Los balates de los pueblos de Granada: muros icónicos y centenarios en peligro de desaparecer
En esta zona existen muros de contención de piedra sobre piedra seca acuñada con ripios para delimitar y proteger las fincas rurales
En la comarca de la Alpujarra perduran muchos balates de piedra seca realizados hace siglos para enfrentarse a la orografía del terreno. El uso de ... la piedra como elemento de construcción no solo es hermoso sino muy duradero. Las edificaciones de piedra seca tienen un gran valor histórico y son un auténtico referente identitario en la Alpujarra y otras zonas de la provincia de Granada. Se denomina balate al muro de contención de tierras realizado con piedras sin labrar, manejables por uno a dos personas, colocadas unas sobre otras, acuñadas con piedras más pequeñas llamadas ripios, y generalmente en seco, sin mortero de ningún tipo.
Los balates suelen tener cierto desplome hacia las tierras a contener y pueden alcanzar alturas hasta cinco metros e incluso más. A lo largo de los siglos muchos campesinos de la Alpujarra han extraído de los campos de cultivo las piedras que le impedían que se arara y crecieran correctamente las semillas. Estas y otras piedras procedentes, algunas veces, de otros lugares servían para realizar muros para proteger y delimitar el terreno. En otros tiempos a los maestros balateros no les faltaba el trabajo por que se cultivaban todos los campos por muy pequeños y pendientes que fueran.
En peligro
En la Alpujarra y otros pueblos, el abandono casi total de los métodos tradicionales de cultivo en zonas abancaladas y la consecuente falta de mantenimiento está poniendo en peligro la conservación del patrimonio agrícola. Un muro de piedra seca significa un muro sin argamasa que sostiene las piedras juntas. La construcción de un balate no es un trabajo fácil ni cómodo por que el manejo de piedras sobre piedras bien asentadas y que no se descompongan requiere de mucha experiencia, maña y fuerza.
Los balates de piedra seca ataludan las pendientes conformando los bancales o terrazas para, y entre otras cosas, ganar terreno cultivable en lugares donde antes lo impedían. Desde tiempos inmemoriales los campesinos han elegido piedras con mucha resistencia para realizar balates, algunos con más de 50 metros de longitud. Con ligeros martillazos muchos alpujarreños han corregido a lo largo de los años los resaltos y aristas que quedaban en el balate o muro para ajustar las piedras grandes sin labrar y sin mortero de ninguna clase, colocadas unas sobre otras con mucha precisión y maestría y acuñadas con piedras más pequeñas llamadas ripios.
En la Alpujarra los balates constituyen un elemento esencial del paisaje, cumpliendo además una función ecológica, como defensa contra las escorrentías y el deterioro del terreno, además de servir de refugio, debido a las oquedades entre piedras, a una importante fauna menor. Algunas zonas de cultivo con balates están protegidas patrimonialmente, dentro del Sitio Histórico de la Alpujarra. Los balates en la Alpujarra contribuyen a la sostenibilidad de la agricultura, ayudando a frenar la pérdida y el empobrecimiento del suelo, además de aumentar la retención de agua, siguiendo un sistema ancestral reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
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