Viaje a Montefrío: «Si el olivar cae, lo hará el pueblo entero»
IDEAL pasa un día con los agricultores de un municipio cuyo PIB depende en un 90% del cultivo del olivo
Sergio González Hueso
Granada
Domingo, 9 de febrero 2020, 01:01
Antonio recorta con su silueta un imponente manto de olivos. Estamos a 1.100 metros de altura, pisando un terreno que este agricultor posee en ... Montefrío. Es uno de los más especiales para él, pues le permite ver desde uno de sus márgenes hasta tres provincias diferentes. La vistas son un privilegio y se las sabe de memoria. Por eso se atreve a desafiar el horizonte pertrechado con un chaleco y una gorra calada: «Ahí está La Rábita; allí Algarinejo; Priego [de Córdoba] al centro ¿Lo ves? Y a nuestras espaldas: mi pueblo», va señalando, de izquierda a derecha, hasta que se le acaba el paisaje.
Luego se agacha y coge una aceituna del suelo. Es negra y se ha caído de uno de los olivos marteños que salpican un terreno que mide tres hectáreas. «Con esto se hace el aceite lampante», dice Antonio, que se refiere al de peor calidad. El más ácido. El mismo que a veces compran una vez refinado las grandes embotelladoras del mercado para después mezclarlo con el virgen extra. Así dan gato por liebre en los supermercados, critica. «Ante situaciones como esta me siento impotente», señala un hombre al que le duele el campo. Y cómo no le va a doler si gracias a él ha podido mantener viva la llama de su hogar durante décadas.
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Después de 42 años en el «tajo», como él mismo dice, es normal que todas sus horas de trabajo hayan quedado tatuadas en un rostro duro que sin embargo se suaviza cuando sonríe. Antonio es un hombre transparente, afable y muy sincero. Cuenta batallitas de una vida que mira por el retrovisor con cariño pero ya con cierta distancia. Quiere dejar paso a la juventud. «El campo actual es gloria comparado con lo que era antes.Me gustaría ver a muchos de los jóvenes que se quejan, que hubieran conocido cómo era todo antiguamente. No había de nada», recuerda este agricultor de 59 años, que quiere dejarlo.
Nieves está siempre a su lado: tanto en el campo como en la vida. A ella le hace gracia la insistencia de su padre para que le coja el testigo, para que se encargue de la explotación familiar; de todos esos olivos con cuyo fruto ha contribuido a producir parte del mejor aceite de oliva que se produce en Granada. Como muchos otros vecinos de su pueblo, esta familia tiene una explotación, repartida en varios pequeños terrenos, en la que se trabaja sobre todo el olivar. Ya sea de tipo picual, hojiblanca o el 'chorreao', el buque insignia de Montefrío, un pueblo cuya economía hunde sus raíces en la producción del oro líquido.
El eco de la protesta
Es febrero y, por tanto, la campaña encara ya su recta final. Desde noviembre se viene trabajando en un campo que no está viviendo su mejor momento. Su problema es cada vez más conocido: la bajada de los precios, que ha entrado a la fuerza en la agenda pública gracias a las últimas movilizaciones. La más sonada tuvo lugar en Jaén hace unos días. Antonio no faltó, tampoco su hija, María José, Édgar o medio pueblo con su alcaldesa Remedios a la cabeza. «Estuvimos repartiendo botecitos de aceite y banderillas. Tuvimos una acogida genial», recuerda con ilusión Nieves. El eco de la protesta, a la que acudieron miles de agricultores de Granada y Jaén, aún sirve de habitación sonora de muchas conversaciones en este municipio granadino. La indignación sigue latente en Montefrío. Lo está a la sombra de los olivos, en el interior de las casas o en la cooperativa de SanFrancisco de Asís, la de mayor peso. Para que se hagan una idea, en este pueblo hay censadas 5.479 personas, de ellas un total de 2.600 son socias de esta agrupación de agricultores. «La explotación del olivar supone un 90% del Producto Interior Bruto –PIB– del pueblo», contextualiza Juan Rafael Granados. Él es presidente de la cooperativa desde hace 13 años, por lo que está en mitad de la línea de fuego.
Sabe que el cultivo tradicional del olivar está amenazado. Y el peligro se percibe por muchos frentes: desde la competencia desleal de países cuyos costes de producción son ridículos, a los aranceles que ha impuesto Trump al aceite de oliva español. Con sus flancos desguarnecidos, los agricultores granadinos se enfrentan a una batalla en la que el principal riesgo que tienen es que el fruto de su trabajo se paga a precio de saldo. Y en un contexto en el que la vida es cada vez más cara. «El motivo de la caída de los precios es que la oferta es mucho mayor que la demanda», cuenta Granados desde la sala de juntas de la cooperativa que preside. Reparte culpas: a las embotelladoras, al Gobierno por dejar morir la agricultura tradicional o a la expansión de los cultivos intensivos en las campiñas de Sevilla o Córdoba, que a su juicio están detrás de la superproducción de aceite de oliva que existe hoy. Y ya se sabe, a mayor oferta, menor valor en el mercado. Es la ley del capitalismo.
