Sangre y monedas en la calle Sol, el miércoles por la mañana. J. E. C.

La violencia de Pedro Antonio: «Mira, papá, parece sangre»

El ambiente nocturno de la calle dejó hace tiempo de ser festivo; es una vergüenza. Rara es la mañana en la que no hay cristales rotos, borrachos deambulando como zombies y basura de todo tipo esparcida por la acera

Jueves, 3 de junio 2021, 00:43

Mi hija iba vestida de flamenca, para celebrar el corpus con las amigas de la guarde. Al cruzar la calle Sol, ella señala las luces ... de un coche de policía, aparcado más adelante. «Ven, vamos a cruzar», le digo, y la cojo en brazos. «Mira, papá, parece sangre», me dice con su cara de hacer el payaso mientras señala un coche blanco. Río con la ocurrencia un segundo, lo que tardo en darme cuenta de que es verdad, que eso es sangre. Mucha sangre. Por nuestra acera, una fila ordenada de niños van hacia el colegio; sus padres les pasan el brazo por encima del hombro, como si así pudieran evitar que miraran al coche. Una limpiadora friega con fuerza el suelo que pisamos y descubro que todos estamos pasando por encima del reguero. «Y no habéis visto la plaza», exclama la mujer, absolutamente indignada. Al volver la vista se intuyen las cabezas de los alumnos del colegio que, aprovechando el cambio de clase, se asoman por la ventana con los ojos como platos. En la plaza hay otro coche ensangrentado y el suelo parece el escenario de una película de terror. Hay monedas sobre la sangre.

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El ambiente nocturno de Pedro Antonio de Alarcón dejó hace tiempo de ser festivo; es una vergüenza. Rara es la mañana en la que no hay cristales rotos, borrachos deambulando como zombies y basura de todo tipo esparcida por la acera. Lejos, muy lejos de celebrar, la noche de Pedro Antonio está llena de gente que se cree con derecho a destruir, alterar, molestar y amenazar por el mero hecho de existir. Los vecinos de la calle y sus aledaños se han acostumbrado a no mirar por la ventana a ciertas horas, para evitar al tipo que se mete una raya sobre el capó de un coche. Ni a abrirlas, claro, para no escuchar los insultos, los gritos y la música a todo volumen del imbécil que acelera como si fuera el circuito de Montmeló. El día que atropellen a alguien nos echaremos las manos a la cabeza.

«Los vecinos se han acostumbrado a no mirar por la ventana para evitar al tipo que se mete una raya sobre el capó de un coche»

Es violento. Salir a ciertas horas por Pedro Antonio es violento. Por Dios, hace dos semanas en Sócrates le dieron un navajazo a un tipo en el cuello... Dudo muchísimo que a los hosteleros les de igual todo esto. Lo dudo, precisamente, porque ellos son los primeros afectados por esta locura a la que se presta poca atención. Porque esto es una cuestión de educación. De la educación más primaria, la que se enseña en el seno de la familia. La que te dice que no es normal, con o sin pandemia, convertir la calle en un campo de batalla. La educación del que nunca usaría un argumento tan zafio, ruin y despreciable como «pues no vivas aquí».

Un vecino, un señor de unos setenta años, se asoma al balcón de su casa y mira el baño de sangre que se reparte por la calle Sol, donde sucedió el apuñalamiento de madrugada que dejó un joven muy grave. «No me extraña nada esto. Lo raro es que no pase todos los días. Aquí, por la noche, hay un ambiente de mierda». Una «mierda» que nos llevamos a casa, pegada en la suela de los zapatos.

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