50 personas de La Alpujarra peregrina a Tierra Santa con el sacerdote de Capileira Alfonso Aguilar
En Galilea, por ejemplo, recorrieron los lugares más importantes de la vida pública de Cristo
Rafael Vílchez
Lunes, 17 de febrero 2020, 10:27
«La vida es una peregrinación», dice Alfonso Aguilar, párroco de bellos pueblos de la Alpujarra Alta como Soportújar, Pampaneira, Bubión, Capileira, Mecina Fondales, Atalbéitar ... y Ferreirola. «Dios peregrinó a nuestra tierra para que nosotros pudiéramos peregrinar a Dios. Y Dios peregrinó en la Palestina de hace dos milenios», indica este sacerdote.
Del 30 de enero al 8 de febrero 50 peregrinos de La Alpujarra y de Granada viajaron con don Alfonso a Jordania y Tierra Santa. Del 20 al 28 de febrero harán la misma peregrinación con don Alfonso otros 54 peregrinos. De Málaga volaron a Amán, capital de Jordania, haciendo escala en Estambul.
En Jordania visitaron Madaba con importantes mosaicos bizantinos del siglo VI. Como Juan Pablo II, visitaron el Monte Nebo: allí Moisés divisó la tierra prometida y murió. Recorrieron la original Petra, antigua capital de los nabateos, declarada Patrimonio de la Humanidad y una de las siete Maravillas del Mundo Moderno, así como Jerasha, considerada la Pompeya asiática, una de las diez ciudades greco-romanas que conformaban la Decápolis, desde la cual muchos fueron a ver y a escuchar a Cristo.
De Jordania fueron en bus a Israel para llegar a Nazaret la casa de María, donde tuvo lugar la Anunciación y la Encarnación, hoy integrada en una grandiosa basílica. Muy cerca se encuentra la casa de José, donde vivió la Sagrada Familia durante más de tres décadas, también incorporada en una bella iglesia.
En Galilea, norte de Israel, recorrieron los lugares más importantes de la vida pública de Cristo, que giraba principalmente en torno al lago de Tiberíades o Mar de Galilea. Celebraron la Eucaristía sobre las ruinas de la casa de Pedro, donde residió Cristo con sus apóstoles, en el pueblo de Cafarnaún. Visitaron el Monte de las Bienaventuranzas, Tabgha – donde se apareció Cristo resucitado y confirmó el primado de Pedro – y el lugar de la multiplicación de los panes y peces a orillas del lago. Durante una hora dieron un paseo en barca para rememorar las numerosas ocasiones en que Cristo y sus apóstoles navegaron por esas aguas llenas de vitalidad y peces. De hecho, comieron el conocido 'pescado de San Pedro'.
En la casa (hoy iglesia) de Caná de Galilea, donde Cristo transformó el agua en vino durante una boda, las parejas renovaron sus promesas matrimoniales. Subieron al Monte Tabor para rememorar, con las bellas vistas y la misa en la luminosa basílica, la transfiguración y ascensión a los cielos del Señor.
De Galilea descendieron a Judea, sur de Israel, para visitar, en primer lugar, el sitio donde nació Cristo, que hoy se encuentra dentro de la Basílica de la Natividad, el primer templo cristiano en Tierra Santa, construido a inicios del siglo IV por Santa Elena, madre del emperador Constantino. En Belén tocaron con emoción la piedra del pesebre y visitaron las cuevas adyacentes bajo a la anexa basílica de Santa Catalina.
Emocionante fue la misa en una de las cuevas de los pastores que en la primera Nochebuena recibieron el anuncio del ángel. En Belén conocieron la triste realidad de los huérfanos abandonados que con caridad heroica cuidan las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.
En Betania visitaron la casa de Marta y María y la tumba de Lázaro. No pocas veces Cristo se hospedó en la casa de sus grandes amigos. De allí bajaron a Jericó, la ciudad más antigua y profunda del mundo, a 250 metros bajo el nivel del mar, frente al Monte de las Tentaciones. En el río Jordán renovaron sus promesas bautismales. Después se bañaron en el famoso Mar Muerto, lleno de sal, donde uno flota inevitablemente.
Dedicaron los últimos dos días a Jerusalén. Visitaron Getsemaní, el huerto de los olivos, donde Cristo oró, fue aprehendido, traicionado y abandonado. También vieron la capilla redonda de la Ascensión, la Gruta del Padrenuestro y un panorama de Jerusalén desde la basílica Dominus Flevit, donde Cristo lloró por la Ciudad Santa. Recorrieron el Monte Sión: la casa del sumo sacerdote Caifás, donde Cristo pasó la noche prisionero y Pedro lloró antes del canto del gallo. Cerca se alzan la basílica de la Dormición de la Virgen María y el Cenáculo, recinto de la Última Cena y de Pentecostés. Allí tuvieron un iluminador encuentro con el franciscano español Fray Artemio, Vice Custodio de la Tierra Santa. También rezaron con los judíos ortodoxos en el famoso Muro de las Lamentaciones del antiguo Templo.
El último día empezó con la visita a la iglesia de Santa Ana y las ruinas de las piscinas del Templo, los restos de la Fortaleza Antonia donde Pilato presentó a Cristo flagelado y coronado de espinas con sus palabras latinas Ecce homo. Recorrieron paso a paso el vía crucis a través de la Vía Dolorosa de la antigua Jerusalén. Culminaron la jornada y la peregrinación con la visita al Calvario, lugar de la crucifixión, y la Tumba vacía desde la cual resucitó el Salvador, dentro de la grandiosa Basílica del Santo Sepulcro. A pocos metros de esa tumba, donde Cristo resucitado se apareció a María Magdalena, celebraron su Misa conclusiva.
Todos regresaron a La Alpujarra transformados y llenos de alegría, con inolvidables experiencias y recuerdos. Tierra Santa es el «quinto evangelio»: los lugares hablan por sí mismos y hacen ver el evangelio con ojos más penetrantes. «Peregrinar a Tierra Santa es volver a los orígenes de la revolución cultural más decisiva en la historia», dice don Alfonso. «Es redescubrir las raíces de nuestra fe. Es buscar las respuestas a las preguntas fundantes. Es experimentar la cercanía de Dios como la experimentaron los testigos del evangelio. Es pisar las huellas de Dios sobre la tierra».
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