Inoportuna derrota

No tengo ni idea de cómo vieron ustedes el partido del Granada en un horario tan inadecuado. Las dos de la tarde… ¡Habráse visto! Uno no sabe si es mejor comer antes o después del partido. O te quita el hambre o te corta la digestión. Difícil elección. En mi caso, tiré por el camino de en medio –no por ello el más sencillo– y opté por almorzar durante el encuentro, así que puse el fútbol de fondo mientras me deleitaba con un delicioso pollo asado. Sabía que me la jugaba, todo hay que decirlo.

Con el rabillo del ojo veía las repetidas acometidas de la Real Sociedad y un Granada ahogado en su área, daba igual la defensa de cinco. De repetir plato pasé a que se me atravesaran las pinchadas de carne. Una tras otra. Un gol tras otro. Sin probar bocado, asistí impotente a la tercera derrota del Granada en cuatro partidos. Al pensarlo se me cortó el apetito.

Sentado a la mesa y con el plato medio lleno aún, me evadí por completo imaginando lo que podría haber sido el mercado si se hubieran afinado los tiros. Como todo el granadinismo e, incluso, puede que hasta el propio Paco López, fantaseaba con qué defensa central podría haber venido y a donde hubiera mandado yo a Weissman y a Famara. Me imaginaba la clasificación liguera de haber empezado la competición con el mercado cerrado y haber contado con Lucas Boyé desde la primera jornada. Tanto me abstraje en mis pensamientos que la comida se me quedó fría... Si es que hay cosas que acontecen de manera inoportuna.