

Luis Berges Roldán
Mañana recibe el mayor reconocimiento de la ciudad y, pasado, cumple 100 años: hablamos con Luis Berges Roldán
Pasear por Jaén es repasar su huella histórica. El palacio de Villardompardo, los Baños Árabes, la iglesia de la Magdalena, el Museo Provincial y el ... Hospital de San Juan de Dios, entre otros, llevan el nombre del arquitecto Luis Berges entre los ladrillos de su recuperación. Capas de un pasado que pueden lucirse gracias a su implicación y trabajo que hizo en el pasado. Mañana, lunes, el Ayuntamiento le otorga la Medalla de Oro y lo nombre Hijo Predilecto de la ciudad, un honor que todavía trata de asimilar. Prepara su celebración, junto con la de su cumpleaños, el 17 de junio, con 100 años de vida que lo vinculan profundamente a las raíces de la ciudad que lo vio nacer y florecer en su profesión. Entregó sus mejores años a Jaén, y él, admite, lo hizo «encantado».
–A pesar de haber nacido en Jaén, se marchó a Madrid a estudiar y empezar a trabajar, para después volver. ¿Qué le animó a regresar a su ciudad natal?
–Añoraba mi pequeña ciudad, quería llegar a ella y seguir los pasos de mi padre como arquitecto. En Madrid, la verdad, siempre trabajé con apuro y dureza, teniendo que estudiar y, a la vez, en un estudio de arquitectura. Además, no era una ciudad muy simpática conmigo, prefería volver a mi tierra, en la que apenas había podido estar en 18 años, por lo que quería retornar.
–¿Cómo fue su vuelta?
–Vine y al poco tiempo quedó vacante la plaza de arquitecto municipal por jubilación. Me presenté a la oposición y conseguí la plaza, donde me quedé definitivamente, pensando ya en quedarme para vivir y trabajar en Jaén.
–Después abrió su propio estudio, para sus proyectos.
–Pedí una excedencia en el Ayuntamiento en 1976. No estaba a gusto. Tuve una discusión con el secretario general, la segunda autoridad, recuerdo que me rebelé y me formularon expediente, dejándome sin empleo ni sueldo. Cuando me dijeron de volver a mi trabajo, subí al despacho, recogí mis cosas y pedí una excedencia. Entonces pude trabajar libremente en lo que quería. Aunque me gustaba mi trabajo, preferí montar mi estudio y trabajar en lo que me representa.
–¿Recuerda cuál fue su primer proyecto por libre?
–En aquella época hice muchísimas viviendas subvencionadas. Y el primer trabajo más serie fue para un amigo, don Fermín Palma. Mi padre hizo su clínica operatorio y yo la amplié con todos los respetos. Después me surgió la restauración del edificio destinado a ser el Museo Provincial. Desde el Ayuntamiento se había tenido una lucha con el Ministerio del Ejército, que ocupó el edificio en 1936, después del ejército republicano pasó al nacional y siguió sin que se gastaran una sola peseta. De hecho, estaba sin concluir su arquitectura.
«Jaén tenía una arquitectura propia muy interesante, pero se vendieron las casas y se perdió»
–Construir desde cero o restaurar, ¿qué prefiere?
–La restauración. No había ningún compañero dedicado intensamente a ello, solo se hacía en la provincia en zonas como Ubeda y Baeza, por lo que aquí hacía falta alguien para encargarse de los edificios.
–Porque Jaén tiene la mala costumbre de echarlos abajo, ¿no?
–Es una pena. Jaén tenía una arquitectura propia muy interesante, pero la gente se cansó de vivir como toda la vida, vendieron sus casas para construir edificios de pisos y lo que había se perdió.
«No tenía ni idea de que lo que hacía iba a ser tan importante»
– ¿Qué sensaciones tiene tras haberle concedido la Medalla de Oro y nombrado Hijo de Predilecto de Jaén?
–Todavía no lo he podido digerir. No entiendo a qué viene tanto lío. Yo me he limitado a trabajar y hacer lo mío, nunca a pensar en el futuro del resultado de mi trabajo. Si hubiese estado pensando en ello, a lo mejor las cosas no hubiesen salido tan bien. Sin embargo, no tenía ni la más remota idea de que lo que hacía tuviese tanta importancia.
