Los 80 millones que nadie pidió
Esta semana se ha colocado la primera piedra de la Azucarera. Lástima que ninguna institución haya asumido los proyectos elaborados por la UGR para captar fondos Next Generation; quién sabe si se terminarán devolviendo
El 21 de julio de 2020 Pedro Sánchez llegó a Moncloa con mascarilla negra. Subió las escaleras que salen habitualmente en las fotografías y, dentro, ... les esperaban sus ministros para recibirlo con aplausos. Todo muy espontáneo, obviamente. Entre los primeros palmeros –adjetivo meramente descriptivo– se intuye tras el tapabocas a José Luis Ábalos, que ahora empieza a irse de la lengua. Y, de fondo –todavía con coleta– Pablo Iglesias. Solo unas referencias para saber cuánto han cambiado las cosas en cuestión de un lustro –que es un sustantivo que suena a rancio–.
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Pedro Sánchez regresaba ese día de julio de Bruselas, donde había tenido un papel protagonista para arrancar un fondo de reestructuración histórico. A España le corresponderían aproximadamente 140.000 millones de euros; algo más de la mitad en préstamos y, el resto, los conocidos Next Generation. Cinco años y medio después, el Gobierno solo ha solicitado 16.270 millones de los 83.000 asignados como créditos; la versión oficial, por la buena marcha de la economía. Cosa distinta es el destino y provecho de los Next Generation, que tienen que estar ejecutados en el año que entra de forma inminente.
Cambio de pantalla. El pasado lunes, más representantes institucionales de los que se necesitan para sujetar una pala colocaron la primera piedra simbólica de las obras en la Azucarera de San Isidro, ese inmueble que adquirió la Universidad de Granada en diciembre de 2021 para montar un campus innovador de referencia en toda Europa. Estamos tan poco acostumbrados a ser baluartes de la innovación que no valoramos suficientemente cuando lo somos. Son los primeros trabajos en la vieja destilería, donde se invertirán en total más de ocho millones de euros. Unos fondos negociados entre la UGR y el Gobierno y que, en contra de lo que se haya podido pensar, no tienen nada que ver con los tan mencionados Next Generation.
La Universidad elaboró proyectos para solicitar 80 millones de estas ayudas europeas. Lo contamos en IDEAL en mayo de 2024. Sin embargo, no ha podido participar directamente en esta convocatoria porque estaba reservada para la Administración del Estado, comunidades autónomas o entidades locales. Los proyectos se han quedado en algún cajón, porque ninguna de las instituciones que pudo hacerlos suyos se dio por aludida.
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¿Se imaginan el disparate de que España devuelva finalmente dinero de los Next Generation por falta de proyectos mientras que aquí había planes para invertir 80 millones en un campus único en toda Europa?
Pues estas cosas pasan; aunque aquí no pase nada.
CRIBAR LAS PALABRAS
En contra del dicho popular, nadie es dueño ni siquiera de sus silencios. Porque cualquier gesto te compromete más que muchos adjetivos. Los sustantivos ya no se estilan demasiado en política. Quien se sube a un atril, el que tiene la posibilidad de influir en la opinión pública, debe asumir también una responsabilidad con sus palabras. Sea político, mercachifle o periodista; valga la redundancia.
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Cuando trascendió el supuesto borrado de las pruebas de cribados en el sistema informático del SAS, la portavoz adjunta del PSOE en el Parlamento, Ángeles Férriz, lo tildó sobre la marcha de «manipulación intencionada» y acusó a Juanma Moreno de «querer quitar de en medio las pruebas de la negligencia criminal». Fue la sentencia hablada de un juicio político sumatorio. Tampoco debe extrañar en exceso; el contrario habría hecho lo mismo –o parecido– ante una situación similar.
Hay que distinguir entre error y presunto delito. Los primeros se corrigen; los segundos se condenan. La Fiscalía ha archivado esta semana la doble denuncia por el borrado de datos del sistema. Todo fue una caída por una «avalancha de peticiones». Lo apuntaba en la libreta del domingo pasado: «En las próximas semanas se verá el recorrido de cuantas denuncias se han presentado. Y puede que se resuelva –es una posibilidad– que no hubo ni trama, ni aforados implicados, ni un delito de escala. Que todo quede resituado en las posibles reclamaciones patrimoniales que se presenten». Y en esta misma reflexión me mantengo ante lo que queda por salir.
