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Atender nuestro paisaje

Opinión | El zaguán ·

El espacio público y el contorno representativo de un lugar definen el rango del mismo, porque indican los valores de la ciudadanía

alfredo ybarra

Domingo, 8 de julio 2018, 19:08

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Hablamos de defender nuestro patrimonio y desde hace ya algunos años también, igualmente, de proteger nuestros espacios naturales más emblemáticos junto al medio ambiente en particular.

Sin embargo, ahora hay ciertas corrientes que han enfocado con más profusión su mirada en el paisaje como un bien al que estamos dando la espalda más intensamente que nunca. El paisaje, la extensión de terreno, las inmediaciones, que se ven desde un lugar, en su concepto lleva implícita la existencia de un sujeto observador y de un objeto observado, el contorno y su representación, del que se enfatizan cardinalmente sus cualidades visuales, espaciales.

Y si hay un paisaje, también hay un paisanaje, un grupo humano coterráneo. Es eso, un paisaje, y, connatural a él, un espíritu humano con el que mantiene una relación trascendente y fluida. Ya para los chinos de la antigüedad, mirar el rostro del mundo fue tanto como reimpulsar la experiencia de la contemplación cultivada del paisaje. Y así Zong Bing, en el siglo IV, pensaba que el paisaje «aun teniendo sustancia, tiende a lo espiritual».

Porque el paisaje verdaderamente une su noción de territorio y de imagen (percepción, alegoría). Pero debemos tener en cuenta que el aprecio a los paisajes puede ser en parte espontáneo –cuestión de sensibilidad, aunque la mayoría de las veces es aprendido –cuestión de cultura-, y siempre es el resultado del ejercicio de un determinado sistema de valores. Es decir, es cuestión de moral.

El paisaje es, ante todo, una experiencia vital, es referencia sustancial, marco del quehacer, escenario necesario del paso del tiempo y emoción en las circunstancias. Un pueblo que avanza es el que ejercita el descubrimiento del paisaje, reforzando así su propio conocimiento, su alma, la colectiva y la de sus paisanos, individualmente, sintiendo que el paisaje está vivo, pero además es vivido.

El espacio público y el contorno representativo de un lugar definen el rango del mismo, porque indican los valores de la ciudadanía. ¿Qué discernimiento tenemos nosotros de nuestro entorno, de todo ese escenario donde Andújar es y se representa? Cuando perdemos el sentido de nuestro propio paisaje, y no lo cultivamos, no lo apreciamos, perdemos mucha conciencia de lo que somos, esa fibra que nos modula siendo particulares, específicos. Así, nuestra ciudad, como tantas otras, está perdiendo su alma, en persistentes oleadas, en brazos de inanes perspectivas, que, sin criterios macerados en medulares afanes, sin raíces, sin identidad concebida, sin comunes enfoques, ora van por aquí, ora van por allá.

Hoy, (y voy mucho más de la disposición del político de turno, más allá de que hablemos de la fachada norte o sur de una ciudad, o de un plan de ordenación urbana al uso, tan importante como epidérmico), nos estamos volviendo globalizados, mimético, legos en muchos sentidos, donde es muy palpable el desangramiento anímico que nos sucede.

Lo importante es consumir, en toda la magnitud de la acepción; todo es un clínex, y por ende, sujeto a usarse para inmediatamente inutilizarse. La grandilocuencia, la desarticulación, unas ansías desenfocadas de modernidad, las miopías, los intereses privativos, las vanidades, el alejamiento en general de la cultura y de la historia (especialmente de las locales) han roto muchos de los vértices de nuestro paisaje local, importante brocal de la andujanía.

El paisaje es un medio o un contexto para orientar el desarrollo y el cambio de nuestra ciudad, y ello en el mismo grado en que es un recurso que debemos proteger, gestionar y crear. No hay estética sin ética, se dice, ni estética sin ética. Por eso la belleza de un lugar, la armonía de su paisaje físico, es un espejo de su paisaje moral. Paisaje y alma. Por eso, Federico García Lorca dice entre sus versos: «…, los olivos/ están cargados/ de gritos». Y Antonio Machado: «…álamos del amor cerca del agua/ que corre y pasa y sueña, / álamos de las márgenes del Duero, / conmigo vais, mi corazón os lleva!». Nuestra ciudad no puede ser ese lugar que consideramos ideal sin un paisaje, sin una representación, modulados desde las acciones, anhelos, emociones, palabras,…, y la historia que se vertebran en el alma de Andújar.

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