–El reconocimiento del Ayuntamiento coincide casi con su cumpleaños, ¿lo considera un regalo muy especial? –Los cien años son un regalo que vamos a recibir todos, no solo los cumpliré yo, y que ahora me reconozcan, que digan que mi trabajo fue realmente interesante, es algo que me alegra mucho. Es un buen broche de oro para terminar mi trabajo.
–¿Ha pensado lo que significa usted para Jaén?
–Me he comportado siempre como un ciudadano más, nunca he pedido ser diferente. Me he limitado a trabajar en lo que se me ha encargado y, sencillamente y por fortuna, todo salió bien y ya está. Es lo único que me ha importado siempre.
–¿Se refiere al casco antiguo?
–Sí, se perdió el día en que el Ayuntamiento decidió ensanchar la calle Martínez Molina. Era el punto de partida de una arquitectura interesantísima que partía de una calle y marcaba el conjunto urbano de la ciudad.
–Pero intentó recuperarlo, tal como hizo con la iglesia de la Magdalena.
–Aquel fue un trabajo muy interesante. En 1954 hubo un terremoto que afectó a la cúpula del crucero y se abrieron unas grietas, así que tuvimos que restaurar. Entonces estaba cerrada al culto, en ruina inminente, como decimos los arquitectos. Así que hubo que hacer un gran trabajo. Al principio no estaba claro por qué se arruinó de esa manera, lo más probable es que, en la construcción en su día, se aprovecharon los pilares para montar la iglesia y estos no fueron suficientes para soportar el peso de la bóveda, quedando afectada después.

–¿Cuál fue su proyecto más satisfactorio?
–El Antiguo Hospital de San Juan de Dios. Fue el único que realizamos con rapidez y sin problema de tanta documentación, que enseguida nos aprobaron. La propia Diputación lo financió todo, se encargó de buscar albañiles y canteros, así que no hizo falta más. Fue muy interesante. Estaba en condiciones pésima tras años de abandono. Lo habían despojado de todo, se habían llevado pavimentos, azulejos, todo. La gente entraba y cogía lo que quería, así acabaron los muros desnudos. Fue un trabajo muy completo y satisfactorio.
–Y uno de los proyectos que le quedó en el tintero fue el de los Baños del Naranjo, ¿como lo ve?
–Sigue sin resolverse. Lo descubrí cuando era arquitecto municipal. Me habían encargado para convertir la antigua carnicería en un hogar de transeúntes, y ahí descubrí que lo que había eran restos de otro baño público. En la pared hice un agujero y me colé en casa de al lado, así que fui a pedir perdón y me dijeron que tenían arcos antiguos y más, que me los enseñaron. Pregunté si lo vendían y me dijeron que aceptaban 70.000 pesetas, pero no conseguí que el Ayuntamiento lo comprara. Por lo que se hicieron una serie de arreglos, se transformó en escuela y acabó por complicarse la restauración de los baños. No es común una ciudad con dos baños árabes completos. Pero todavía queda tarea.
–Si tuviera la oportunidad de volver a trabajar, con menos años y la misma experiencia, ¿seguiría eligiendo su carrera?
–Sí, me gusta mucho. Y eso que ahora es dificilísimo, pues antes había profesiones específicas muy desarrolladas en Jaén para restauración que no se pueden realizar por falta de personal.
–¿Cuál sería la intervención que más requiere Jaén?
–Lo más urgente es que la Catedral cuente con un espacio neutro de gran amplitud en su entorno y que desaparezca la circulación urbana de su alrededor. En cierta ocasión denuncié su estado y con la ayuda de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, del que soy miembro, logramos quitar el tráfico. Pero todavía hay un chorro continuo de camiones y furgonetas que cargan y descargan, aparcando a diez metros del muro de la fachada oriental de la Catedral. En toda las ciudades que conozco de Europa, su catedral tienen un espacio propio, casi como un terreno sagrado y peatonalizado.
«No he visto una plaza con más chirimbolos que la de la Constitución, ojalá se lleven los botijos»
–¿En qué ciudad europea cree que debería reflejarse Jaén?
