La razón del escepticismo
En la vida, en la democracia, tenemos siempre que hacer frente a problemas nuevos sin que nadie esté en posesión de la verdad absoluta.
Alfredo Ybarra
Jaén
Miércoles, 19 de marzo 2025, 09:39
Son tantos los que se llaman a sí mismos sabios sin tener ninguna duda, sin interrogarse, sin bracear en las procelosas aguas de la incertidumbre, ... que me cuesta distinguir entre el extenso humo de la insensatez la indócil levadura de mis venas, el temblor de mi pensamiento, el incierto sentido de la razón de las cosas. Por todas partes se erizan los arrogantes, los dogmáticos no admiten nada por encima de sus certezas absolutas. En política muchos de sus representantes han olvidado la relación inherente que existe entre ética y política, algo que Aristóteles señaló y que dice que la política, en su sentido saludable, requiere estar dotada y fortalecida por ciertas cualidades que la formación y la cultura contribuyen a desplegar, en particular, todo lo que encierra la idea del hombre bueno y la adquisición de las virtudes. En la nueva lógica política marcada por la confrontación y el maniqueísmo, no existe una realidad verificable y juiciosa. La razón la tienen los más poderosos. Lo que importa ya no es la verdad sino el impacto, el triunfo de lo visceral o de lo más simple sobre la complejidad de lo real.
En una época, donde los medios sociopolíticos y técnicos para la seducción y aborregamiento total de las masas están ya funcionando a toda máquina, urge preservar y ensanchar los resquicios de pensamiento crítico y antidogmático. Por eso procuro ponderar mi vida con unas necesarias dosis de relativismo, contemplación y escepticismo. Me acuerdo de aquella máxima de Goethe: «El niño es realista; el muchacho, idealista; el hombre, escéptico, y el viejo, místico.» Actualmente parece que asociamos el escepticismo a cierto negacionismo o a una postura relativamente incrédula, pero si hablamos del escepticismo como filosofía, como indagación en el conocimiento humano, nos referimos a mucho más.
En la antigua Grecia los filósofos escépticos (Pirrón, en el siglo III antes de nuestra era, está considerado como el fundador de esta corriente) de algún modo combatieron a quienes se arrogaban las certezas inflexibles. Propusieron la duda como ejercicio intelectual cotidiano, defendían los matices, la prudencia, el cuestionamiento, y desde luego, el razonamiento y el planteamiento contenidos. Sócrates situó la brújula: «Solo una vida examinada merece ser vivida».
El escepticismo parte de la investigación y llega a la conclusión de que no podemos afirmar nada concreto sobre el mundo con seguridad, solo podemos elucubrar. Hoy se están removiendo muchos principios de nuestra civilización, tal vez porque los habíamos asentado en la creencia de que teníamos las respuestas definitivas, cuando no hay respuestas definitivas. En la vida, en la democracia, tenemos siempre que hacer frente a problemas nuevos sin que nadie esté en posesión de la verdad absoluta.
Francis Bacon defendería la duda sobre lo que creemos saber, para que al indagar lleguemos a proposiciones correctas. René Descartes utilizó el escepticismo para alcanzar planteamientos sólidos, cuyo mejor referente es su locución: «Pienso luego existo». Inmanuel Kant, superaba el debate entre razón y sentidos llegando a la conclusión de que no podemos conocer las cosas por lo que son en sí mismas, sino porque son representaciones de nuestra consciencia. Y yendo más allá, Pascal lo dijo, el escepticismo como sentimiento religioso puede situarse cercano al misticismo. Muchos pensadores y creadores han seguido aquellas huellas de Sócrates y Pirrón que señalaron que sus verdaderos convencimientos eran el estremecimiento de la duda y el timbre de la curiosidad. Y hasta Ortega y Gasset con sus reticencias hacia un modelo escéptico está convencido de que la verdad sólo puede ofrecerse en indicios, nada más... y nada menos.
Mientras, entiendo el escepticismo como un medio de reflexión, como una forma de responder a los dogmas incontestables, a una vida de catón. Sólo en la duda aprendo a aprender, solo en la duda presiento la verdad, sólo palpito con el asombro, sólo dialogando, sólo preguntando y preguntándome sigo caminando.
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