Gnarr fue alcalde de Reikiavik desde junio de 2010 hasta junio de 2014. Ahora, promociona su libro y piensa sobre su futuro.

El bufón que quiso ser alcalde

Cuando la crisis golpeaba duro en Islandia, Jón Gnarr fundó un partido para luchar por la alcaldía de Reikiavik y la consiguió por sorpresa. Acabada la legislatura hace balance: nada fue tan divertido como prometió

IRMA CUESTA

Viernes, 20 de marzo 2015, 00:48

Al final, va a resultar verdad que la política es de todo menos divertida. Jón Gnarr, el cómico islandés reconvertido en alcalde de Reikiavik a ... la vuelta de los comicios de 2010, ha puesto fin a la legislatura y a su fulgurante carrera. El balance puede resumirse así: cuatro años soportando el bastón de mando de la capital más septentrional del mundo han estado a punto de cortarle el vacilón.

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Las sugerentes promesas con las que el candidato había aderezado su programa electoral como incorporar un oso blanco al zoo de la ciudad o colocar toallas gratis en las piscinas municipales situaron las ocurrencias de Gnarr a la altura de las del italiano Beppe Grillo. La diferencia es que él ganó las elecciones y tardó solo unos días en darse cuenta de que iba a ser complicado cumplir con su palabra. De hecho, Gnarr subió el precio de las toallas, recortó buena parte de los servicios, fusionó escuelas para poder cubrir el coste de la educación y despidió a trabajadores del sector público. Vamos, que cuando el objetivo es salir de la bancarrota, quedan pocas ganas de fiesta. Reikiavik, con más de 120.000 habitantes, estaba en la bancarrota.

Cuatro años de ajustes hicieron que ni los denodados esfuerzos del alcalde por recuperar la alegría de sus votantes surgieran efecto. Ni siquiera cuando volvía a recuperar su vis cómica y llegaba al ayuntamiento con los labios pintados lograba arrancar una sonrisa. «Fue muy duro. Decisiones políticas duras que, sin embargo, todo el mundo sabía que había que tomar», ha contado en la presentación del libro Gnarr! por Jón Gnarr (publicado por Melville House), en cuya gira promocional se encuentra inmerso.

A pesar de todo, políticamente hablando, sus decisiones más controvertidas se situaron lejos de los asuntos domésticos. A Gnarr se le complicaron las cosas cuando, en pleno ataque de inspiración, decidió dar la espalda a la OTAN. Resulta que Islandia, que es miembro fundador de la organización aunque no posea fuerza militar propia, siempre se ha mostrado dispuesta a colaborar facilitando la entrada de buques de guerra en sus puertos y el repostaje de los aviones de la CIA; pero el cómico-músico tocó el bajo en el grupo Nefrennsli no estaba dispuesto a seguir dando facilidades. «Islandia siempre ha tenido tendencia a mostrar respeto, porque somos muy pequeños y muy dependientes de las buenas relaciones con las grandes naciones de nuestro entorno. Pero no tiene sentido que Islandia esté en la OTAN. No sirve de nada, al margen de que algunos se quieran dar a conocer y participen en una sesión de fotos en el número 10 o en la Casa Blanca», argumentó el mandatario, lo que levantó en armas a buena parte de sus opositores.

Mejor Partido

De momento, ya ha disuelto la formación que lo colocó al frente del ayuntamiento: Mejor Partido. El mismo que debería haber pasado a la historia como un simple chiste, que nació como un gesto satírico que no tenía por objeto más que protestar contra una clase política acusada de enlodar Islandia en la crisis financiera. «¿Por qué siempre tengo me meterme en problemas?», pensó la noche que los ciudadanos le dieron la victoria. Cuentan que, en plena campaña, mientras se preparaba un debate en televisión con los candidatos, se cruzó entre bastidores con Hanna Birna Kristjánsdóttir, alcalde hasta 2010 y su más duro contrincante, y ni siquiera lo reconoció.

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Gnarr, que tiene 47 años y enormes tatuajes estampados en los brazos (el emblema de Reikiavik y el de Crass, una banda de punk británica desaparecida en los años 70), aún está digiriendo lo que le pasó. ¿Quién le iba a decir a aquel joven controvertido que algún día representaría los intereses de su ciudad? «Nadie, la verdad. Nosotros no creamos un partido político, sino un grupo de auto-ayuda democrática». Hasta el punto que la noche electoral pensó en volverse atrás.

Sin embargo, si algo le sobra a este islandés es coraje. Con una madre alcohólica, un padre al que no le quedaba demasiada ternura para compartir y una trayectoria académica deplorable que incluye unos años en una especie de correccional, Gnarr consiguió reconducir su vida hasta convertirse en un humorista laureado.

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Ahora, mientras promociona su libro, explica que no tienen planes. Podría volver a la televisión, trabajar en publicidad o dejar Islandia por algún tiempo. También podría convertirse en candidato a la presidencia del Gobierno. A pesar de la impopularidad de sus recortes, un grupo de islandeses le ha pedido que se postule para dirigir el país. Él, de momento, no lo ve. «No creo en Dios y me gusta expresar mis opiniones. No sé si resultaría apropiado para un presidente negarse a cumplir con el Papa», declaró hace unos días cuando le preguntaron. Eso sí, tardó solo unos segundos en encontrar otra respuesta más acorde con su trayectoria: «Haced Papa a una mujer y me reuniré con ella».

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