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Refugio bajo la plaza de la Catedral accitana y el profesor José Manuel Rodríguez Domingo, de la UGR, autor de la investigación. FOTOS EXTRAÍDAS DEL LIBRO
Los refugios antiaéreos de Guadix: arquitectura del miedo

Los refugios antiaéreos de Guadix: arquitectura del miedo

Investigación. Un libro del profesor Rodríguez Domingo ahonda en la historia de estas construcciones en la ciudad episcopal

josé antonio muñoz

Lunes, 13 de julio 2020, 00:56

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El comienzo de la guerra civil española coincidió con la puesta en práctica de nuevas técnicas bélicas que afectaron a la población, como los bombardeos aéreos masivos sobre numerosas localidades de la retaguardia republicana. Una de ellas fue Guadix, situada en el límite de la zona nacional, que se encontraba al oeste. Una ciudad episcopal que a pesar de no ser la capital de la Granada republicana (lo era Baza), sí que tenía una gran importancia estratégica. Los bombardeos supusieron el nacimiento de una nueva forma de hacer la guerra, y de todos es conocido que la contienda fratricida española sirvió como 'campo de ensayo' de lo que al terminar esta se convirtió en la II Guerra Mundial. Ambos bloques –alemanes e italianos apoyando a Franco, y Rusia apoyando a la República–, convirtieron a España en un campo de juegos en el aire que tuvo inmediatas consecuencias a ras de tierra. Una de ellas, la creación de los primeros refugios antiaéreos, de los que Guadix es un ejemplo único por la variedad de sus tipologías, hija de la especial conformación de la zona.

José Manuel Rodríguez Domingo, profesor titular del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Granada, ha desentrañado por primera vez las particularidades de los refugios antiaéreos en la ciudad, únicos en España –y probablemente en Europa–. El título de su libro, publicado por la Diputación, el Ayuntamiento accitano y el Centro de Estudios Pedro Suárez, es 'Ciudad refugio. La defensa pasiva en Guadix durante la guerra civil'. El profesor afirma que «a pesar del uso de medios de defensa activa para repeler los bombardeos, los distintos organismos de defensa pasiva, ya fueran juntas nacionales, provinciales o locales, trabajaron con una misión clara: la protección física de las personas».

Para conseguirlo, los refugios antiaéreos se presentaron como la alternativa más adecuada. Fue un enorme esfuerzo común limitado por la precariedad de recursos, tanto materiales como humanos, «muy especialmente a partir de mediados de 1938 cuando ya escaseaban materiales como el cemento», según afirma el profesor Rodríguez Domingo. Guadix construyó sus refugios porque fue intensamente bombardeada, al tratarse de un nudo ferroviario y de carreteras que conectaba Madrid con Almería y Andalucía con Levante.

Los bombardeos sobre Guadix fueron frecuentes a partir del otoño de 1936.
Los bombardeos sobre Guadix fueron frecuentes a partir del otoño de 1936.

En ningún otro territorio de la provincia republicana hubo una necesidad tan acuciante. «Cuando se comprobó que Rusia estaba suministrando víveres y pertrechos a la República a través del puerto de Almería, la aviación franquista se propuso como objetivo cortar esas líneas. Por eso, los bombardeos se centraron en el barrio de la estación», comenta el profesor. Fue una política de hostigamiento que se intensificó a finales de 1936, con unidades procedentes de los aeródromos de Baleares, Tablada y Armilla. Muchas de las bombas arrojadas sobre la ciudad fueron fabricadas en la fábrica de pólvora de El Fargue. El servicio de espionaje rebelde se encargaba de informar puntualmente de los movimientos de mercancías, y los días más apropiados para hacer daño con sus raids. La aviación republicana, a pesar de contar con varias pistas de aterrizaje, tuvo una operatividad muy limitada, y poco pudo hacer ante la potencia de fuego aéreo del bando franquista.

Reconstrucción

Reconstruir la secuencia de los hechos y unos mínimos datos fiables sobre los refugios ha sido una tarea muy difícil que ha llevado al autor más de dos años. «Quienes participaron en su construcción o la soportaron económicamente han querido borrar sus huellas, y en los días previos a la caída de la ciudad quemaron miles de documentos comprometedores», afirma José Manuel Rodríguez. «Visité archivos de Ávila, Salamanca, Segovia, Sevilla, Almería, Madrid…, donde la información es muy dispersa y fragmentaria. Aunque la información más interesante ha procedido de fuentes orales, de quienes siendo niños permanecieron en Guadix durante la guerra». No obstante, quedan sobre todo los refugios repartidos por toda la ciudad, con objeto de proteger a una población doblada por la incesante llegada de refugiados.

«La defensa activa, trincheras, casamatas, refugios, búnkeres, están en buena parte inventariada y puede observarse aún en lugares como la sierra de Huétor. Sin embargo, obras de defensa pasiva como estos refugios en las ciudades permanecían inéditos», recuerda el profesor. La Junta Nacional de Defensa Pasiva emite unas normas o instrucciones de obligado cumplimiento por parte de la población civil: apagar las luces por la noche, teñir las farolas, cómo acudir a los refugios al escuchar las alarmas de las sirenas, cómo comportarse en el interior, cuándo salir, no permanecer en el exterior durante las alertas, no disparar a los aviones. Incluso asegurar material básico sanitario y herramientas en el interior de los refugios, ante la posibilidad de que un impacto bloquease las salidas.