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Sobredimensionar un problema por interés político puede ser una forma de eludirlo. Porque problema hay. Otra cosa es la trama y el delito.
CAER EN LAS REDES
Acudo el lunes al teatro Calderón de Motril, donde Mariano Rajoy presenta su libro. Los gallegos tienen la ventaja de que cualquier obviedad les suena ingeniosa; pero esto solo les funciona a los gallegos con cierta retranca. Por eso hay frases que en Rajoy nos provocan una sonrisa y la misma perogrullada, con cualquier otro acento menos sonoro, no tendría ni puñetera gracia. Quizás en eso también consista la sensatez.
Rajoy ha pasado de «ese señor del que usted me habla» –para esquivar a Bárcenas– a referirse a «ese en el que están ustedes pensando», para criticar a Pedro Sánchez. Los expresidentes suelen caer mejor que los presidentes. Pero pasa igual que con el acento gallego; no funciona con todos.
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Anoto algunas frases en la libreta: «El populismo es muy difícil de definir, puede ser lo mismo un millonario de Nueva York que comunistas obsesionados con las dictaduras caribeñas. El populismo puede ser de extrema derecha, izquierda extrema y, siempre, de extrema estupidez».
Después habla del peligro de las redes sociales. Hay muchos que hablan mal de las redes sociales; algunos, incluso desde las propias redes sociales. «Conviene regular la comunicación digital igual que hicimos con la analógica»; advierte Rajoy. «En las redes vale más la opinión de un energúmenos que la de un Nobel». Incluso, fuera de las redes.
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Recuerda que estas nuevas herramientas empezaron como un vehículo de «democratización y comunicación social», pero han acabado convirtiéndose en un «grave problema para la política».
Sucede que son los propios políticos quienes alimentan en gran medida a las redes sociales que después culpan de la polarización. Quienes las eligen como canal de comunicación para difundir sus mensajes y para criticar al contrario. Antes se debatía; ahora se reparten 'zascas'.
No he visto a ningún político que salga feo en sus fotos de Instagram; ni a ningún otro que cuente en X que ha cobrado una mordida del 2%. Tampoco bailan en Tik Tok con 'La Carlota', esa que según Ábalos «se enrolla que te cagas».
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Para contar todo eso están los periódicos.
ABANDERADOS
El jueves izan la bandera de Andalucía en San Telmo. La misma bandera que pintábamos en el colegio los niños de EGB para el 28 de febrero. Entonces, el 4 de diciembre solo era la antesala de un puente que pensábamos que no acabaría y nunca llegarían los exámenes de la primera evaluación. Pero la vida siguió –que cantaba Sabina antes decir 'Hola y adiós'– como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
La encargada del elogio a la bandera –los elogios son tan escasos que quedan reducidos a cosas muy raras– es la periodista Isabel Jiménez, cuyo abuelo fue el fotógrafo de la calle Navas.
Al acto oficial de San Telmo solo acude el portavoz del PP, el adjunto del PSOE en el Parlamento, Rafael Recio; y la referencia de Adelante, José Ignacio García, que alza el puño con el himno. Cada uno interpreta Andalucía desde su perspectiva, pero –a su manera– José Ignacio estuvo a la altura institucional que le corresponde. Hubo plantón de Vox –que en su momento quería colocar el 2 de enero como día de la comunidad–, del mejunje de la izquierda y de la primera plana socialista.
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Ese mismo 4 de diciembre, en paralelo, dirigentes de Podemos, IU, Por Andalucía –y algunos más– ofrecían flores en homenaje a Manuel José García Caparrós en Málaga; por la tarde, y también en Málaga, María Jesús Montero participaba en los premios Rafael Escuredo por el 4 de diciembre. Y los mismos de las flores de la mañana, estaban en Casares por la tarde.
Lo que incomoda por tanto no es que se celebre el día de la bandera. Sino quien se suba al balcón de San Telmo.
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