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El escritor Gabriel García Márquez.
Gabo vuelve para siempre a Macondo

Gabo vuelve para siempre a Macondo

El premio Nobel colombiano, cima del realismo mágico y autor de 'Cien años de soledad', fallece a los 87 años en México | Será incinerado hoy en un acto privado

Miguel Lorenci

Jueves, 17 de abril 2014, 22:07

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Gabo está de vuelta en Macondo. José Arcadio Buendía lo habrá recibido como se merece en el mundo mítico y mágico que el genial escritor de Aracataca creó para su estirpe hace casi medio siglo. La vida del gran fabulador colombiano, cima las letras hispanas y del realismo mágico, se apagó este jueves en México, su casa desde hace tres décadas. Allí se le vio por última vez en público el pasado 6 de marzo, cuando Gabriel García Márquez sopló una tarta con 87 velas y escuchó las mañanitas en la puerta de su residencia, en el número 144 de la calle Fuego del DF.

El cuerpo del escritor colombiano será incinerado hoy, a petición de sus familiares, en un acto privado y no se realizarán más celebraciones fúnebres hasta el homenaje previsto para el próximo lunes 21 de abril en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Así lo ha comunicado la familia a través de un comunicado, en el que han dejado patente su deseo de preservar su intimidad en estos duros momentos. Hasta el momento se desconoce dónde descansarán finalmente los restos del escritor de origen colombiano, que lleva años afinado en México.

Atravesó Gabo el umbral de la eternidad 67 años después de la publicación de su primer relato, a los 47 de la aparición de la obra que lo encumbró, Cien años de soledad, y los 32 de la obtención del premio Nobel de Literatura que recibió en 1982 el narrador más respetado y autor de la novela hispana acaso más leída en el mundo en el último medio siglo. No quiso tener el Cervantes ni un merecido sillón en la Real Academia Española.

El Gabriel García Márquez ante quien se rindió la Academia Sueca no podía ni soñar que alcanzaría el Olimpo literario cuando vio en letras de molde La tercera resignación, su primer relato, escrito con 20 años y publicado en 1947. Por entonces Gabito se ganaba la vida como gacetillero. Cuarenta y cinco años después, en 1992, publicaba la que es su última colección de relatos, Doce cuentos peregrinos.

Quizá dos décadas después de publicar su primer cuento, sí sospechara que la saga de la familia Buendía y el mágico territorio de Macondo que habitaba entre el revoloteo de mariposas amarillas y el milagro del hielo le podrían dar un lugar de honor en la literatura de su siglo. Gabo atravesaba una deplorable situación económica y una grave crisis creativa de cinco años que superó escribiendo aquel mágico y definitivo relato.

En paro

Había perdido varios empleos como periodista cuando en 1965 se encerró en una habitación de México DF durante 18 meses para narrar la epopeya de los Buendía. Había tenido una revelación en enero de aquel año, mientras conducía entre México y Acapulco. ¡Encontré el tono! ¡Voy a narrar la historia con la misma cara de palo con que mi abuela me contaba sus historias fantásticas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre a conocer el hielo!, le dijo a Mercedes, su mujer.

En el verano de 1966 la concluía. Las deudas familiares superaban los 10.000 dólares. Para poder enviar el original por correo a Buenos Aires tuvo que dividirlo en dos paquetes y empeñar una batidora, un secador de pelo y una estufa. No la vería publicada hasta junio de 1967. Su triunfo fue fulminante y agotó la primera edición en unos días. Cien años de soledad se ha traducido a más de medio centenar de idiomas y ha vendido más de cuarenta millones de copias legales. Las ilegales ni se sabe. Para Dasso Saldívar, biógrafo de García Márquez, no hay duda de que Cien Años de Soledad es "la novela más hermosa de la lengua española" y "la mayor revelación en lengua española desde El Quijote", según Pablo Neruda. Par su autor, "Macondo no es tanto un lugar como un estado de ánimo".

Quince años después, en 1982, los académicos suecos dan el Nobel a García Márquez. Lo recibirá ataviado con la típica guayabera blanca del Caribe y portando una rosa amarilla, símbolo de Colombia y amuleto que no faltó ningún día en su escritorio. Lo agradeció con un dolorido canto de amor a América Latina y el deseo de "una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra".

