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Miércoles, 17 de abril 2019, 00:00
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Sin vítores, sin 'levantás' con dedicatoria, sin conversaciones en voz alta -o al menos esa es la regla implícita-. Es la procesión más solemne, más sobria, más diferente. Para muchos, la más especial. La estación de penitencia de la Hermandad de Penitencia y Cofradía de Nazarenos de Silencio del Santísimo Cristo de la Humildad y María Santísima Madre de Dios pudo salir a la calle un año más, cerrando el Martes Santo en la capital jienense.
Un único paso compone el cortejo. Desde su primera salida procesional en 1957, la imagen de la hermandad siempre ha querido dar lección catequética de penitencia y humildad, con el hábito de estameña marrón con ausencia de capirote bajo el caperuza, esparteñas sin calcetines, cíngulo de esparto, apagado de luces y, sobre todo, silencio. Como cada año dentro del templo, antes de la salida, se impone la norma del silencio, ese en el que todos sus nazarenos realizan la estación de penitencia, en recogimiento por las calles en penumbra de la capital jienense. La ausencia de ruido solo se quiebra de la mano de las cadenas, el golpe de bastón o las escasas palabras que el capataz dirige a los costaleros. En algunos puntos, el silencio también se rompe por la música lejana de la Banda Municipal de música de Escañuela, que acompaña a María Santísima del Mayor Dolor, de la Hermandad de la Clemencia.
Porque como versaba al comienzo de este texto, la ausencia de vítores pone en valor aún más el trabajo de los que componen el cortejo. Sin gritos de ánimo, sin aplausos, sin esa motivación que aporta el ruido colectivo. La solemnidad inunda cada rincón por el que pasea la hermandad. Desde los penitentes sin capirote atados por cadenas hasta el último hermano de luz descalzo que tiene promesa, pasando por las calles sin luz. Y es que tal y como recogen los estatutos de la cofradía, el fin básico de esta Hermandad es dar culto a Jesucristo en su pasión, contemplando su humildad, y a la Santísima Virgen en la mayor de sus gracias, por ser la Madre de Dios.
Contemplar el final del desfile procesional es, cuanto menos curioso, debido al contraste entre el silencio y el ruido. Al término de la misma, el público comienza a pasear, a andar en distintas direcciones, a conversar. En definitiva, vuelve al ruido, y deja atrás la oscuridad para volver al bullicio. El silencio es solo un paréntesis.
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