Aquel triste día de invierno en que murió Nicolás
Pandemia ·
La Calahorra, con una tasa de contagios superior a 2.000, es uno de los tres municipios de la provincia cerrados a cal y canto. Así es un domingo pandémico en este bello pueblo del MarquesadoEl sábado murió Nicolás. Las estadísticas dirán que es uno más. Uno más de esa terrible cifra de mil quinientos granadinos que la pandemia se ha llevado por delante. A Nicolás lo conocía todo el mundo en LaCalahorra. Como se conocen José Antonio Rueda de 65 años y Francisco García de 85. «Me sacas veinte», le dice el primero al segundo. «Pues haber nacido veinte años antes», le dice el segundo al primero medio en broma, medio en serio. Los dos sabían que Nicolás llevaba un tiempo fastidiado, que últimamente había empeorado y que por desgracia el bicho le había ganado la partida. «Ayer cayó», le comenta lacónico José Antonio a Francisco mientras suenan dos veces las campanas de la Anunciación. Dos tañidos secos y contundentes, ¡gong! ¡gong!
Son las diez y media de la mañana en La Calahorra, el corazón del Marquesado. Las diez y media de la mañana de un triste domingo de invierno en uno de los tres municipios de la provincia de Granada cerrados a cal y canto porque el coronavirus sigue cabalgando de forma desbocada, con una tasa de 2.095 casos por cada cien mil habitantes –los otros dos son Santa Cruz del Comercio y Alhama de Granada, ambos también en fase cuatro–.
La plaza del Ayuntamiento está vacía este domingo en La Calahorra. El día no acompaña. Hace frío, apenas diez grados, y tampoco deja de chispear. José Antonio y Francisco se han encontrado junto a la fuente por casualidad. «Aquí está toda la gente encerrada en sus casas», asegura José Antonio 'escondido' detrás de su mascarilla azul quirúrgico. Iba camino del campo cuando el periodista lo apercibió para hacerle unas preguntas –no es normal la presencia de periodistas por aquellos lares un domingo por la mañana–. «¿Donde va usted?», le inquiere el plumilla en un alarde de originalidad. «Tengo un corralillo con cuatro o cinco cabras, y voy a darles el pienso», responde. «Los animalicos comen por la mañana y por la tarde». Y ahí está puntual José Antonio, con su gorra gris y con sus animalicos.
Francisco caminaba en la misma dirección. Iba hacia la carretera para dar su tradicional paseo matutino. «Hay miedo», afirma mientras posa para la foto. «Lo que pasa –aclara– es que este pueblo es muy pequeño y en cuanto se contagian cinco o seis, ya parece que son muchos». A pesar de ello, Francisco lo tiene claro: «Esto hay que tomárselo muy en serio».
El panorama de cualquier 7 de marzo en La Calahorra sería sensiblemente distinto al de este 7 de marzo de 2021. La localidad vive de la agricultura. No hay más que fijarse en todas las explotaciones de almendros florecidos que hay a la entrada y a la salida. La ganadería también es el sustento de decenas de familias.
Pero el turismo es, sin lugar a dudas, uno de los sectores económicos con más proyección para una población que está enclavada a los pies del Puerto de la Ragua, donde otrora acudían miles y miles de personas en busca de la nieve, y que cuenta con un castillo que es una auténtica joya del Renacimiento –aunque solo se pueda visitar un día a la semana–.Tanto es así que la estampa del Castillo de la Calahorra con las crestas blancas de Sierra Nevada al fondo es una de esas fotos icónicas de la provincia con las que se decoran los stand de Fitur.
Son múltiples los negocios de hostelería y hospedería que han florecido en La Calahorra en los últimos veinte años y que, en circunstancias normales, habrían estado a reventar un fin de semana como el que acabamos de vivir –aunque el tiempo no acompañe–. Todo llegará. Volverán los turistas y volverán también los días de vino y rosas. Pero la coyuntura sanitaria ahora 'es la que es' y los partes que publica la Junta dejan poco lugar a las dudas.
Percepciones
Fernando Machado tiene 61 años. Fue durante mucho tiempo enfermero y regidor socialista de Ventas de Huelma. Ahora, ya jubilado, vive felizmente retirado en La Calahorra. «Aquí no tenemos la percepción de esta situación tan delicada, es más el ruido que llega por las redes o las noticias, aunque cada vez somos más conscientes de la gravedad del momento, especialmente cuando se produce un fallecimiento como el reciente del pobre Nicolás», dice enfundado en su boina.
En La Calahorra hay un grupo de Facebook donde el alcalde informa del número de casos. «Solo aporta una cifra, pero esto es pequeño y todos sabemos quiénes son», aclara Fernando, que tiene una vida tranquila y con todas sus necesidades cubiertas sin moverse de su vivienda. «El panadero y el pescadero despachan prácticamente en su puerta, tenemos supermercados cerca, tiendas de alimentación y todo lo que hace falta sin necesidad de colas, aglomeraciones o desplazamientos hasta Guadix o Granada».
Rafael, de 69 años, y Silvia, de 40, también han salido a darse un garbeo por La Calahorra de buena mañana. Van con sus mascotas Boli yLucero, dos preciosos yorkshire. Su historia es la historia de esos miles de españoles que tras la dura experiencia del confinamiento domiciliario, tomaron la decisión de escapar de la ciudad buscando el sosiego de lo rural. «Venimos en octubre a pasar una temporada, ya vamos para ocho meses y no pensamos en volver», comenta Silvia. En La Calahorra tienen todo lo que no tenían en Barcelona. Paz y espacio para caminar. «Sabemos que el panorama está mal, pero somos precavidos y solo salimos para estirar las piernas y sacar a los perrillos», explica Rafael.
7 de marzo. La Calahorra. Granada. Vuelven a sonar las campanas. La vida continúa...
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