Peregrinaje

Disfrutaba del éxito y reconocimiento universales tras años de penuria y dudas. Antes de ser uno de los escritores más famosos, leídos y reconocidos del planeta, la vida de Gabriel José de la Concordia García Márquez, hijo del telegrafista Gabriel Eligio García y de Luisa Santiaga Márquez, nacido en Aracataca a las nueve de la mañana del domingo 6 de marzo de 1927, estuvo marcada por la necesidad, el vagabundeo y la inseguridad profesional. Su padre desempeñó mil y un oficios que apenas apartaban a la familia de la miseria. Él se crió con sus abuelos maternos, el rijoso y fabulador coronel Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán, la "imaginativa y supersticiosa" abuela Mina, crucial para la inspiración literaria y fantástica de su nieto. Con todo, el joven Gabito pudo ir a la universidad, pero aguantó poco más de un año en la facultad de Derecho de Bogotá.

Su huida académica le llevó a las redacciones de los diarios colombianos, en un periplo que arrancó en 1948 en las páginas de El Universal de Cartagena. Escribió luego para El Heraldo de Barranquilla, donde alternó las gacetillas, los reportajes y las críticas de cine con los cuentos, y en El espectador de Bogotá, donde su director comenzó a llamarle Gabo y publicó su primer cuento. La tercera resignación. Ojos de perro azul fue su primera colección de cuentos y La hojarasca, su primera novela, es de 1955.

Su gran éxito periodístico y el trampolín desu carrera fue Relato de un náufrago. Es un reportaje por entregas en el que narraba la odisea de un marinero que estuvo semanas perdido en alta mar. Con él forjó el pulso de fantástico narrador-reportero que brillaría en Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985), Del amor y otros demonios (1994) o Noticia de un secuestro (1997).

Fue corresponsal en Roma y París de El Universal hasta que el diario cerró. Decidió permanecer en la ciudad de la Luz, pero las pasó de a kilo. Sin dinero y sin empleo, llegó a mendigar en el metro para poder comer. No dejó de escribir. Se enroló luego en una compañía de músicos colombianos con la que recorrería la cerrada Europa del Este en los años del telón de acero y que daría pie a una serie de grandes reportajes.

Corresponsal de Prela

A finales de los cincuenta estaba de vuelta en Venezuela como redactor de una revista, para convertirse después en corresponsal de la agencia cubana Prensa Latina (Prela) en Bogotá, La Habana y Nueva York. Se casó entonces con Mercedes Barcha, con quien tendría dos hijos, Rodrigo y Gonzalo. De 1968 a 1974 vivió en Barcelona. Avecindado en el barrio de Sarriá de la Ciudad Condal, publicó en 1975 El otoño del patriarca, "mi libro más experimental y el que más me interesa como aventura poética. También el que me ha hecho más feliz". En aquellos años se puso bajo la tutela de Carmen Balcells, muñidora y verdadera, 'mamá grande', del boom hispanoamericano del que Gabo fue la cabeza visible, junto a Mario Vargas Llosa, Julo Cortázar o José Donoso.

Desde entonces García Márquez alternó su residencia entre México, Cartagena de Indias, La Habana y París. Amigo muy cercano de Fidel Castro, enseñó y cine y cuento en Cuba. Por su honda amistad con el dictador se le negó el visado estadounidense durante años. Su extensa autobiografía Vivir para contarla (2002), y la breve y controvertida novela Memoria de mis putas tristes (2004) y la recopilación de conferencias Yo no vengo a decir un discurso (2010) fueron sus últimas citas con el lector.

Se negó con reiteración a aceptar tanto el premio Cervantes, que hubiera llegado mucho después del Nobel, y su nombramiento como miembro de Real Academia Española, que la docta casa le ofreció un buen puñado de veces. Otras tantas se negó, aunque no dudó en poner en solfa la propia ortografía que regula la centenaria institución.

En estos últimos años batalló con un cáncer linfático diagnosticado en 1999 y que había superado inicialmente tras un tratamiento de tres meses. Luchó también contra la desmemoria que fue vaciando su cabeza de fantasías, emociones y recuerdos. Su familia desmintió, con todo, sufriera demencia senil. Blindado por los suyos ha dosificado con cuentagotas sus apariciones en público. Pera cada 6 de marzo aparecía a las puertas de su casa del D.F. arropado por los suyos para atender a periodistas. "¿Qué hacen ahí, que se vayan a trabajar?". Recomendó a los plumillas y gráficos que hicieron la penúltima guardia hospitalaria a principios de abril.

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