Cómo hemos cambiado: la Feria de San Lucas 25 años después
El 2000 fue un año con pantalones campana, cerveza a 1,20 euros y mucha lluvia
El ambiente dentro de la caseta estaba cargado por el humo del tabaco, y muchos salían, a pesar del frío, en busca de bocanadas de ... aire fresco. Los pantalones campana eran la última moda, las copas se pagaban con pesetas y había que usar las cabinas de teléfono para avisar a la familia que esa noche se llegaba tarde. Era el año 2000, hacía pocos años que la Feria de San Lucas se había trasladado de Felipe Arche y la vida, vista en perspectiva, parecía más sencilla.
Han pasado más de dos décadas desde que se reubicara el centro de la celebración de la feria de Jaén, precisamente cuando se vivió una de las grandes tormentas en la capital que puso a prueba el recinto. Y lo superó. Aunque más de uno acabó de tierra marrón hasta las rodillas. Unas 60.000 personas pasaron por las casetas y las atracciones, cifra que se multiplicaría por cinco en 25 años.
Sin duda, el agua siempre ha acompañado a los días grandes de la feria, raro ha sido el año en que no ha caído una gota, y fue así hace más de dos décadas y también en 2005, cuando se notó también una bajada generalizada de las temperaturas acompañadas de un continuo aguacero.
No obstante, nada de ello quitaba las ganas de celebración. La paella, el chorizo y el jamón han sido una constantes, pase el tiempo que pase. Los menús especiales de feria, las mesas en las casetas llenas, las 'papas' asadas y las manzanas de caramelo siguen siendo oferta habitual. Pero los precios demuestran el avance del tiempo. Así, por ejemplo, tal como contaba este periódico en octubre de 2005, un plato de flamenquines en la feria rondaba los 8 euros, mientras que las cervezas y los refrescos oscilaban los 1,20 euros. Tiempos en los que un cubata rondaba los 3,5 euros.
Tras la comida, tocaba la diversión. Los 'cacharritos' han ocupado parte del recinto ferial, donde el barco vikingo, los autos de choque o la noria, con su histriónica música, se llenaban de colas. Otro tipo de atracciones llegaron con el paso de los años, más altas y arriesgadas, aunque los básicos se mantienen y repiten.
La Vestida acogió la feria al completo con sus diversas facetas, con su espacio para los más pequeños y la zona de encuentros y comidas para los más grandes.
La Feria de San Lucas es también y por supuesto feria taurina. Allá en el 2000 los diestros Enrique Ponce y Julían López 'El Juli' salieron a hombros tras sus respectivas faenas. Ponce que, precisamente, regresó cinco años después, junto a David Fandila 'El Fandi' y Fran Rivera, también terminando a hombros el día grande de San Lucas.
Jornadas que hicieron las delicias de los amantes de los toros, con la visita de los diestros muy esperadas y que cumplieron con lo prometido en la plaza de toros.
Y la música y las actuaciones son, asimismo, pilares de la celebración. De hecho, hace dos décadas Los Morancos se convertían en centro de atención cuando, casualmente, a finales de septiembre de este 2025 han vuelto para volver al escenario a hacer reír a los jienenses.
Para posible queja, o al menos comentario que se suele repetir en el paso del tiempo, que antes decían los jóvenes que ahora son padres, es que la feria «dura demasiado». Ya en el 2000 se señalaba que eran siete días de una semana y otros dos más, sumando en total nueve. Días que se «comían» el presupuesto familiar pensado para el disfrute, ya fueran las mesas, las noches de fiesta o las atracciones, desde la tómbola a los puestos de vino dulce o el algodón de azúcar. Muchos días para repartir y para organizar, en los que los compromisos para encontrarse en las casetas se multiplican y a alguno ya le «cansa» bajar al recinto ferial.
Por otro lado, están los que ven con buenos ojos esta extensión de fechas, pues permite dividirse mejor, repartirse los días de feria entre familia, amigos y compañeros de trabajo o compromisos laborales. A los que se añade el Día del Niño, con atracciones más baratas, o el Día Sin Ruido, para disfrutar de la calma unas horas.
La feria cambia y se reinventa, incluye nuevos apartados, casetas más modernas, incluso más módulos con servicio que mejoran la calidad de la estancia en el recinto. Sin embargo, hay esenciales que se mantienen, que se repiten y se viven casi cíclicamente, donde octubre ya huele a garrapiñadas y carne asada, se viste de traje de flamenca y suena a taconeo, a estruendo, a risas y, probablemente, algún chaparrón que se lleva con alegría.
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