Ya se acerca otro verano. Y ya casi nadie habla de las víctimas de la covid-19. Las mascarillas, capaces hace nada hasta de derribar ... gobiernos, duermen el sueños de los justos. Si te la pones para salir a la calle te miran como a un bicho raro. Realmente tampoco sabemos a ciencia cierta si estos tapabocas fueron de gran eficacia. Yo sé de conocidos míos que militaron como talibanes en medidas de protección contra este virus y que lo pillaron los primeros. Y de otros bastante descuidados que todavía siguen sin que los visite el bicho chino. Escuchábamos entonces disparates en boca de 'expertos', que hoy dan risa, si no fuera tema para llorar. Por ejemplo, nos decían por la tele los especialistas que con el calorcito del verano de 2019 el virus se iría. Eran los mismos que aconsejaban limpiar todo con lejía, dejar alimento en cuarentena antes del consumo. Eso sin entra en los desquiciados que abogaban por echar lejía al agua de mesa. Respecto al ínclito Dr. Simón, cuya triste figura me recuerda una morgue, mejor me callo. Si hoy gana un sueldazo, se lo curró; porque él solito era el 'comité de expertos', y se tragó muchos marrones de políticos que nos mentían sin decencia. Estamos ya tan acostumbrados a sus mentiras que ni caso.
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La realidad de este colosal drama es que seguimos sin conocer cómo, cuándo, porqué, y dónde empezó. Nadie discute que el virus nació en China, pero China es inmensa, y sus peculiaridades políticas dan miedo. Por ello éste será otro de los enigmas de la historia que llenen programas sensacionalistas de la televisión. Es que el devenir de esta historia oscura se gestó en las cloacas de un régimen comunista. Nunca se sabrá la verdad, y así será difícil acabar con este virus. Motivos sobrados hay para el pesimismo. Basta con recordar el rechazo del gobierno chino cuando unos expertos de la OMS visitaron en febrero de 2021 China, y particularmente el laboratorio de virología de la ciudad de Wuhan, tratando de averiguar el origen del problema.
Han pasado más de dos años y a día de hoy una epidemióloga de la OMS, María vanKerkhove, respondiendo a una información de la revista Nature, afirmó a la prensa que este organismo no ha abandonado la investigación sobre el origen del covid, pese a que ella misma en otra entrevista anterior dejó caer que no se avanzaba en este tema «porque la política (china) obstaculiza la labor de los científicos». Está pues claro que China no quiere más investigadores curiosos por allí. Y eso que los responsables de esta organización mundial en ningún momento molestaron al gigante chino con preguntas inquietantes. Hasta dejaron caer que era 'altamente improbable' que la epidemia se deberá a un accidente en el laboratorio virológico de Wuhan, cuna al parecer de la pandemia, donde se trabaja desde hace tiempo investigando este virus. Sin embargo a los chinos les fastidia que nos hagamos preguntas quienes no estamos mentalmente tarados para pensar libremente. ¿Es o no curioso que el virus surgiera allí y no en cualquier ciudad occidental sin laboratorios virológicos de riesgo?
Lo que pasa es que los políticos chinos no están acostumbrados a tratar con ciudadanos pensantes; por eso allí a la mínima insinuación, les largan con viento fresco. Además, les sobra población; sobre todo de viejos, a los que ni vacunaron. Allí un millón de muertos improductivos no es noticia. Allí nadie protesta. Allí, como en todas las dictaduras, el miedo tapa bocas con mascarillas de acero. Basta con ver la naturalidad con la que ahora Putin amontona cadáveres de su ejército, jóvenes conducidos al matadero por un asunto de imperialismo trasnochado. No hemos visto ninguna manifestación contra el sátrapa ruso por esta carnicería, y por el desastre económico al que conduce a sus rebaños de nuevos siervos, que recuerda al viejo zarismo de aquel domingo sangriento frente al palacio de invierno. A la última familia de zares su despotismo les llevó al paredón; pero hoy Putin no teme a posibles opositores ante su nuevo terror rojo. El comunismo, como cualquier dictadura, funciona así, con miedos y silencios. Por eso todavía hoy asistimos a silencios cómplices capaces de asesinar millones de seres humanos, caso de esta pandemia cuyo origen solo lo conocen los chinos. Desde luego todo empezó mucho antes de lo que nos contaron. Permitieron que su silencio infectara al mundo, y que el virus pudiera acabar con media humanidad. Nos salvó la ciencia. Esa es otra: la vacuna china ha demostrado ser menos eficaz que las mascarillas caseras. Respecto a la española, todavía la estamos esperando. Imaginen lo que habría pasado en España si el mundo civilizado no fuera global. Así que seamos humildes y agradezcamos que otros invierten más en ciencia, Es que esta pandemia, de nuevo, dividió el mundo en dos: civilizado y subdesarrollado. Su frontera la marca la escala de valores, la ciencia, la cultura y la democracia. Nosotros estamos por suerte en el grupo primero, pero vamos a la cola. Al menos podemos opinar libremente. Algo es algo.
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