Un zombi propio
En un pequeño rectángulo puede caber el mundo entero con sus placeres y horrores, sus paraísos e infiernos. Los límites de ese espacio que elegimos, ... que nos toca en suerte o al que nos vemos finalmente arrojados, trazan el marco de nuestra forma de ver y habitar la realidad. Por ejemplo, una patria. Una casa. Unos principios. Una página en blanco. O una papelina con su ración de veneno.
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Cuando la llama enciende el brillo del aluminio, algo comienza y algo se termina para siempre. Como un final que, confundido por su fugaz resplandor, actuase disfrazado de apertura. Sucede cada día. Alguien huye del dolor, el vacío, el malestar de un contexto cada vez más tóxico, y echa a andar por una calle del distrito Norte. Necesita llegar. Escapar. Perderse. Ese es su norte ahora.
No sólo ocurre aquí, en este callejón, a la luz decaída de una farola. Tampoco es un problema de nuestra ciudad, ni del país o de su coyuntura. Ni siquiera se trata de esta droga en concreto, el llamado revuelto: heroína mezclada con toques de cocaína, cuyo precio por gramo supera el de un libro. Basta recordar el fenómeno global del fentanilo, del que España es el tercer consumidor mundial, justo por detrás de Estados Unidos y Alemania. Nos siguen, entre otros, Francia, Italia, Países Bajos o Reino Unido. Ninguno de estos países se cuenta precisamente entre los más pobres del planeta. El malestar por tanto parece sistémico, más vinculado a un modo de vida y sus mecanismos de exclusión que a la falta de recursos.
Antes de provocarlo por sí mismo, el fentanilo es capaz de ahogar los dolores crónicos o severos con una potencia casi cien veces superior a la de la morfina. Cabe entonces preguntarse por la magnitud del dolor colectivo. Por cuánto se nos obliga a olvidar para que el mecanismo siga presuntamente funcionando.
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A pesar de todos los relatos que, fingiendo asustarnos, en realidad nos tranquilizan con el mito de un terror externo, los zombis nunca han sido una invasión. Están aquí, son nuestros. Nos pertenecen. Muestran la exacta cara que no queremos ver.
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