nos han calado profundamente porque al final llegaremos, no sé si en el mejor de los casos, a ser mayores y nos pagará la próxima generación con la misma moneda que nosotros hemos pagado a la anterior. No podemos olvidar que estamos los unos en las manos de los otros. Como suele decir reiteradamente el Papa Francisco en la línea del rico humanismo cristiano, «los ancianos son el presente y el futuro… La vida es un regalo, y cuando es larga es un privilegio, para uno mismo y para los demás». Y estamos llamados, todos, a contrarrestar la cultura del descarte porque si no hay futuro para los mayores tampoco lo habrá para los jóvenes.
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