Espejos de luz y sombra
No hay hombre ni mujer que no se haya mirado en el espejo y no se haya sorprendido consigo mismo, costándole sostener la mirada y reconocer el cóncavo fulgor de su íntimo aliento.
ALFREDO YBARRA
JAÉN
Miércoles, 8 de noviembre 2023, 11:36
Cuando me enfrento al vacío del papel o de la pantalla en blanco percibo ante mí un espejo donde se reflejan mis latidos más arcanos, ... mis deseos, mis inseguridades, mis fantasmas, la espuma encendida de mi extraño corazón, los caprichosos mimbres de mi pulso. Supongo que todo el mundo se encuentra en distintos momentos ante este mismo flash. Los espejos nos reflejan con su temblorosa evidencia. Ante ellos una cosa es segura: lo que vemos no es lo que somos. No hay hombre ni mujer que no se haya mirado en el espejo y no se haya sorprendido consigo mismo, costándole sostener la mirada y reconocer el cóncavo fulgor de su íntimo aliento. Sólo unas poderosas excepciones son capaces de embelesarse en la plenitud de su reflejo. Una de ellas es 'La venus del espejo', de Velázquez, que hace unos días fue objeto del desatino insensato, del disparate en el que tan inmersos estamos en este tiempo disruptivo. Venus, como diosa que es, se embelesa ante su inmortal belleza, mirando a un espejo que sostiene Cupido, su hijo, el dios del amor sensual.
Seguramente uno de los objetos que a lo largo de la historia de la humanidad ha tenido más simbolismo es el espejo. La literatura y las diversas mitologías de la Antigüedad nos abren a través del espejo perspectivas alegóricas de gran simbolismo, como la de Alicia o la del escudo contra la Medusa. De la vanidad de vanidades medieval al autoconocimiento renacentista, de la superstición al infinito establecido entre dos espejos enfrentados.
En miles de obras el espejo se convierte en actor esencial, un imán misterioso que ejerce un extraordinario poder de atracción. Refleja, oculta, subyuga, miente, deforma, atraviesa, revela, fascina, sobrecoge… Desde Ovidio pasando por H.P. Lovecraft, Virginia Woolf, Isaac B. Singer, Hoffmann ,G.K. Chesterton, Lewis Carroll, los hermanos Grimm con su versión de Blanca Nieves, Borges (obsesionado con el misterio «abominable» del reflejo duplicador), Allan Poe, Bioy Casares. Charles Perrault, Michael Ende o Roberto Bolaño, son multitud los autores en cuyas obras los espejos tienen una enorme influencia. «El espejo es quizá el único objeto verdaderamente metafísico que conocemos; el único objeto verdaderamente mágico; es un objeto que duplica el mundo, que crea un mundo paralelo; como el arte; como nuestra mente», explica el escritor Andrés Ibáñez, autor de A través del espejo (Atlanta, 2016), una subyugante antología que recopila un gran número de textos que a lo largo de la historia han recogido y reflejado la atracción que el ser humano ha sentido ante el espejo, desde el reflejo de nuestros antepasados en los ríos y lagos, o en los primeros azogues de cobre, hasta nuestros días.
Los espejos no reflejan lo que nosotros queremos que reflejen, sino el universo de nuestra existencia tal como es, dispersa y huérfana, quimérica y repleta de preguntas. Los espejos están ahí para escuchar nuestra eterna pregunta: ¿Y yo quién soy? Y para mostrarnos el brocal de las brumas espesas, de los hondos arpegios de las certezas. No debemos olvidar, como dijo Ana María Matute, que lo que el espejo nos ofrece no es otra cosa que la imagen más fiel y al mismo tiempo más extraña de nuestra propia realidad. Y no olvidemos tampoco que los espejos que miramos se están mirando en otros espejos que a la vez se reflejan en el azogue lunar de los sueños.
Tengamos en cuenta, como Alicia ante una encrucijada de caminos, que pregunta al gato Chesire: «¿Podría decirme, por favor, qué camino debo tomar?», y éste le responde: «Eso depende de adónde quieras ir». Pero mientras, observo golpeada la imagen de 'La venus del espejo' y su metáfora me deja sin aliento.
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