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De lo sublime y lo ridículo

Carrera ·

La ética no se impone por decretos o leyes, sólo puede lograrse con el ejemplo, con el ejemplo de quienes nos representan

Alfredo Ybarra

Jaén

Miércoles, 15 de noviembre 2017, 00:14

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Decía Tarradellas que en política "se puede hacer de todo menos el ridículo". La frase se ha vuelto a poner en valor en estos días de delirio y sainete en una Cataluña a la que le va a costar digerir tanto dislate "simbólico" independentista, cuando unos, en nombre de todos, se han saltado con supino capricho lindes de los códigos democráticos y legales que son en gran medida nuestras referencias para convivir en la transversalidad de las diferencias y coincidencias. Han dejado, mientras actuaban, sonriendo con sarcástica sonrisa, brechas que va a costar cerrar, y, la crisis más importante de nuestra última historia democrática. Jugando a estar en otra órbita, pero sin salirse en el fondo de los soportes del Estado Español, bailando en la doble moral, han incendiado una situación que se debería de haber llevado, desde Cataluña sobre todo, y desde el estado, por otros derroteros. Y ahora empiezan a decir que todo era una representación simbólica. Ante esta cuadrilla, que aunque iban de iluminados sabían perfectamente que lo que hacían lo hacían de mentirijillas, la farsa era todo un farol, jactancioso y sin fundamento, que en un bucle en definitiva, satirizaba los aspectos ridículos y grotescos de ellos mismos. Todo un logro escénico. Crearon un ovillo, para luego quedar enredados en él. Y es que en el fondo, como decía Napoleón Bonaparte:”de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso”. Algunos de los que pintan canas se acordarán de aquella noche mágica en la que en el programa El Mundo por Montera con Sánchez Dragó como presentador, Fernando Arrabal nos habló del "mileniarismo" en un caleidoscópico monólogo ante los atónitos invitados y espectadores. También muchos recordarán a Umbral enfadado en el programa "Queremos saber", que conducía Mercedes Milá con el escritor insistiendo en que "yo he venido a hablar de mi libro". Qué difícil es para algunos de nuestros personajes populares lidiar con la fama. Fernando Fernán Gómez fue uno de los mejores actores que hemos tenido nunca en nuestro país. Además, fue escritor y director de cine. Pero eso no quita que, en algunos momentos, pudiera tener un humor complicado. Así ante las cámaras mandó "a la mierda" a un admirador que quería un autógrafo. Y otro momento surrealista de nuestra televisivo fue aquel en el que Camilo José Cela que sería todo un premio nobel, afirmaba, en el programa 'Buenas noches' de Mercedes Milá, que era capaz de absorber agua analmente "la habilidad que tengo que es la de absorción de litro y medio de agua por vía anal... si quieren, tráiganme una”. Pero estos aconteceres son televisivos, a fin de cuentas, propios del entretenimiento. Pero el problema es cuando la política se embarulla y los políticos no saben bien quienes son, si Quijotes o Sanchos, si están en el estrado de lo sublime o en el teatrillo de la ridiculez haciéndonos a todos comulgar con ruedas de molino. Muchos, y el ejemplo catalán, el de esos independentistas volando sin alas en la desmesura, nos sirve como referente, son seres teatrales. Hoy más que nunca necesitamos políticos que busquen la razón, el sentido común, la honestidad, el diálogo, la justicia, la empatía, la transparencia, la ética, el bien común. Esos políticos son los que pueden acercarse a lo sublime, a lo eminente, a la grandeza admirable. Sin embargo aquí, allá, cerca de nosotros, hay mucho charlatán de brocha gorda, que con aliñada prosapia y fácil verborrea puede trazar dos líneas y decir que eso es la república de Arcadia, para más tarde decir que posiblemente el trazo no estaba suficientemente estudiado y seguir tan ancho, hablado de "milenarismo". Sublime es el trazo intenso que refunda el sentido y la armonía que deja escuchar los profundos sones de las entrañas de nuestro universo y los transcribe en nuestra conciencia. Como alguien, que ahora no recuerdo vino a decir: la vida, el arte, la política,… se acercan a la perfección cuando parecen ser naturales, y la naturaleza triunfa cuando entraña un arte secreto. La ética no se impone por decretos o leyes, sólo puede lograrse con el ejemplo, con el ejemplo de quienes nos representan. Y es que no se trata de ser sublimes, no, se trata de querer serlo en cada momento.

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