Vivir solos en Granada: una elección que no entiende de edad
Basma, de 30 años, y José Antonio, de 84, explican las razones por las que prefieren que sus hogares sean unipersonales
Los hogares unipersonales están formados tanto por jóvenes como por personas mayores. IDEAL habla con dos ejemplos de estos perfiles, ambos encantados de vivir solos. ... Una de ellas es Basma Mulay, de 30 años, que lleva cinco años viviendo en Granada. Primero compartió piso con su hermano y su mejor amigo, hasta que se marcharon, uno por trabajo y otro por irse a vivir con su pareja. Al ser un piso asequible, podía pagarlo ella sola. Y está feliz en el que considera su hogar. «Ahora me cuesta que la gente se quede mucho tiempo en mi casa», admite.
Al principio se le hacía raro llegar a casa y no verlos a ellos. «Había mucho ajetreo y, de repente, calma. No sabía qué hacer con mi tiempo cuando estaba en el piso», relata. En un par de meses se acostumbró y ya no lo cambia por nada. Trabaja en una empresa como autónoma y pasa mucho tiempo fuera. Cuando está en su vivienda, lee o invita a amigos a pasar un rato. «No tengo televisión y trato de no coger el portátil para no volver a engancharme al trabajo», agrega.
Lo mejor de vivir sola, dice, es que puede desconectar de su rutina laboral, en la que siempre está rodeada de gente. «Me gusta el orden y me costaba verlo todo por medio cuando compartía piso, desgasta mucho la relación con los convivientes», admite. Por lo contrario, llegar a casa y tener a alguien con quien desahogarse cuando ha tenido un mal día es algo que a veces echa de menos.
Basma solo cambiaría su situación actual por razones económicas, es decir, si no pudiera afrontar sola el pago del alquiler. El amor también podría ser un punto de inflexión, aunque ya tuvo una pareja durante varios años y no convivieron. «Yo estaba bien así, no tenía esa necesidad», recalca. Tiene las cosas claras y, además, se lleva a la perfección con su casera.
«Cuando necesito compañía, la busco»
José Antonio Luque tiene 84 años y reside en Otura. Vive solo desde hace once, cuando falleció su mujer. Fue la primera vez que experimentó la soledad en su versión más dolorosa. «Llevaba con ella desde los 14 años, nos conocimos cuando éramos unos críos, estuvimos toda la vida juntos. Lo pasé fatal, me dolía mucho», apunta.
Pasó un año infernal y poco a poco fue acostumbrándose a su nueva vida. Una década después, asegura que es feliz. Sabe cocinar y tiene a dos mujeres contratadas para ayudarle con las tareas de limpieza. «Por lo demás, me apaño estupendamente», asegura. Tiene un huerto y un enorme campo de olivos y almendros, así que está más que entretenido. Riega, recoge los tomates, alimenta a sus conejos… Una vida tranquila en la que no necesita más.
Cuando quiere compañía, la busca. Se va al hogar del pensionista, a «los viejos», como él le llama, donde siempre hay un amigo con el que charlar. «Cuando me apetece voy a ver a mis hermanos o me visitan mis hijas», añade.
Solo viviría con alguien si tuviese una relación sentimental con una mujer, pero estos años no ha tenido suerte en el amor. No quiere forzarlo, está bien así. En unos días son las fiestas de su pueblo y piensa salir todas las noches a la verbena. «No me pierdo nada», bromea. Porque José Antonio vive solo, pero no siente soledad.
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