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Obituario para idealistas no fallecidos

«Fue valiente y comprometida»

Nieves Montero de Espinosa ·

La muerte es para ella una vieja conocida. Sin embargo, la mayor parte de su tiempo lo dedica a los vivos, ya sean víctimas o verdugos

CLARA PEÑALVER

Domingo, 4 de septiembre 2022, 00:08

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Afirma que «lo más real que existe es la muerte», y no lo dice sin más, pues en su día a día suele tenerla realmente cerca. La conoce bien. Y pese a que no recuerda haberla temido en sus primeros años de vida, reconoce que ir sumando edad y acumulando pérdidas de seres queridos la obliga a ser consciente de que «ya queda menos». Sobre lo que ocurrirá después, «por salud mental nunca pienso en lo que hay detrás», me dice. Y creo que la entiendo. Para lidiar con la muerte ha de ser necesario eliminar de la mente todo aquello que pueda suponer un obstáculo. De ahí la importancia de cuidar de su salud mental, de no pensar en según qué cosas, de tener siempre a punto la maquinaria del control emocional.

Cuando le pregunto cómo le gustaría pasar este día en caso de que fuera el último, su respuesta es tan breve como solemne: «Tranquila». Luego sonríe y añade: «Me gustaría que me diera un pitango paseando por la playa, viendo atardecer con mi perra. Pero que hubiera alguien cerca que se hiciera cargo de ella, claro». Si pudiera elegir, desearía una muerte rápida y sin dolor, al menos para ella. Es consciente del impacto que provoca una muerte inesperada, pero también sabe que esas muertes siempre dejan atrás el mejor de los consuelos: «Al menos no sufrió». Sobre lo que ocurrirá después, las decisiones ya están tomadas: ha hecho testamento vital. Quiere que usen lo que quede de ella para dar vida a otras personas. Lo que no pueda ser usado, será incinerado.

Hoy hablo con Nieves Montero de Espinosa, médica forense especializada en psiquiatría y, desde 2012, directora del Instituto de Medicina Legal de Granada. Sus esfuerzos y aportaciones en el campo de la Medicina Legal y, en especial, en el de la violencia de género y las agresiones sexuales, la han hecho merecedora de la Distinción del Estado Español por su compromiso e implicación en la defensa de los valores constitucionales y de la Cruz con distintivo blanco al Mérito Policial. No nos conocemos de nada, pero en cuanto me siento frente a ella y comenzamos a hablar deseo que no sea la última vez que nos vemos. Lo que al principio me pareció una mujer interesante se acaba revelando ante mí como algo mucho más valioso: un personaje de novela en potencia para una novelista a la caza de una nueva historia.

Olor a pan

Los primeros años de vida de Montero de Espinosa tuvieron un escenario inmejorable: el apartado pueblo de Órgiva, en la Alpujarra granadina.

Lo primero que le viene a la mente es el babero blanco con el que iba a la escuela. Y el cálido tacto de los huevos, con restos de heces y paja, que recogía cada mañana en el corral. Nieves me cuenta que su infancia huele a pan –el que fabricaban sus abuelos– y suena a molienda de trigo, a agua, a cloqueo de gallinas y a sábanas secando al sol y al viento. «Fue una infancia chula, yo creo que de esas infancias que no se tienen ya», concluye.

Pero en esa primera etapa no todo fueron buenas sensaciones, pues la niña Nieves tenía dos atributos que lograban alterar a menudo la tranquilidad de la familia. Para empezar, «uno de los problemas que tenía mi madre conmigo era que no tenía miedo», algo que se materializaba en largos paseos por el extrarradio del pueblo –«la zona mala»– y tardes de charla y juego con cualquier persona que se cruzara en su camino. Por fortuna, no tiene experiencia mala que contar.

El otro atributo –o defecto, desde el punto de vista de su padre– era su capacidad de abstracción. «Me aislaba mogollón», me dice, y descubro conforme avanza en su relato que en su cabeza 'mogollón' es sinónimo de 'completamente'. Hasta tres veces llegaron sus padres a pedir ayuda por haber dado por perdida –o en peligro– a la niña. En todas las ocasiones, ella andaba a lo suyo, ajena por completo a la realidad. Como cuando, estando de camping, se metió en la tienda de campaña a leer y, al salir, descubrió que llevaban horas buscándola a voz en grito y que la guardia civil estaba organizando una batida de búsqueda por el campo.

Con los años, Montero de Espinosa logró evitar evadirse de un modo tan extremo de la realidad. Lo que no ha logrado aún es dejar de ser una eterna despistada. Tampoco ha conseguido –es evidente que ni siquiera lo ha intentado– ser menos cabezota –«Mi padre siempre decía que argumentar conmigo era tremendamente duro»–. O, dicho de otro modo, jamás le interesó dejar de ser una firme defensora de sus convicciones, cualidad que, sin duda, la ha ayudado a llegar hasta donde está.

La muerte absurda

Muerte natural, muerte aparente, muerte violenta, suicidio, homicidio… Según la ciencia forense, existen distintos tipos de muerte atendiendo a aquello que la causó. Fuera de sus informes, la médico forense que tengo frente a mí reduce el espectro a solo dos: las que son absurdas y las que no lo son. «Todas las muertes de gente joven en accidente son absurdas. No son absurdas las que deben terminar cuanto antes, sin dolor ni agonía», me cuenta, y su reflexión me lleva a plantearme si puede ser considerada absurda la muerte de alguien que ha decidido dejar de existir. Concluyo que sí, no por repentina o inesperada, sino por innecesaria.

Cuando Montero de Espinosa empezó a estudiar Medicina aún no sabía que acabaría siendo forense. Lo primero que descubrió fue que no le gustaba la Medicina Clínica. Luego, ya en cuarto de carrera, se encontró con lo que aún no sabía que había estado esperando: la rama más social de la Medicina, la Medicina Legal, por la que se dejó atrapar de inmediato. Lo siguiente fue especializarse en psiquiatría. Así que, siendo justos, su objeto de estudio no son –solo– los muertos. Nieves dedica la mayor parte de su tiempo a los vivos, tanto a los 'buenos' –las víctimas– como a los 'malos' –los agresores, los asesinos y algún que otro pobre diablo–. «Desde el primer día que eres forense, casi seguro que vas a ver un tema psiquiátrico», me explica. Su labor consiste en poner nombre y apellido a ese trastorno mental que padece quien tiene delante. Lo siguiente es discernir si ese trastorno ha influido en alguna medida en el ilícito cometido, algo que, según ella, «es mucho más difícil y más bonito». Porque, tal y como exige el Derecho Penal, no solo importa lo qué has hecho, sino también, y sobre todo, entender que lo que estás haciendo está mal y, a pesar de ello, querer hacerlo.

Vivir hasta morir

Probablemente a estas alturas Nieves ha perdido la cuenta de cuántos cadáveres ha tenido frente a ella. Sin embargo, a algunos no los olvidará jamás. Un íntimo amigo que se quitó la vida estando ella de guardia. Un chico desangrado con un cristal en el cuello. Una mujer asesinada a hachazos cuyo marido salió demasiado pronto de prisión. Ante ella ha desfilado lo más crudo de la vida. También lo más desgarrador de la muerte. Y, sin embargo, su carácter y su espíritu denotan lo contrario. Nieves es vitalidad y optimismo, es ganas de hacer cosas, de no parar jamás.

Pero sin duda lo que más me atrapa de ella es que afirma con toda la seguridad del mundo que, si pudiera o tuviera que volver atrás, repetiría vida. «Haría lo mismo y de la misma forma», me asegura. En lo laboral, volvería a aprender el oficio en Motril, donde la ausencia de instituto de medicina legal la abocó a ser autosuficiente y decidida. También volvería a pelear de forma incansable por los derechos y la protección de la mujer y recorrería de nuevo todo lo que vino después. Repetiría también en lo personal. Y volvería a imprimir la misma pasión que siempre ha puesto en todo. «Lo que yo no quiero es morirme en vida», me aclara. Y sonrío al escucharla. Puesto que no existen ni tiempo ni edad para morir, ¿a qué esperamos para vivir cada nuevo momento como si fuera el último?

Cuando muera quiere ser recordada con la frase «Fue valiente y comprometida». Sospecho que así será. Mientras tanto, viva en paz e intensamente hasta morir.

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