Las obras de construcción de los refugios empeñaron a toda la población.
Las obras de construcción de los refugios empeñaron a toda la población.

El temor de las autoridades a que Guadix se viera bombardeada más allá de la propia estación aceleró los preparativos, pues en el centro de la ciudad había varios acuartelamientos del cuerpo XXIII del Ejército del Sur. Se elaboró un registro de los sótanos de viviendas que sean aptos para refugiar a la población, sin ventanas al exterior, ni obstáculos y salidas franqueables. Todo ello se organizó a través de ingenieros que ofrecen las pautas para construir los refugios, con la coordinación de la comisión pro-refugios local. Desde el primer momento, este empeño se ve dificultado por la falta de fondos. Con el comercio interrumpido y la actividad económica muy disminuida, era difícil. A ello se unió la condición de Guadix como ciudad refugio a la que hace alusión el título del libro del profesor Rodríguez. La situación de sobrepoblación se agravó cuando 'la desbandá' de Málaga llegó a Almería y la ciudad costera fue incapaz de absorber a los refugiados. Entonces, estos fueron 'pasaportados' por las autoridades republicanas a la ciudad, que llegó a tener más de 30.000 habitantes. ç

Esta avalancha trajo tensiones. Obligados por las autoridades, casas donde antes vivía una sola familia llegaron a acoger a cuatro. Estas personas tienen que comer, pero no hay para tanto. Y tienen que resguardarse de los bombardeos. Por ello, Guadix echó mano de sus peculiaridades para convertirlas en ventajas. Cuevas abandonadas se habilitaron como refugios, los sótanos, las minas de agua y hasta las casas ruinosas de la plaza de la Constitución albergaron refugiados. Del mismo modo, las bodegas situadas bajo las viviendas se adscribieron a esta utilidad. En el centro fue donde se tuvo que hacer una mayor labor de ingeniería, construyendo refugios con forma de túnel bajo las calles, impidiendo que el techo se hundiera, apuntalándolo. Convive esta tipología con las de tipo cámara o celulares, cavadas en zonas no urbanizadas, y que implican la apertura de una gran zanja que se recubre con paredes de hormigón y viguetas. De esta tipología, aún se conservan varios bajo el subsuelo de la ciudad.

Galerías de agua

Otra tipología más, especialmente singular, vino del aprovechamiento de las galerías de agua, espacios de hasta 1,70 de alto por un metro de ancho, que traían el agua de los manantiales hasta las fuentes, y que eran subterráneas y transitables. El panorama lo completaron las criptas de las iglesias: Santa Ana, la Catedral, Santiago… fueron preparadas para protegerse. El esfuerzo alcanzó a buena parte de la población, y fue sostenido 'a pulmón' por las autoridades y vecinos. Casi nada llegó de Madrid. Como recuerda el profesor Rodríguez, «el Ministerio subvencionaba la construcción de refugios en centros escolares, pero estos en Guadix no llegaron a realizarse. Para sufragar los gastos del resto, el consistorio emitió unos timbres pro-refugio, y se aplicaron tasas sobre determinados productos».

Solo el empleo conjunto de todas las modalidades creó cierta sensación de seguridad en los primeros momentos de psicosis. Porque, como señala el autor del libro, cuando las sirenas –una de ellas, tomada de las minas de Alquife– se hicieron habituales pero las bombas no caían, algunos accitanos empezaron a relajar la ansiedad de correr a los refugios, permaneciendo en sus domicilios o en sus labores.

Al terminar la contienda fratricida, las buenas relaciones del gobierno franquista con el eje italo-alemán hicieron que los refugios accitanos no se olvidaran. Todo lo contrario. Se levantó inventario de ellos y se ordenó cerrar los accesos, aunque se mantuvieron, por lo que pudiera pasar. Esta situación de control se prolonga incluso en los años siguientes, en los albores y en los momentos más tensos de la Guerra Fría. Solo avanzados los 60 empiezan a perder interés, y se construye sobre ellos. Varios se conservan bajo bloques de viviendas, y otros han sido utilizados como criaderos de setas bodegas o almacenes.

Como afirma el autor del libro, «la existencia de estas estructuras ha convivido con la población accitana durante los últimos 80 años. Precisamente, el uso continuado en el tiempo ha asegurado la pervivencia de la mayor parte, ocultos en el interior de viviendas particulares e incorporadas a las mismas como espacios privativos. Varias generaciones de niños accitanos han jugado en sus inmediaciones, incursionado por sus estrechas galerías y fantaseado con pasadizos construidos por los pobladores medievales donde ocultar tesoros o evacuar la ciudad en caso de asedio. Solo las generaciones que padecieron la guerra podían identificar la verdadera función de estas entradas al averno y rememorar las angustias de aquellos momentos».

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