Libro abierto. Pixabay

Aforismos tronantes

Bueno es acercarnos al aforismo inteligente, esa flecha que se clava en el corazón de la emoción, de la conciencia o de la memoria

Alfredo Ybarra

Jaén

Martes, 19 de septiembre 2023, 22:48

En los últimos años estamos viviendo una auténtica proliferación de libros, revistas digitales y acontecimientos variados que enfatizan la vitalidad actual del género aforístico, no ... sólo en los ámbitos literarios sino en el gran espectro vital y muy en concreto en el impetuoso universo de las redes sociales. Se podría decir que este breve y escurridizo género, tan denostado de la exégesis literaria, vive su momento de mayor esplendor. La consecuencia de esta consolidación fue la apertura del portal temático Aforística Española Actual en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Los aforismos, los proverbios, las moralejas, los refranes y sentencias, vienen de lejos. Ya en la Biblia, escritos varios cientos de años antes de Cristo, encontramos textos aforísticos en el libro de los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, y tantos otros. Jesús, Mahoma, Confucio o Buda cuentan sus discípulos que se expresaban a través de aforismos. Los presocráticos, como Hipócrates, Esquilo o Píndaro, fueron muy aficionados a ellos. 'Conócete a ti mismo' es una famosa frase grabada en el atrio del antiguo templo de Delfos. Siempre han existido máximas que nos han prescrito pautas a nivel popular, docto, ideológico…

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En nuestro panorama literario actual hay autores que logran una gran altura en el ejercicio depurado del aforismo. Por eso, hoy, más que nunca, podemos dar la razón a José Bergamín cuando dice que el aforismo no es breve: es inconmensurable. Carlos Castilla del Pino prefirió el verbo aflorar, como apariciones que abrían caminos, cuando publicó 'Aflorismos. Pensamientos póstumos', donde escribió, por ejemplo, que la vejez comienza donde no hay proyecto. Pero al mismo tiempo, a nivel de calle vivimos en un universo donde prevalece la brevedad fútil, la simplificación del argumento; donde hay una significativa falta de sistemas articulados de pensamiento: nos conformamos con un puñado de recetas de luz corta, que mantienen nuestra percepción y nuestros anhelos en un límite exiguo. Nos dejamos deslumbrar por esos sabios de almanaque con sus verdades de Perogrullo o falacias, escritas con la grandilocuencia de un petardo callejero. Sin embargo, vivimos buenos tiempos para aforistas inteligentes que saben que no todas las frases aparentes y enfáticas son adagios felices. Porque el aforismo deslumbrante es impar, franco y desconcertante. Por eso dice el escritor Ramón Eder que los aforismos sin punta son como escotes puritanos.

Y estoy escribiendo sobre este género, tan aceptado en los cánones literarios actuales, a raíz de haberme embebido en la breve intensidad deslumbrante de los haikus que me descubre el profesor, escritor (colaborador de IDEAL) y amigo Manuel Molina. También vienen a mi memoria las greguerías de Gómez de la Serna, los epigramas, los 'artefactos' de Nicanor Parra, los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory, las 'glorierías' de Gloria Fuertes, los aforemas (híbridos entre aforismo y poema). Y recuerdo a Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Bergamín o Max Aub, entre otros, que fueron pivotes del moderno aforismo hispano. Una tradición donde labraron autores como Don Juan Manuel, máximo exponente del aforismo medieval español, quien, en 'El Conde Lucanor', encomia la duda como fuente de conocimiento y de posicionamiento en el mundo, sentenciando: «La dubda et la pregunta fazen llegar al omne a la verdat».

Bueno es acercarnos al aforismo inteligente, esa flecha que se clava en el corazón de la emoción, de la conciencia o de la memoria y nos libera del piloto automático del discernimiento.

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