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La isla mínima

Tabarca es la más pequeña del Mediterráneo, a una hora en barco de Alicante. Recibe 5.000 turistas cada día, atraídos por sus aguas cristalinas y el caldero de gallina, pero en invierno no llegan a veinte vecinos. ¿Cómo se vive aislado en un peñasco en el mar?

yolanda veiga

Lunes, 31 de agosto 2015, 10:10

Amediodía llegarán hasta los 32 grados, aunque la brisa del mar rebaja un poco la sensación de sofoco. A resguardo de un buen toldo, el caldero de pescado se sirve caliente, acompañado opcionalmente de patatas y alioli casero. Se hierve gallina, lechola o mero, lo que traigan fresco ese día, y con el caldo preparan luego el arroz. En Casa Ramos lo preparan «melosito» y despachan entre 200 y 250 raciones al día (22 euros). Están en la Plaza Grande, que en realidad es «la placita del pueblo» de Tabarca, una isla a una hora de Alicante en barco con una orografía singular (tiene forma de ocho), un entorno natural único (fue declarada en 1986 la primera Reserva Marina de España para proteger las praderas de posidonia oceánica), un tirón turístico que multiplica por cien su población en verano (recibe 5.000 turistas diarios) y un auténtico récord: es la isla habitada más pequeña de España y de todo el Mediterráneo.

Tiene 1.800 metros de largo y 400 de ancho, unas treinta hectáreas de las que por lo menos veinte son campo sin cultivar. En otro tiempo se sembró trigo y cebada pero llueve tan poco que el riego se complica hasta los años 80 no había agua potable y un barco cisterna de la Armada iba desde Cartagena y, con una tubería, llenaba los pozos. En las otras diez hectáreas, las que dibujan la parte pequeña del ocho, se agrupan los vecinos. Según el último censo son 59, aunque no llegan ni a veinte en invierno. No es tanto por el frío muchos días disfrutan de 15 grados y pueden pasar dos meses sin llover sino por el aislamiento.

EN CORTO

  • La isla de Sara Montiel

  • La artista tenía amigos en Tabarca y veraneó allí varios años. «Estaba un mes seguido y se comportaba como una vecina más. Varios tabarquinos fueron al funeral», cuenta José Manuel Pérez, director del museo. Kelme tenía fábrica en Elche e invitaba a algunos deportistas a visitar la isla Pau Gasol, Iker Casillas... «También ha estado varias veces Florentino Pérez con su barco».

  • El archipiélago

  • Tabarca es en realidad un archipiélago compuesto por la isla de Nueva Tabarca o Isla Plana (llamada simplemente Tabarca) y tres islotes deshabitados La Cantera, La Galera y La Nao.

Inconveniente del que Antonio Ruso ha hecho virtud. Tiene 35 años, es el presidente de la asociación Tabarca Cultural y es el tabarquino más joven. Nació en Alicante ciudad a la que pertenece administrativamente la isla y estudió en Elche, pero siempre ha sentido suya la tierra de sus padres. «Ellos fueron incluso al colegio aquí, lo cerraron en los años 80». Porque Tabarca fue mucho más de lo que es hoy. Se han encontrado restos de la época romana pero empieza a escribir su historia moderna en 1770, cuando el rey Carlos III ordenó fortificarla y levantar un pueblo en el que alojar a varias familias de pescadores de Génova que estaban cautivos en la ciudad tunecina de Tabarka. De ahí el nombre, aunque oficialmente se llama Nueva Tabarca o Isla Plana (el punto más alto se eleva 15 metros).

En realidad hay un lugar más alto, el faro, en funcionamiento desde 1854 aunque deshabitado porque el farero vive en el de Santa Pola. Es el punto de la península más cercano 2,35 millas y Alicante queda a 11 millas. Allí viven los padres de Antonio, que por cierto tiene apellido de origen genovés (también hay muchos Parodi, Manzanaro, Pittaluga...). Su madre va y viene desde Santa Pola y regenta la única tienda que abre todo el año en Tabarca. Vende conservas, verduras y unas diez barras de pan. En invierno solo abre los fines de semana... si llega el barco, claro.

En julio y agosto arriban cada media hora desde Santa Pola (15 euros ida y vuelta) y también hay conexiones con Alicante, Torrevieja y Benidorm. Pero cuando llega el frío hacen un par de viajes y ninguno si hay temporal. «Los mayores cuentan que en los años 80 hubo tal tormenta que hundió varios barcos y tuvo que venir el helicóptero a traer comida», comenta Ruso. Y no hace tanto ocurrió algo parecido. «En 1993 estaba trabajando en unas excavaciones arqueológicas y entró un temporal de levante tan brutal que me quedé una semana atrapado en Tabarca. Entonces la luz se obtenía con generadores pero se acabó el gasoil y estuvimos tres días con velas porque hasta 1996 no llegó el cable vía submarina. La Diputación estuvo a punto de mandar al helicóptero con comida».