–Tengo recuerdos impresionantes de Praga. Asistí a un congreso de arquitectos cuando todavía estaba Checoslovaquia detrás del telón de acero y aquella ciudad conservaba todas sus casas, puentes y edificios, como la casa de Beethoven. Una cosa impresionante. Cuando volví a Jaén, pensé «¿por qué no se puede hacer una cosa parecida?». Pero esto no se ha entendido aquí, se ha preferido que la gente viva más cómodamente, con su coche llegando hasta la puerta de su casa, y no puede ser. Aunque no hay tanta riqueza arquitectónica como en Praga, en Jaén hay historia para dar y tomar, y está su peatonalización, como la de La Carrera, a pesar de que tiene que soportar el tráfico del aparcamiento del mercado de abastos. Hay que cambiarlo. Los autobuses pasan y ocultan la fachada de la Catedral, queda mucho por hacer, lo suyo sería crear un extenso círculo a su alrededor, casi sagrado. Hasta que no lo logremos, no vamos a hacer nada en la ciudad.
–¿Hasta dónde delimitaría dicho círculo y peatonalizaría el entorno de la Catedral? ¿Tal vez la plaza de la Constitución?
–Ya se logró la peatonalización de San Clemente hasta la plaza. Recuerdo cómo por ahí entraba todo el tráfico pesado que venía de Córdoba. La calle Millán de Priego era una carretera que se prolongaba hasta San Clemente y atravesaba la plaza de las Palmeras, como se llamaba antes. Conseguí eliminarlo y que fuera la primera calle peatonalizada. Pero tendría que hacerse más, pues de la plaza, que en su día se descubrió que era el barrio de ceramistas, no dejaron ni rastro, lo borraron del mapa, una lástima. El sitio ahora es una serie de entradas y salidas del aparcamiento con unos botijos que ojalá se los lleven en cuanto la reformen. No he visto una plaza con más chirimbolos, donde hay de todo menos palmeras.

–¿Y cómo ve últimamente el casco antiguo jienense?
–He subido recientemente y he circulado por una acera donde no pasaban dos personas, y los coches y autobuses siguen circulando. Todo el mundo va en su vehículo, no puede ser, aún falta mucho por ver y hacer.
–Siempre ha sido un gran dibujante, ¿continúa pintando en su cuaderno?
–Ya estoy casi ciego, a pesar de ello sigo dibujando, me dijo mi oftalmólogo que no lo dejara, que me forzara, así que dibujo casi a ciegas. No sé cómo lo hago, pero sigo haciendo algo, sí. Siempre he preferido el cuaderno de dibujo a la cámara fotográfica, he viajado mucho al extranjero y he dibujado todo lo que veía, de Jaén, de España y de fuera, aún lo hago, aunque como no veo bien, dibujo lo que hay en mi cabeza, que no siempre es bueno. Tengo muchos trabajo que mis hijos han heredado. Empecé a los cinco años y lo sé porque mis padres recogían mis dibujos y los metían en una carpeta que hace no mucho encontré.
–El martes cumple cien años, ¿cómo lo celebrará?
–No lo sé, nunca había llegado a eso. Vendrá mi familia y posiblemente comeremos juntos. Tengo cinco hijos, murieron dos, también falleció mi mujer… el último año ha sido un palo bastante gordo. Vendrán los nietos, tengo once, una de ellas es arquitecta, y un bisnieto, que no llega a los dos años. La casa es grande, pero no tanto para alojar a tanta gente, aun así algunos se hospedarán, se quedarán después del acto en el Ayuntamiento y celebraremos el cumpleaños juntos.
–¿Qué se le puede regalar a alguien como usted?
–Nada. Creo que tengo de todo y me sobra. He ido almacenando tantas cosas, tantos chismes, que ya no puedo ni usarlos, no puedo ni leer. Eso es una de las cosas que más me fastidia. Es muy complicado. El oído tampoco va bien. Era gran aficionado a la música clásica y ya la escucho tan distorsionada que estoy por no oírla. Pero aquí estamos, vamos a ver hasta cuándo.
–A punto de cumplir un siglo, ¿qué le ilusiona a Luis Berges? ¿Qué le mueve?
–La ciudad. Intentar que la Catedral recupere su esplendor, que su entorno sea más tranquilo, que los coches se alejen de ella y las calles no sean un bar continuo de mesas y sillas por todos lados. Que la gente pueda pisar el suelo de verdad y que esté más limpio. Que no sea donde se ponen a orinar los perros. Eso es espantoso.
–Que Jaén sea para los peatones.
–Antes había paseos y se andaba mucho, ahora la gente va metida en su coche y, además, cuando lo tiene que aparcar no tiene dónde dejarlo. La ciudad no está hecha para tanto coche, tiene que recuperar sus paseos, que sea para andar y disfrutarla.
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