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Los barcos de la vergüenza

LA ZARANDA ·

MANUEL MOLINA

JAÉN

Lunes, 18 de junio 2018, 02:41

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Nuestra sociedad tiene un mal extendido que ataca la moral y la deja laxa, invirtiendo los términos éticos, adulando a ladrones vestidos de corto que juzgados han condenado a prisión y astronómicas cifras de multa. Se les piden autógrafos y se les reverencia como a dioses y, sin embargo, en el otro extremo, personas que dejan atrás todo lo que puede aferrarnos a la mínima dignidad humanan son tratados como criminales. Este mundo es muy extraño, tal vez este occidente que creyó ser niño rico de buena familia no se reconozca en el futuro y su barbarie sea de tal calado que alcance un estado irreversible.

Seiscientos inmigrantes han estado a punto de ser engullidos por el mayor cementerio europeo, el Mediterráneo. La voluntaria desidia, el supremacismo populista y los nuevos iluminati han estado a punto de que las profundidades del mar más contaminado tragaran seiscientas vidas. Alguien puso cordura (que viene de corazón) y activó el sentido común, la ética mínima y se apiadó como ser humano de otros iguales para ofrecerles tierra y un poco de futuro ante el destino de quienes ya lo han perdido todo.

La piedad y cordura hace menos de ochenta años hicieron que muchos españoles, con todo también perdido, lograran encontrar tierra, algunos afortunados, dado que otros seres humanos no miraron hacia otro lado y les dejaron ser pasto del mar, les abriese agujeros de muerte un inclemente enemigo o se autoinmolaran en tierra antes de que otro gatillo lo hiciese. Alsina, Winnipeg o Stanbrook representan tres ejercicios de solidaridad para que no olvidemos a la ligera quienes fuimos.

En el Alsina viajaron judíos centroeuropeos y exiliados republicanos españoles cuatrocientos cuarenta y un días en realizar el trayecto entre Marsella y Buenos Aires huyendo de la gran guerra. Como en el caso de los seiscientos recientes ningún puerto quería esa carga, mejor que se hundiera. A bordo nacieron y murieron personas, fueron encerrados en campos de concentración o desesperaron anclados e incomunicados dos meses en un recinto portuario sin poder bajar a tierra. Entre ellos viajaba en tercera un exjefe de estado, presidente de la Segunda República, Niceto Alcalá-Zamora, que narró su peripecia en un libro, 441 días.

El Winnipeg llevó entre un océano plagado de submarinos letales a dos mil trescientos españoles republicanos que arribaron a Chile por el favor y desvelo del poeta Pablo Neruda. El Stanbrook sacó del puerto de Alicante los últimos exiliados -de verdad- a finales de marzo de mil novecientos treinta y nueve, dos mil seiscientas treinta y ocho personas, ocupando incluso los techos de la cocina y con dos día de navegación con varios metros hundidos de la línea de flotación hasta llegar a Orán y allí sobrevivir la mayoría cuarenta días en cubierta hasta pasar a un campo de concentración. Quienes quedaron atrapados en la ratonera del puerto alicantino fueron fusilados por los amigos italianos de Franco o se suicidaron. Conté esa historia en un dramático ballet del bailarín y coreógrafo Alberto Huetos. Un amigo que tristemente nos dejó, José Luis Fernández 'Pintu', también contó lo escrito por Max Aub en mil novecientos cuarenta, San Juan, en ese caso la carga del barco no tocó puerto y con sus ocupantes murieron ahogados. Ay, la moral.

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