Los jugadores del Granada, durante el calentamiento previo al entreno del jueves. PEPE MARÍN
Opinión | La otra mirada

Bandera roja

Es una cita de bandera roja donde ambos son tiburones heridos persiguiendo el olor de su propia sangre, con sus entrenadores más que cuestionados y unas atmósferas cargadas de electricidad

Viernes, 3 de diciembre 2021, 00:56

El Granada, tras su festín copero en tierras canarias y con los canteranos pidiendo paso, llega a la cita de esta noche ante el Deportivo ... Alavés con el agua al cuello tras tres jornadas consecutivas sin conocer la victoria en la Liga. Se va a encontrar con una fuerte marejada en el recinto deportivo del Zaidín, frente a un rival que necesita también con urgencia el triunfo para huir del hundimiento. Es una cita de bandera roja donde ambos son tiburones heridos persiguiendo el olor de su propia sangre, con sus entrenadores más que cuestionados y unas atmósferas cargadas de electricidad. Quien pierda –el empate es más dañino para los rojiblancos– saldrá con unas quemaduras de gravísimas consecuencias. El conjunto granadino no soportaría otra semana más sin ganar ante un adversario de vuelo corto. Tiene combustible para mucho más y una destreza mínima para utilizarlo. Por eso lucha en la zona baja de la tabla, vulnerable a que una ola, al margen de su tamaño, lo engulla en tiempos de bandera roja.

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Después de extraviarse en el mayor de los caos imaginables en San Mamés, con tres lesionados en la segunda parte y encajar el tanto del empate local en una desafortunada jugada, el Granada sumó un punto para la galería que frena por el momento el relevo de Robert Moreno en el banquillo, el mayor beneficiado de una reacción de coraje tras encajar el primer gol del Athletic. Fue un empate justo y en cierta medida hermoso por la forma en que se produjo, un desenlace que en absoluto otorga al equipo la mínima credibilidad para observarlo como un aspirante a cotas mayores. Se va a pasar el resto de la temporada deambulando entre clase media y la obrera del torneo como metas más altas, salvo que alguien ponga fin al libertinaje de su entrenador. Robert quiere morir con sus ideas y, de paso, se llevará por delante los intereses del club. Si la dirección deportiva lo consiente, será porque están más cerca del técnico que de la entidad. La impresión es que el Granada, salvo un giro radical, va a acabar en un futuro no muy lejano en un cesto de mimbre pequeño y austero, abandonado a la puerta de cualquier orfanato.

El encuentro de esta noche tiene además fuertes tintes trágicos, pero mucho más para el equipo granadino que para el técnico catalán en el caso de que se pierda. El fútbol es así.

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