La anécdota (más bien el susto) la rescata José Manuel Pérez Burgos, director del Museo Nueva Tabarca, que recibe casi 10.000 visitas al año. En invierno van los escolares y ahora, los turistas, que después de la visita y el chapuzón (hay media docena de calas de agua cristalina) no dejan una mesa libre en los treinta bares que abren en campaña estival ni una sola cama de hotel disponible. «Estamos a tope, nos llaman cuarenta o cincuenta personas al día y a todos les tenemos que decir que no. La gente reserva con mucha antelación, desde marzo», se disculpa Alexandra López, empleada del Hostal El Chiqui (100 euros la habitación con desayuno y 80 en temporada baja). Abren todo el año pero «de enero a marzo pasan semanas en las que no viene nadie». Y si no hay turistas durmiendo en el hostal, tampoco van a comer el menú a Casa Ramos. Estos días refuerzan la plantilla con once empleados, pero el resto del año la dueña y dos más casi sobran. «En invierno el primer barco sale de Santa Pola a las diez, así que no abrimos hasta esa hora. Pero hay días en los que no entra ni un cliente. Cuando ponemos diez mesicas nos damos por satisfechos», cuenta Jorge Albero, uno de los responsables de este restaurante de guardia, porque no cierra más que el mes de enero.

En verano abren 30 bares y Casa Ramos sirve más de 200 menús «pero en invierno pasan días sin que entre nadie». En los 90 un temporal les dejó aislados una semana, con velas

La moda de casarse allí

De guardia también hubo un tiempo una pareja de la Guardia Civil, en la Torre de San Juan, un antiguo establecimiento militar que José Manuel Pérez ha reclamado al Ayuntamiento que se lo ceda como museo. Ahora va de vez en cuando algún agente (también hay un policía municipal, dos en verano). Servicios mínimos, como los del médico. Un doctor atiende dos o tres días a la semana estos meses («esguinces, picaduras de medusas...») y un ATS está todo el año. «Solo para lo básico, te da alguna pastilla que tiene por ahí, pero no hace recetas y si es algo grave tiene que venir el helicóptero». Por no haber, no hay ahora mismo ni cura. En la iglesia de Tabarca oficia don José Navarro, el párroco de Santa Pola. Da misa los domingos a las once de la mañana, pero están en obras «ahora se ha puesto de moda casarse aquí. No solo en la iglesia, también en la muralla, aprovechando la puesta de sol».

Cuando el sol se vaya se marcharán también los turistas, porque el furor dura solo hasta mediados de septiembre. José Manuel casi cuenta los días. «Es una verdadera locura, un disparate. Hay turistas que se marchan decepcionados por la cantidad de gente que hay hay cola en el restaurante, no hay sitio en la playa... Tabarca es una verdadera joya patrimonial pero no es un espacio preparado para avalanchas como estas. Ese es nuestro caballo de batalla».

El boom del turismo empezó en los años 60 porque hasta entonces la almadraba hizo girar la economía de la isla en torno a la pesca del atún. Hoy solo están autorizadas las artes de pesca artesanas: el curricán de superficie y la moruna. «De niño salíamos a pescar peces, pulpos... lo que pilláramos por ahí, entonces se podía. Y así nos divertíamos los chavales, recorriendo la isla», recuerda Antonio Ruso.

¿Y ahora, cómo se divierte?

Echo de menos ir al cine y ver a los amigos, pero la libertad que tengo aquí... Organizo recitales de poesía, conciertos y exposiciones, es un trabajo que hago de manera voluntaria. De profesión soy carpintero y no me falta trabajo. Durante el invierno hago arreglos en las casas de las familias que solo vienen a pasar el verano. Me dejan las llaves y les pongo la cocina nueva, les arreglo las puertas, pinto las habitaciones... No tengo horario ni ataduras.

En Tabarca hay unas trescientas casas pero en un mes se vaciarán casi todas. Quedará abierta la de Antonio; también la de Fina, una mujer de 82 años que vive con sus hijos «y no necesita médico»; y la de esa pareja de alemanes que llegó a la isla hace cuarenta años en un velero y ya no se fue. La verdad es que dan ganas de quedarse... al menos en verano.

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