«La idea de Perú nació tras el terremoto de Haití, Lorena quería ayudar»
La granadina Lorena Guerrero falleció ayer en el trágico accidente de Perú, con otras tres voluntarias. Su padre, su novio y sus compañeros la recuerdan
J. E. CABRERO Y M. C.
Jueves, 8 de julio 2010, 04:33
Lorena Guerrero Sevillano nació en Santander, quince minutos antes que su hermano Eduardo. Aprendió a vivir en Granada, donde decidió que su historia sería ... un gran viaje. Y murió en Perú, 27 años después. Ella era una de las cuatro voluntarias que perdió la vida cuando u autobús se precipitó por un barranco de 300 metros, en la localidad de Quenco. Un camión se cruzó en su camino sesgando, de raíz, algo bueno.
«Mi hija era impetuosa. Muy inquieta. Y siempre tenía un plan, algo que hacer». Cada punto en la frase se hace eterno. Los silencios de José Luis Guerrero dicen tanto como sus palabras. Los llantos contenidos erizan la piel de los que escuchan, incrédulos e impotentes, la sentida despedida de un padre orgulloso. «Era buena persona, buena profesora y una aventurera. Siempre atenta a su familia. Ella era -termina, entre nudos- una hija excepcional».
Lorena estudió en el IES Ganivet de Granada, se licenció en Ingeniería Informática en la UGR y, desde 2006, año en que aprobó sus oposiciones, era profesora de Informática en Aguadulce (Almería), primero en el 'IES Aguadulce' y luego en el 'IES Carlos III'.
La idea de Perú nació el 12 de enero de este año, tal y como recuerda José Carlos Tudela, su novio. «Tras el terremoto de Haití, Lorena decidió que quería ayudar. Que había muchos sitios en el mundo donde podía hacer algo, donde podría echar una mano. Sobre todo a los niños, por los que tenía una especial sensibilidad».
La última carta
José Carlos estaba frente al ordenador, en el trabajo, cuando vio la noticia. El mismo sitio en el que leyó la última carta de Lorena: «No hablé con ella en estos días. Lo del teléfono era complicado, así que, cuando podía, me mandaba correos electrónicos. Me dijo que estaba bien, muy contenta, y que con el resto de los voluntarios se sentía en familia. Querida».
«Fue una compañera de su instituto la que le habló de la ONG, 'Señor de Huanca', porque ella ya había colaborado con ellos -sigue José Carlos-. Al decirle que trabajaban con niños se puso a trastear por Internet. Finalmente se decidió por ellos. Además, desde que la conozco, hemos hecho muchísimos viajes a todo tipo de destinos, era lo que más le gustaba en el mundo. Pero siempre había soñado con ir al Machu Pichu. Y la posibilidad de verlo la terminó de convencer».
Familiares y amigos de Lorena coinciden en sus recuerdos: muy amiga de sus amigos. Sincera. 'Echá pá lante'. Transparente. «Pero sobre todo era un puro nervio. En los claustros me ponía muy nerviosa porque siempre tenía algo nuevo, una idea nueva, un algo nuevo que hacer o proponer...». Carolina Roca, secretaria del IES Carlos III también comparte las lágrimas de los amigos que Lorena deja en tierra. «Conectaba mucho sus alumnos. Era de esas profesoras que son algo más. En su primer año fue tutora de un grupo de 4º de ESO que este año se graduó. La querían muchísimo, no sabe cuánto. Y esa impronta quedará».
«Ganas de aprender»
Los compañeros de Lorena tampoco se creían lo sucedido. José Luis Berenguel, jefe del departamento de Informática del IES Aguadulce, habla con la voz entrecortada: «Nos ha chocado muchísimo, es algo que nunca te esperas». «Era una chica joven -continúa-, con muchas ganas de ayudar, súper activa, buenísima compañera, trabajadora, de lo mejor que ha pasado por el instituto. Además, era una brillante estudiante con muchísimas ganas de aprender».
Al igual que José Carlos, Berenguel se enteró por las noticias de la tragedia. «En seguida he llamado a su pareja y me lo ha confirmado. Desde entonces llevo toda la mañana al teléfono, atendiendo a los compañeros que se han ido enterando. Ha sentado como una bomba en el instituto. Para mí era más que una compañera, era una amiga».
Sentados en el salón de su casa de Granada, la familia y su novio inundan la memoria de flashes pasados. De sonrisas truncadas por un accidente que nadie entiende, que todos culpan de injusto, de caótico. José Carlos, roto como un puzzle incompleto, suspira: «al menos, el día de antes, conquistó, al fin, uno de sus sueños. El Machu Pichu».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión