La mala madre
Fría, mentirosa y calculadora. Así define a Mónica un policía que la interrogó. Amante de la noche y de los flirteos ocasionales, su niño nunca fue una prioridad para ella
ARTURO CHECA
Viernes, 3 de diciembre 2010, 02:47
La tarde del 10 de julio de 2008, César acababa de terminar sus deberes de tercero de Primaria. Hasta en verano era un niño ... aplicado. Los 'cates' no eran lo suyo. A los nueve años podía presumir de ir a curso por año. Guardó en un pequeño estuche cuadrado sus lápices de colores y una goma. Lo dejó sobre un escritorio junto a sus tesoros más preciados: un fajo de cromos, varios cómics de manga japoneses (con el número 28 de 'Naruto' entre sus preferidos) y dos bloques de metacrilato con una araña y un escorpión de plástico dentro. Jamás se separaba de ellos.
Tampoco lo haría tras su inminente muerte.
César oyó la voz de su madre que lo llamaba desde la primera planta de una casa de típica planta mallorquina, en la calle San Lorenzo de Mahón. Hora del baño. El pequeño bajó raudo. Dudó entre si quitarse un reloj sumergible con correa de plástico rosa que lucía en la muñeca. Al final lo hizo. Se desvistió. Abrazó a 'mami', feliz de estar de nuevo junto a ella. Se puso en sus manos...
Y, entonces, la oscuridad...
En ese instante se apaga la enfermiza mente de Mónica Juanatey Fernández a la hora de relatar a la policía cómo asesinó a su hijo sumergiéndolo en la bañera. Dice no acordarse de nada más. «El niño en sus brazos sin vida es su primera imagen. No recuerda ni el cómo ni el cuándo», sostiene su letrado, Carlos Maceda. Uno de los agentes baleares que la miró a los ojos durante el interrogatorio tiene otro juicio sobre la asesina: «Es tremendamente fría, mentirosa y manipuladora». Los investigadores no descartan que la joven de 30 años de Noia (La Coruña) hubiera sedado al menor antes de matarlo. Los vecinos no escucharon ni un grito. 'Muki Pumuki', como se hacía llamar en las redes sociales, pronto se secó las lágrimas de cocodrilo. Aprovechó que ya era noche cerrada en Mahón. Apretujó el cuerpecillo fibroso y delgado de César en una pequeña maleta roja, la misma con la que el niño llegó a la isla 10 días antes, una maleta cargada de ilusión, unos vaqueros, unas bermudas, camisetas, un chándal, su estuche escolar y sus tesoros de niño. Mónica no se molestó ni en vaciarla. Condujo hasta el apartado bosque del Binidalí. Ni siquiera apagó el motor del coche. Bajó, abandonó el cuerpo del pequeño entre unos tupidos arbustos y se marchó. A la mañana siguiente, Mónica Juanatey empezó su doble vida, 900 días de farsa en los que la joven de 30 años hizo creer a amigos, familiares y compañeros de trabajo que el pequeño César seguía vivo. Más de dos años de macabro teatro que finalizó la semana pasada, cuando dos hermanos leñadores encontraron la maleta con los restos óseos del pequeño.
«El niño está bien. Va a clases de verano 'pa' que aprenda el catalán y no lo coja demasiado mal cuando el curso empiece». El 30 de julio envió este mensaje a unos amigos de Galicia por internet. César llevaba ya 20 días muerto. Otra vez se felicitaba de que su hijo ya hubiera hecho la comunión. La red llenaba la vida de una joven introvertida y con pocos amigos. Se pasaba horas chateando en su casa alquilada de Mahón. Tenía un blog en Myspace de premonitorio nombre: 'Terror a la gallega'. En él se hacía llamar 'Miku la excarceladora'. Nadie sabe por qué. Por internet conoció a su 'cibernovio', el vigilante de una quesería de Mahón que se ha encerrado en casa desde que se conoció la horrenda noticia. A él le dijo que César era su sobrino. Hasta obligó a César a que la llamara 'tía' y no mamá. Temía que le abandonara si descubría que era una madre soltera. Prefirió matar a su hijo. Cuando yacía ya sin vida en la fría maleta le aseguró que se había marchado de vuelta a Galicia con sus abuelos. «No me gustaría pensar que yo soy el motivo de que ella haya hecho esto. Eso no tiene explicación. Si ella recapacitara yo podría perdonarla y empezar una nueva vida», han sido de las pocas palabras que han salido de la boca del compañero sentimental de la asesina. Otra víctima.
Mónica tuvo estómago hasta para hacerse pasar por su propio hijo. Entraba en su perfil de Facebook para saludar a sus amigos. Visitaba una página web de cómics muy visitada por el pequeño. Y rompió toda relación con su familia gallega para mantener acallado su macabro secreto.
Boda cancelada
El escalofrío que ha recorrido la espina dorsal de la sensibilidad de toda España tras el crimen ha sido especialmente intenso en dos escenarios. No sólo en la tranquila Menorca, hogar de la homicida durante dos años. El pequeño pueblo turístico y marisquero de Noia ha quedado eternamente marcado. Ya será para siempre el municipio en el que creció una cruenta asesina. Allí residen los padres de Mónica, los abuelos de César, un matrimonio enmudecido por la tragedia, dividido entre el dolor por la perdida del niño y los humanos y paternales intentos por tratar de justificar la irracional actuación de su hija.
No es un tópico ni una exageración decir que ellos criaron a César. Mónica se quedó embarazada muy joven. Madre a los 19 años. Soltera, amante de la noche y de los flirteos ocasionales, su niño nunca fue una prioridad para ella. «Le gustaba mucho salir y coquetear con los chicos», recuerda una empleada de Jefama, un pequeño supermercado de Noia en el que 'Miku' trabajó tres meses. En el pueblo coruñés ha dejado muchos corazones quebrados. Como los de Iván Túñez y Alberto Moreno, dos de los compañeros sentimentales que tuvo la joven. Por las calles de la villa gallega todos señalan al primero como padre de César. Mónica reveló su embarazo pocos meses después de haberlo dejado con él. Iván quiso hacerse la prueba de ADN. Quería saber si era el padre. Pero ella le negó ese derecho.
En Lousame, una villa coruñesa a siete kilómetros de Noia, Alberto es hoy otro hombre destrozado. No es la primera vez que la homicida rasga su vida. Vivían juntos. Tenían ya fijada la fecha de su boda. Con las invitaciones repartidas. Pero a finales de 2007 la inestable 'Miku' conoció en un chat a su novio menorquín. Y en marzo de 2008 rompió con todo para irse a la isla. Dejó atrás a su ex pareja, a sus padres... y a César. Alberto ya había superado aquello. Pero la perdida del niño... «Lo quería como a un hijo», destaca una mujer de Noia cercana al entorno familiar del joven. Prefiere que no aparezca su nombre. Nadie quiere que su identidad figure junto a la de una asesina.
Su vida siguió dando tumbos en Menorca. En poco más de dos años pasó por tres trabajos. Empleada en la panadería Macxipà, vigilante en el aeropuerto de Menorca, limpiadora de Eulen en un concesionario de automóviles de Mahón... Los compañeros de este último negocio la recuerdan vivaracha, puntual, siempre dispuesta a invitar a un café, tecleando sin parar mensajes de texto en su teléfono móvil... Ahora han descubierto que trabajaban con una persona camaleónica, una mentirosa enfermiza. A todos les ocultó que tenía un niño. «A mí me dijo que su hijo había muerto en un accidente de tráfico hacía cinco años en Galicia», recuerda aún estupefacta María, una contable del concesionario. Por mentir, lo hacía hasta de su propia pareja. En su trabajo decía que tenía marido desde hacía 11 años. El mundo ficticio de 'Muki Pumuki'.
Dos años sin escolarizar
Mónica ni siquiera fue sincera con el 'hombre de su vida', el vigilante de la quesería que aún hoy insiste en perdonarla. El mismo que parapetado tras la puerta de su casa insiste en que ella lo debe de estar pasando muy mal, que él lo está pasando muy mal... y ni una palabra sobre César. Un rastreo por internet basta para comprobar que también con él Mónica quizás llevara una doble vida. En Facebook hablaba asiduamente con un hombre, un individuo al que le pedía que fuera «discreto», que le mandara sólo mensajes privados y no comentarios públicos en su perfil. A cambio le prometía «almejas a la marinera» en su próximo encuentro... A 1.500 kilómetros de distancia, en Noia, César preguntaba casi a diario por mamá. El niño se quedó a cargo de Alberto y de los padres de éste. Por poco tiempo. Mónica no tardó en usar de nuevo al pequeño contra su ex novio. Se negó a que viviera con él y lo mandó con sus abuelos. Al principio viajaba casi una vez al mes desde Menorca a Galicia. Pero poco a poco, Mónica empezó a hacerlo de manera más esporádica. Y César no paraba de preguntar por mamá. Los abuelos se cansaron. Y en julio de 2008 lo dieron de baja del colegio Felipe de Castro de Noia y lo metieron en un avión a Menorca. Camino de un trágico final. Ni siquiera saltó la alarma administrativa porque el niño llevara dos años sin escolarizar. Nadie se acordó de César. Aunque toda sospecha habría sido en vano, demasiado tardía para evitar un asesinato que se gestó en los últimos 10 días de vida del pequeño en Menorca.
Sus restos ocupan hoy una fría cámara del Instituto de Medicina Legal de Madrid. Sus familiares aún tardarán casi un mes en enterrarlo. Los investigadores quieren extraer de sus huesos todos los secretos, todos los datos forenses que permitan cerrar el cerco en torno a la homicida. En la morgue están también sus tesoros, su estuche con los lápices de colores, la misma goma de borrar que utilizó sólo minutos antes de que sus grandes ojos marrones se abrieran de espanto e incomprensión al ver cómo 'mami' lo sumergía en la bañera. El estuche aún conserva el inocente trazo del pequeño. Allí escribió su nombre a boli. César J. F. Con los apellidos de su mamá. Hoy sólo puede leerse 'Cés...r', con las letras difuminadas por el paso del tiempo. El mismo tiempo que no tuvo César. Una vida borrada demasiado temprano.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión