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Provincidio

El poyete ·

Tan eludidos estamos por estos pagos que los que mandan no nos visitan para prometernos lo de siempre

ANTONIO AGUDO

JAÉN

Lunes, 17 de septiembre 2018, 12:57

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El concepto de la España vacía engloba a lo que ocurre en esta provincia secularmente. Jaén forma parte de la España eludida o evitada y basta demostrarlo enseñando los mapas que cartografían la sesgada geografía inversora de los últimos decenios. A poco que uno se asome a la barandilla que deja ver los pogüerpoints de los modernos agrimensores se da cuenta como nos eluden las vías del tren. Que la capilaridad de los raíles riega otros territorios. Lo mismo pasa con las carreteras o los caminos que sólo pasan por aquí y de los de aquí. Somos como la clavícula para la aorta: un pequeño inconveniente para conectar las partes que les importan.

Cómo muestra ese botón absurdo en la chaqueta de los responsables que tomaron la decisión de que un tren parara en Linares-Baeza y en la que no podrían bajar ni subir pasajeros, sólo se permitiría el cambio de conductor del convoy que unirá Madrid con Granada. Para mear y no echar gota. Otras de esas bofetadas que tan a menudo nos cruzan la cara y que solemos soportar con silenciosa resignación. Tal barbaridad se iba a cometer que el patricio ministerial de turno se apresuró a salir al ágora digital que sombrea las alas del pajarito de Twitter y escribir, muy estupendo: ya he dado órdenes para que ese Talgo tenga parada intermedia en Linares-Baeza. Es decir que antes hubo órdenes que ordenaron lo contrario. Lo que valida la teoría de que la España eludida existe y que cuánto más se elude desde el BOE o desde el BOJA territorios como el de esta provincia se vuelven más livianos e incorpóreos. Tierras que van entrando en la memoria desvaída de lo soñado y lo legendario. Nos estamos convirtiendo en esos páramos que transcurren fugaces y que quedan envueltos en la bruma. Paisajes que excitan la imaginación del viajero que mira desde la lejana ventanilla de un tren que siempre va a otra parte. Forasteros que idean fantásticas historias hasta llegar a esas modernas y cosmopolitas estaciones ferroviarias en las que la realidad les limpian los pocos jirones de serranía y campiña que se dejaron entre medias de su salida y llegada.

Tan eludidos estamos por estos pagos que los que mandan no nos visitan para prometernos lo de siempre, salvo en fin de semana o porque les pille de paso o de dieta una cita capital y capitalina. Somos estación de tránsito en la que apenas se apean los gerifaltes para ordenar el cambio del conductor por el correturnos de turno. En el sentido literal y el figurado. Nos eluden en este prolongado provincidio en el que se cuenta que un paisano suicida quiso poner fin al mal de amores que sufría y se tumbó en las vías del tren a la espera de escuchar el pitido mortal de la locomotora. Murió de hambre.

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