En el campo
Édgar lleva seis temporadas con las botas manchadas de tierra. Se vino de Alicante junto a su pareja, María José, a trabajar en la explotación de su familia. Se levanta a las 6.45 horas y a su casa no regresa hasta las nueve de la noche. Harto de trabajar. Más o menos lo mismo que hace Antonio. En campaña trabaja todos los días en jornadas que duran entre 12 y 14 horas. «Y eso un día normal. Sin imprevistos», apunta. Después de desayunar, se va con el todo terreno a ponerle gasolina y a mirar que no le falte nada.
Sube entonces a su olivar, que se encuentra en la pedanía de La Viñuela. El terreno es escarpado y se hace largo y tortuoso. Imaginen en tractor. Una vez allí, prepara papeles o resuelve asuntos técnicos hasta que llega su cuadrilla. Suele tener entre ocho y nueve personas trabajando. La mayoría son extranjeros. «Nadie de aquí quiere trabajar», explica. Y no es porque el jornal sea bajo. De hecho el de Montefrío es uno de los más altos de la provincia. El jornalero se lleva 60 euros por siete horas de duro trabajo. Y luego hay que sumarle los seguros sociales. En total, unos 80 euros por día y persona que pagan cada familia del pueblo que tiene una explotación, sea grande o pequeña. Los jornaleros de Antonio llegan a las nueve de la mañana a su olivar. Y entonces hacen siete horas. Alrededor de las 13.30 paran a comer y se charla un poco en el mismo campo en el que sudan, ríen y sufren la dura actividad agrícola.
A este agricultor ya no le queda aceitunas que recoger en febrero. A sus olivos solo le pesan ya los años: tienen entre 20 y 30. Se ha adelantado en la campaña a su pariente Javier. En la explotación de su primo se puede ver una muestra de en qué consiste todo el proceso de recolección. Más de media docena de hombres de entre 25 y 45 años se mueven frenéticamente de un árbol a otro. Lo primero es alfombrar el terreno con fardos. Son redes negras y verdes, donde caen las aceitunas después de que el 'vibro' –una máquina– agite el olivo. Cuando se acciona tiembla hasta el suelo en acometidas de unos 15 segundos que hacen, literalmente, que lluevan aceitunas. Si hay alguna que no cae, ahí están otras dos personas con largas varas de fibra de carbono para golpear la copa del árbol. Antes eran de madera de castaño. Otros tiempos.
Tras cesar los ataques, se peina el campo de un extremo a otro de manera concienzuda. Cuando el fruto está sobre las redes, toca tirar de ellas para acercarlas a los tractores.Se cargan a pulso. Cientos de kilos y a veces cuesta arriba. Es un trabajo completamente manual. Artesano. Como siempre ha sido. Y para acabar, a la cooperativa a descargar. Pero ahora en vez de burros con tractores y palas. «Cuestan entre 70 y 100.000 euros.Y un 'vibro' 200.000. ¿Tienes máquinas? pues a construir una nave para guardarlas. Y así con todo», apunta Antonio, que a su juicio el campo es una «ruina» tal y como se está vendiendo el aceite ahora.
Y él, de familia «pobre», puede aguantar algún año más currando «a pérdidas», pues ha podido hacerse tras mucho esfuerzo con una explotación respetable.La suya tiene una superficie de 70 hectáreas. Pero la mayoría de los agricultores del pueblo tienen terrenos que no llegan a las 20. María José, que heredará con el tiempo la finca de sus padres, explica que la media de las familias de Montefrío es tener entre 5 y 15 hectáreas. Ahora bien, si quieres vivir del campo: mejor tener un poco más de terreno.
Y más si estás arrendado como Javier, el pariente de Antonio. Es el caso de muchos productores, que además de tener que invertir en el mantenimiento del olivar, en la maquinaría, en la cuadrilla, el papeleo o el tratamiento del campo durante el verano, también tienen que sacar un porcentaje para el dueño de la finca. Normalmente un 25%. Gastos y más gastos sin descansar un solo día en campaña y sin contar con los imprevistos que pueden surgir. Por ejemplo, la mala climatología. «Un golpe de calor, una helada tardía...», piensa Alfonso, que tiene 62 años y que explica bien lo que está ocurriendo hoy:«Después de tanto luchar, es difícil no venirse abajo cuando ya no se ven beneficios», apunta este hombre, que deja entrever su pesimismo respecto al futuro. «Como esto siga así, ¿quién se va a quedar?», se pregunta.
La alcaldesa de Montefrío, Remedios Gámez, está preocupada. «Es que en el pueblo se mastica la tristeza cuando el campo se resiente. No es ya los agricultores, es que las tiendas no venden y los bares están vacíos», enumera. Reflexiona sobre la 'España Vaciada' y avisa de que si cae el olivar, lo hace el pueblo entero. Ha decidido cerrar el Ayuntamiento el 19, día en el que se celebra una nueva movilización. Es en la capital y quiere que vaya todo Montefrío. Antonio estará; y el resto, al que sobre todo instiga Nieves. Él mira con satisfacción lo peleona que es. Sabe que se le parece, y solo espera que la mala situación de hoy no impida a su hija seguir los pasos de su padre.
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