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ÁNGELES PEÑALVER
Jueves, 8 de julio 2010, 04:17
José Cortés Jiménez (La Línea, Cádiz, 1946) es Pansequito en el mundo del flamenco. Descuelga el teléfono desde su casa en Gines, pueblo sevillano que cuenta con otros cantantes bien conocidos en los años 70, como los Amigos de Gines. El vecino que ahora habla al otro lado del hilo vendió medio millón de discos en 1974. «Era la época de 'Tengo una novia morena que se llama Andalucía'. Estuve de moda y llegué a actuar cuatro veces en un día», recuerda el único artista que obtuvo el 'Premio a la Creatividad' en el Concurso Nacional de Córdoba 1974, que no se ha vuelto a otorgar.
Esta noche Pansequito recoge un premio importante, 'El compás del Cante', que otorga cada año -y van 24 consecutivos- la Fundación Cruzcampo a figuras del flamenco. La cena de gala donde recibe el homenaje se celebra en el granadino Palacio de los Córdova, en las faldas de la Alhambra.
«Manolo Caracol fue el primero en quien pensé cuando supe que la ceremonia era en Granada. Él se forjó ahí como leyenda, triunfando en 1922 en el concurso de cante organizado por Falla y Lorca. Luego me acordé de mi abuelo paterno, Panseco, que también era de ahí», contesta sintiéndose merecedor de los premios tras «muchos años de carrera» a las espaldas.
Bodas de Oro y disco
De hecho, el año próximo celebra las Bodas de Oro en la profesión y quiere regalarse la grabación de un disco conmemorativo, por mucho que le cueste. «A finales del año pasado saqué 'El canto a la libertad', producido por Diego Magallanes. Rompí casi una década de silencio y el resultado, la verdad, es demasiado bueno. Aún así, ya sé que para mi próximo cedé tendré problemas para grabar porque el panorama está hecho una pena. Pero no quiero que cuando me vaya de este mundo digan que era un fenómeno y otros ganen dinero a mi costa», explica un profeta en su tierra.
Siempre se ha mirado en «el arte y el genio de Caracol», pero reivindica a su propia generación: El Turronero, Chiquetete, Rancapino, Camarón, Morente, Menese... «Todos cantábamos bien y ninguno se parecía a otro. Le dimos la vuelta a esto, como hicieron en el pasado maestros como Mairena y Fosforito», recuerda antes de señalar que el artista que no se pone nervioso al subir a un escenario «es un irresponsable».
En la Bienal de Sevilla
Él, que no cometió demasiadas excentricidades, ha tenido la «cabecita bien amueblada». Hoy puede vivir de los rescoldos de su carrera, todavía salpicada de grandes actuaciones, como la de la Bienal de Sevilla, el próximo 30 de septiembre, en el Teatro Central, donde presentará 'El canto a la libertad'. También le espera un verano nutrido de festivales y bolos. «Pero el flamenco vive un mal momento, por mucho que digan. Está todo muy politizado. La comida se la reparten unos cuantos y trabajan quienes deciden los políticos. Y lo digo yo, que también estuve de moda, pero por mérito propio», espeta antes de empezar a contar batallitas vividas con Camarón de la Isla, como una intensa noche creativa en Cuenca en los ochenta.
José Monge Cruz adoraba a Pansequito, se criaron juntos, y le pedía frecuentemente consejo y aprobación. «No es por 'ná', pero su ídolo era yo. Lo que ocurre es que él tenía un piano en la garganta y todo lo que cogía lo mejoraba. Luego los flamencos no hemos tenido el valor de defender este arte como hay que hacerlo... y se va a perder. Los 10.000 grupos de ahora sólo meten una pincelada de flamenco. La juventud canta muy bien, pero se pierde por derroteros modernistas», concluye.
Odia la palabra 'flamenquito': «Habría que colgarla de un palo de la luz». No le gustan las fusiones con el rock y con el soul, aunque las respeta. Se reunió con la guitarra eléctrica de Raimundo Amador en un tema de su último cedé: «Pero, ojo, arrancamos 'olés'». No quiere que le pregunten por Enrique Morente, que es su amigo. Reivindica un papel preponderante del flamenco frente a géneros como la copla y la capacidad de poner los vellos de punta como barómetro adecuado para medir el arte de un cantaor. «Si es que juntar en una misma persona a un artista y a un cantaor es muy, muy difícil». Lo dice alguien que lo es.
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