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Belin, el más internacional artista de la provincia jienense, posa con una de sus obras detrás. IDEAL
El arte del spray

El arte del spray

Cuatro artistas urbanos jienenses hablan de sus inicios, no del todo fáciles, cuando no imaginaban que algún día vivirían de su pasión. Una profesión que se aprende en la calle, sin escuela, y con la lucha constante contra las comparaciones entre vandalismo y arte urbano

Laura Velasco

Granada

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Domingo, 22 de abril 2018, 02:49

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El arte urbano se aprende en las calles. Se aprende sin escuela, más que nada porque no existe un 'colegio de grafiteros'. Se aprende de los compañeros, del referente de ese momento. Pero sobre todo, se aprende practicando mucho. Y con algún que otro quebrantadero de cabeza por encontrar el sitio ideal en el que dejar volar los trazos del spray. El arte urbano está muy presente en la provincia, con decenas de talentos buscando convertir un hobby en algo más. Belin, Icat, Francisco Sierra y David Molina lo han conseguido, y hablan orgullosos de lo que sienten cuando el color empieza a salir del bote: libertad.

Miguel Ángel Belinchón Belin

«El color y la calle van de la mano»

El indiscutible referente de la provincia. Miguel Ángel Belinchón (Linares, 1979), más conocido como Belin, siempre ha dibujado mucho «por placer», pero más bien sobre el papel. Cuando con 15 años conoció la magia del spray supo «que el color y la calle van de la mano», y comenzó a experimentar. «Estudié Bachillerato artístico y lo utilicé para aprender lo que más me interesó, las artes gráficas y hacer moldes, el resto lo he ido aprendiendo yo solo. No se aprende a pintar con spray en academias o en la universidad, tiene que ser por tu cuenta, y en casa no puedes practicar en las paredes», bromea el linarense, que admite que es la calle el lienzo adecuado, con los consecuentes problemas con vecinos y Policía.

Cuando empezó a pintar nunca imaginó que podría convertirse en un trabajo. De hecho, su plan era trabajar entre semana y pintar los fines de semana. «Llegó el día en el que pensé: 'Me estoy autoengañando. Quiero pintar de lunes a domingo». Y así fue. Aún recuerda su primer trabajo pagado: el logotipo de la lengua de los Rolling Stone en el cuarto de música de un compañero de trabajo de su padre, que quedó bastante bien. «No tiene nada que ver con lo que hago ahora pero fue un apoyo, ese tipo de cosas me hizo crecer cuando Linares no me miraba ni me ayudaba», apostilla.

Belin define con una palabra cómo se siente cuando pinta: libre. «Es la libertad absoluta, no hay comparación, te puedes expresar como tú quieres. Soy así de feliz porque ahí la creación se apodera de todo», admite. Prefiere dibujar retratos, ya que le encanta la expresión de las personas, puesto que es de lo que se rodea. Y defiende con coraje el poder del arte urbano. «Es una forma de comunicación súper bonita, es poesía. En el color no hay líneas, no hay palabras, pero un cuadro es un poema, hay que saber leerlo, que es lo difícil», agrega.

Artista ambicioso, dentro de 10 años se ve, por supuesto pintando, pero también con coleccionistas detrás de su obra y mostrándola en museos. «No es la ambición económica, es la ambición de llegar lejos, de dejar algo en la tierra, de dar ejemplo», destaca el linarense.

Francisco Sierra

«Solo necesitaba pintar y cada fin de semana lo hacía»

Francisco Sierra (Linares, 1996) tiene solo 21 años, pero lleva ya unos siete inmerso en el mundo grafitero. Necesitaba expresarse de alguna manera para llegar más allá. Que el arte no se quedase solo en su cuarto. «Quería decirle a la gente lo que pensaba a través de la pintura y el spray es muy versátil para eso, con solo apretarlo consigues trazos anchos rápidamente», asegura. Inspirándose en Belin, su gran referente, ahora combina los encargos de grafitis con su trabajo como ilustrador y diseñador gráfico, algo que «está relacionado». Sin embargo, no pensó que podía dedicarse a ello cuando con unos 15 años comenzó a hacerse amigo del spray. «No lo imaginaba, yo solo necesitaba pintar y cada fin de semana lo hacía. Entre semana dibujaba también, siempre estaba pintando y alejado de la fiesta, las drogas y esas cosas», recuerda el joven.

En 2015 y 2016 ganó un Accésit en los Premios Creativ@s de la Diputación de Jaén. El talento y el esfuerzo comenzaban a dar sus frutos. Francisco Sierra siempre se ha dejado llevar por la vocación: su primer trabajo fue una caricatura al sobrino de una persona de confianza, y le hizo ilusión «más que por la cifra» por el concepto de que una persona valore su trabajo. «Cuando pinto siento que no me importan los problemas que tenga o la situación que me rodee, es una manera de comunicarme con mi yo interior e incluso con Dios. Es todo lo que la gente ve que haces, a unos les gusta y a otros no, pero siempre se queda algo en el cerebro», asegura.

Con respecto a los que confunden arte urbano y vandalismo, el joven cree que los conceptos van más allá. «El vandalismo o el arte no lo marca una técnica como un spray o una superficie como una pared en la calle, sino que lo marca que sea tu intención hacer algo positivo o negativo. Una firma en la casa del vecino es vandalismo, vas a hacer daño, pero pintar en una pared abandonada que no tiene ninguna finalidad no debería ser un problema», destaca. Pese a su juventud, tiene claro que su futuro está ligado al spray: «Voy a seguir pintando y diseñando, con el grafiti y el diseño gráfico. Espero también casarme y tener hijos a los que enseñarles a pintar, si les gusta», bromea el linarense.

Mónica Gómez Icat

«Cuando pinto siento libertad, entretenimiento»

Mónica Gómez (Pegalajar, 1988) empezó a pintar tarde, en 2012. Ya sabía dibujar, pero fue entonces cuando comenzó a introducirse en el mundo del grafiti. Como tantos otros artistas fue autodidacta, y aprendió gracias a «compañeros, viajando y conociendo gente» para que le inspirara. «Esta especialidad se aprende solo o con amigos, y requiere de mucha constancia, de conocer otros estilos», destaca.

La joven nunca se esperó que llegaría el día en el que viviese de su arte, pero admite que ha luchado mucho «para convertirlo de hobby a oficio». «Me contratan particulares, empresas, ayuntamientos, hago cosas por mi cuenta... De todo un poco», explica. Su primer trabajo pagado: en Málaga, a un particular, cuando aún estaba empezando, allá por 2013. «Lo que más me gusta es pintar paisajes, muñequitas y animales, y ahora estoy metiéndome más en el realismo. Cuando pinto siento libertad, entretenimiento, diversión... Es otra forma de expresarte», señala.

En cuando a vandalismo y arte urbano, la grafitera cree que todo se resume en cómo se utiliza la herramienta. «Si la usas mal puedes hacer el mal y si la usas bien, al revés. Al principio está mal visto porque hay gente que da el lado negativo, pero el arte urbano es otro trabajo más, siempre que se respeten los conceptos», desglosa. Y en su caso, hay arte urbano para rato: no deja de verse «subida a una grúa» en un futuro lejano, «trabajando y haciendo las cosas bien».

David Molina Skaresone

«Me gusta ese punto de ilegal del grafiti»

David Molina (Úbeda, 1994) comenzó allá por 2008 a realizar sus primeras firmas por la calle. Armado con un par de botes de spray al mes -el dinero no le daba para más-, se fijaba en lo que hacían otros artistas y comenzó a desarrollar su arte. «Me gustaba la idea de que el grafiti fuera artístico, pero que también tuviera ese punto de ilegal, me llamaba la atención ver lo que hacía la gente más mayor que yo», recuerda el joven, que a día de hoy trabaja como ayudante de taller con Belin y hace algunos encargos de murales o grabados, aunque admite que en el futuro le gustaría trabajar haciendo más obras propias.

De su primer trabajo pagado no se siente especialmente orgulloso. Fue una exhibición organizada por el Ayuntamiento que no le convenció demasiado, pero que supuso un punto de inflexión en su carrera. «Lo utilicé para conocer gente, probar cosas que no sabía hacer y aprender consejos y trucos. Me ayudó a seguir con lo mío», afirma.

Indica que cuando pinta no piensa en nada más allá de lo que tiene delante, y lo que siente se puede resumir en «libertad». «Te olvidas de lo que hay alrededor y te centras en lo que estás pintando. A veces me pongo música de fondo o hablo con alguien si estoy pintando en la calle, pero ya está. Y cuando acabo de pintar vuelvo a la realidad», explica.

Como en sus inicios, sigue fiel a las letras, lo que más le gusta pintar. También se ha aficionado a la ilustración y los murales con rostros, «algo más elaborado». «Me gusta dejar algo guay en la calle, no salgo a pintar sin llevar nada preparado y sin saber la gama de colores que voy a usar», apostilla.

Y aunque aún le queda mucha carrera profesional por delante, ya visualiza su futuro: «Habiendo mejorado mucho, no dejando nunca de aprender, conociendo gente, pasándolo bien, y si es viviendo de esto, mejor». A juzgar por las ganas de David y el resto de artistas urbanos de la provincia, el futuro del arte urbano es, cuanto menos, prometedor.

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