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POR QUÉ LO LLAMAN URBANISMO CUANDO SOLO ES DESPROPÓSITO

LÍNEAS DISCONTINUAS ·

Vivimos en una ciudad muy fea, menguada escribe con generosidad de amante don Antonio

ANTONIO AGUDO MARTÍN Y ERNESTO MEDINA RINCÓN

JAÉN

Sábado, 10 de febrero 2018, 02:07

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Las Líneas de hoy son un lamento por las decisiones urbanística que se han tomando en la capital y que la han convertido en una ciudad fea, lejos de ser cómoda y acogedora. El maestro Agudo, sin decirlo, dirige su queja a la ambición política y económica, mientras que Ernesto Medina pone su esperanza salvadora en la conciencia ciudadana. Ambos echan mano de la metáfora para describir la ciudad que viven.

JAÉN MENGUADA

Por ANTONIO AGUDO MARTÍN

Jaén se dobla sobre sus rodillas sin poder correr por la campiña en dirección a la llanura

Por qué en la ciudad de Jaén no hay sitio para colocar grandes avenidas. En otras ciudades da gusto pasear por las amplias alamedas que bordean glorietas en las que se remansan los ríos del tráfico. Calles de numerosos carriles y dobles sentidos. En Jaén, cuando las hay, las manifestaciones y carreras populares se tienen que aguzar, afilar para no perder el paso. Me pregunto, como forastero después de años de andar por aquí, que por qué a la ciudad la han empequeñecido tras tantos ensanches, ambiciosos granejes y engoladas zonas de expansión. Los viales siguen siendo delgados y estrechos. Ahogados por la altura de los edificios mientan a la madre que parió a las políticas urbanísticas que los han ido menguando y solapando. Calles que nunca llegan a plazas en las que sentarse a ver pasar la vida. Calles que envidian los lejanos parques cómo abuelas tomando el solecico en un rincón del quicio de la puerta.

Lejos de estirarse y ensancharse, al caer de la ladera en la que estaba encaramada, Jaén se encoge toda hecha de color marrón y asfalto. Sonámbula de verdes y reseca de fuentes y caños. Los barandas de pegous y potaus la han vuelto a ceñir con el corsé de la plusvalía y de a tanto el metro construido.

Jaén se dobla sobre sus rodillas sin poder correr por la campiña en dirección a la llanura. Entre calambres se acuerda de las chapuzas estéticas que le han hecho a su piel mal asfaltada, peor adoquinada y estriada de baches y acné de olvido. Llora Jaén sus casonas y patios bravíos perdidos en los pozos sin fondo de la ambición.

Rememora la elegante sombra, borrada para siempre, de palacios y nobles edificios caídos mientras que en los despachos se miraba a otro lado. Llora Jaén a su cola perdida en el monte de Santa Catalina tan lejos de su cabeza que no se la puede morder. Lagarto sin circunvalación y de estrechas avenidas y desvencijadas callejas en un casco antiguo que se ha quedado viejo y olvidado.

Apenas unas espadañas y las imágenes desleídas en sepia y años señalan dónde estaban empedrados, artesonados, fachadas, teatros y feraces huertos. Umbrías habitaciones y celosías palaciegas hechas en siglos y siglos destruidas en segundos. Jaén se comprime y reduce mientras los jienenses siguen a lo suyo que parece que no va con su ciudad con tantas ansias de respirar.

BELLEZA MENGUANTE

Por ERNESTO MEDINA RINCÓN

Vivimos en una ciudad muy fea, menguada escribe con generosidad de amante don Antonio

Mi compañero de página, el maestro Agudo, es capaz de hacer poesía sobre la fealdad. Es necesaria mucha inspiración para acometer con prosa lírica en la que resplandecen metáforas y epítetos el urbanismo de Jaén. Cargado de buenas intenciones mi compadre consigue que las palabras tergiversen la realidad. Es la misma situación que me fascina con las fotos que publica el IDEAL de las calles de la ciudad. Los encuadres e instantáneas que consiguen los fotógrafos de nuestro periódico transmutan lo cutre en belleza, aunque cada vez que salimos a pasear la evidencia se impone: vivimos en una ciudad muy fea, menguada escribe con generosidad de amante don Antonio. Sin que haya razón o motivo. Alrededor de un entorno natural sublime fueron los tiempos trazando calles, callejuelas y callejones, plazas y plazoletas, con el encanto que la orografía rompía la monotonía de la planicie en la obligación de pespuntear cuestas y escaleras. Sin embargo un día... aquella belleza que había cautivado a tantos galanes reflejó en el espejo matutino las primeras patas de gallo que fueron ignoradas en una indiferencia que tenía tanto de soberbia como de desidia. Confiada en el resplandor todavía casi intacto de su hermosura, que realzaba con la compostura justa de afeites, aderezos y vestuario fue incapaz de percibir que era el aviso, aún tenue, de un deterioro que se cernía imparable si no se disponían cuidados previsores: cremas rejuvenecedoras, alimentación equilibrada, ejercicio físico, horas de sueño suficientes. Cuando se hubo percatado del deterioro, era tarde. Arrugas, manchas en la piel, calveros en la cabeza, cordones de grasa, varices. Los vestidos que antes la iluminaban eran ahora ropajes estridentes de fantoche. Visitó curanderos de medio pelo, alguno dijo llamarse cirujano de estética, que acentuaron su ajamiento. Se abandonó a su suerte con el pelo lacio y graso, las medias con agujeros, los zapatos sin tapas en el tacón y los abrigos con lamparones en la pechera y desgarros en las mangas. Dejaba en las calles el tufo rancio de la decadencia, la mugre y el sudor, cuando recurrió a un postrer intento de pacto con el Diablo. En el momento de firmar el acuerdo comprendió que, vendida su alma,... la ciudad sería un espectro condenada a desaparecer en los lodos del tiempo. No cabe quejarse de alcaldes nefastos o especuladores infames. A Jaén sólo la salvarán el amor, el cuidado y la conciencia de sus habitantes.

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