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Fran Rodríguez
GRANADA
Domingo, 29 de septiembre 2019, 02:58
Solamente les faltó cambiársela al final. Porque la prenda que uno llevaba era la que al otro le faltaba en su vestidor. Y viceversa. El fútbol en familia, en grupo, todos remando hacia el mismo sitio, es una experiencia magnífica. Pero hay que reconocer que hay algo mejor:el picante que añade ver un partido con alguien del otro conjunto. Es dar rienda suelta a otro duelo que va más allá del césped, las televisiones y los presupuestos. Uno en el que suman los sentimientos. Cuando, además, se vive con absoluta deportividad, el fútbol sonríe.
Es lo que ocurrió con los protagonistas, uno por cada bando, de este sábado en las gradas de Los Cármenes. Fajándose en cada jugada como Germán y En-Nesyri, luchando metafóricamente cada cual por su equipo. Destinados a ser vecinos en la nueva frontera de Los Cármenes. Las quejas suscitadas por el trato de un sector de la afición sevillista hacia los abonados que se encontraban justo debajo de estos, y la instalación de las gradas supletorias en las esquinas ha cambiado el mapa de color del Nuevo Los Cármenes.
El azul y blanco, en esta ocasión por la visita del Leganés, tomó su porción de estadio, completando sólo el sector medio de la eventual esquina. Los aficionados pepineros fueron degustando Granada desde sus bares, abarrotados de madrileños desde poco después del medio día. Sana y gastronómica previa.
La cuestión principal era si sobreviviría la cordialidad a 90 minutos de alto voltaje, en los que los tres puntos eran obligados para los rojiblancos y cruciales para el Leganés. Nuestros dos protagonistas lo consiguieron. Entraron al campo mucho antes. Uno, camiseta rojiblanca del ascenso como amuleto, era uno más en un crecido mar rojiblanco. El otro, primero en territorio comanche. 'Pintica' azul bajo el marcador. Pero sobre todo, eran amigos.
Saltaron los equipos y ambos desenrrollaron sus bufandas, abriendo la garganta, tratando de meter el primer gol de los suyos entonando el himno más fuerte que nadie. Fue lo poco, para su deportiva desgracia, que pudo cantar el pepinero. Porque el primer tiempo se le hizo eterno silencio, obligado por su asiento a ser testigo de excepción del éxtasis de su vecino. Sí molestaría al joven Leganense los golpecitos en el hombro que le propinaba su rojiblanco amigo con cada coqueteo del Granada con el gol.
Este acabó llegando y, entre la explosión de júbilo de miles, el intrépido pepinero, que vió un resquicio de esperanza en la consulta del VAR. Al final, ambos concretaron el tanto con un abrazo. Reconocimiento de uno, consuelo para el otro. En la segunda parte tampoco tuvo demasiadas ocasiones para ponerse de pie. Un lanzamiento de falta de Óscar, que a la postre blocaría Rui Silva, dio la vuelta a la imagen. El de azul y blanco de pie, esperando el milagro. El rojiblanco tapándose con la bufanda. Los puntos se quedaron en Granada, allí donde las fronteras, triste término hoy día, sólo sirven de trinchera para una sana rivalidad.
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