Donde agitan las palabras

Somos evanescente reflejo

La literatura, como un misterioso espejo, nos enseña a mirarnos por dentro y mucho más lejos del alcance de nuestra mirada (...)

Alfredo Ybarra

Jaén

Martes, 4 de noviembre 2025, 23:28

Desde siempre los espejos han seducido e intrigado a la humanidad y han estado presentes en relatos y ritos de todo el mundo. En la ... Antigua Grecia, las brujas de Tesalia usaban los «espejos mágicos» para después escribir sus oráculos con sangre. Los specularii, sacerdotes de la Antigua Roma, los utilizaban en sus vaticinios. La catoptromancia, es una antigua práctica que utiliza los espejos para la adivinación.

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Hoy en día, los espejos están hechos con polvo de aluminio, o de plata, pero los egipcios utilizaban cobre que se asociaba a la diosa Hathor que era la contraparte del dios solar Ra y representaba entre otras cosas la magia. Los aztecas usaban obsidiana muy pulida, roca volcánica de color negro, para hacer sus espejos que vinculaban con el dios 'Espejo' que era el señor de todas las cosas y utilizaba los espejos para cruzar entre el reino terrenal y el inframundo. En muchas culturas los espejos representan la sombra del alma. También existe la superstición de que los espejos son una puerta de entrada para los espíritus malignos. Todavía persiste la creencia de que si rompes un espejo, tendrás siete años de mala suerte. Igualmente aún quedan sitios donde cuando muere una persona se cubren los espejos de la casa para que su alma no se queda atrapada en ellos.

García Lorca escribió del cantaor Silverio Franconetti que su voz, y su cante, abrían el azogue de los espejos. El universo del arte está repleto de obras que llevan más allá el significado de los espejos: Rubens, Velázquez, Miró, Picasso, Magritte…. Igualmente la literatura se elabora con espejos y es en sí misma un laberinto de espejos... ¿Y la poesía, no es tal vez un crisol de espejismos, de destellos ya telúricos, ya astrales; una reverberación del alma? También la poesía nos llama a bañar nuestra mirada en el especular río de Heráclito, haciendo que los versos sean un rayo persistente. La literatura, como un misterioso espejo, nos enseña a mirarnos por dentro y mucho más lejos del alcance de nuestra mirada y de nuestra experiencia, refleja nuestro yo inescrutable.

Y la poesía se convierte en eco de nuestros sentires: «Pero lo vi… Mi espíritu sin calma era ya de tu espíritu un reflejo. Toda mi alma se espació en tu alma, y en ella viose como en claro espejo», que escribió Pedro Antonio de Alarcón. Borges decía que somos meros reflejos, asociando el espejo con un dédalo y con la fugacidad de la memoria. Multidimensionales son los espejos en las obras de Virginia Wolf, Alan Poe, los Hermanos Grimm (con su versión de Blancanieves) o Lewis Carroll.

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Los espejos no olvidan y la literatura nos lo recuerda. Antonio Machado lo evidencia escribiendo: «agua pura y silenciosa/ que copia cosas eternas». También Machado nos dice que los espejos sueñan: «Leyendo un claro día/ mis bien amados versos/ he visto en el profundo/ espejo de mis sueños/ que una verdad divina/temblando está de miedo». Y el autor de Campos de Castilla sentencia: «Mas busca en tu espejo al otro, al otro que va contigo». Carmen Martín Gaite decía, en definitiva, que no debemos olvidar que lo que el espejo nos ofrece no es otra cosa que la imagen más fiel y al mismo tiempo más extraña de nuestra propia realidad.

Nuestro reflejo tiene el raro privilegio, como el arte, como la literatura, de dialogar con los vivos y los muertos. ¿Quién cuando se ha mirado al espejo no ha visto alguna vez la imagen de su padre? O de su madre. O de ese yo que no queremos reconocer. Cuando nos miramos en un espejo, lo que estamos viendo no somos nosotros, sino nuestro reflejo. La imagen que tenemos de nosotros se ve condicionada por lo que creemos que los demás perciben y opinan de nosotros. En definitiva nuestro rostro es el espejo de otro espejo. Los espejos reflejan, ocultan, mienten, deforman, confiesan…

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Miramos para ver, para reconocernos, para redimirnos, para seducirnos, para huir de nosotros mismos, para escrutar los signos, la vibración mecánica, del mundo, tras del azogue. Nos miramos en el espejo para creer que nuestra alma aún no se ha desvanecido.

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