Muy poco comentada para lo que significa la imagen del Rey almorzando el otro día en la terraza de un restaurante de la plaza de ... Oriente con el presidente de Portugal, a la que ambos llegaron andando, interrumpidos por transeuntes que pedían hacerse selfies con Felipe VI, a lo que este accedió con amabilidad. Escena importante por dos aspectos reveladores: uno, porque la popularidad de un dirigente político se mide mejor por el recibimiento que la gente le hace por la calle que por las tan denostadas encuestas; dos, porque el gesto del monarca resulta ser la antítesis de la actitud del presidente del Gobierno, tan distante de la gente para revestirse de personaje importante, tan empeñado en aparecer como el número uno de este país. Solo que por mucho que lo intenta, el número uno almuerza rodeado de gente y él ya no puede salir a la calle sin que le abucheen.
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En términos de imagen, Pedro Sánchez está achicharrado. Ha llegado a ese punto en que un presidente de Gobierno ha pasado la raya de la impopularidad. A Felipe González le sacó de su placidez la corrupción, a Aznar el apoyo a la guerra de Irak, a Zapatero los recortes, a Rajoy la pasividad ante el problema catalán. Sánchez ya empezó mal, con su alianza con Podemos y los independentistas para llegar a la Moncloa y hasta en su partido reconocen que lo de los indultos le está dando la puntilla. Solo lleva tres años en el cargo, que es poco para tanto desgaste. Personalmente, se ha hecho antipático. A pesar del esfuerzo que hace por ofrecer buena imagen, o precisamente por ello, cada vez aparece más distante: Apegado al cargo, al Falcon, a los gestos grandiosos y a los bruscos giros políticos que están minando su credibilidad.
Para salir de este embrollo desde Moncloa nos llegan ahora mensajes difíciles de vender: que Sánchez va a indultar a los secesionistas catalanes en un acto de valentía que solucionará por la vía política el conflicto catalán y que una vez resuelto este escollo y con la mayoría de los españoles vacunados, en otoño acometerá una importante remodelación de su Gobierno que le impulsará a encarar lo que queda de legislatura. Pero resulta improbable que Puigdemont, Junqueras y los demás se olviden de la independencia así porque sí y más aún que culpar a González Laya y Marlaska de lo mal que funciona este gobierno vaya a suponer una mejor valoración popular del mismo. Haría falta que el presidente bajara de su pedestal y se sentara a comer, como el Rey y como tantos españoles, a almorzar en una terraza.
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