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Luis ilumina el almacén, donde guarda los aperos, con la energía de las placas.
Acostumbrados a vivir en penumbra

Acostumbrados a vivir en penumbra

Al orgiveño Cerro Negro, donde viven 50 familias, nunca llegó la corriente, que compensan con placas solares

Jorge Pastor

Lunes, 2 de enero 2017, 00:52

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Las cincuenta familias que habitan en el paraje de Cerro Negro, allá por Órgiva, están acostumbrados a vivir sin prisas. En las cortijadas que hay un lado y a otro del Camino Real, la mayoría 'colonizadas' por ingleses y alemanas en busca de silencio, los lugariegos viven con lo justo. Labrando la tierra con esmero y disfrutando del espectacular paisaje con la Contraviesa y la Sierra de Lújar. Por no tener, ni tan siquiera tienen corriente eléctrica. Ni la tuvieron, ni la tienen y, tal y como están las cosas, es bastante probable que nunca la tengan. Para la mayoría de ellos no es ninguna necesidad imperiosa. Les va bastante bien con las placas solares y los molinos de viento. Y cuando está nublado y no corre el viento, pues a acostarse temprano o alumbrarse con linternas. No pasa nada. Ya saldrá el sol o, quizá, la luna llena.

Juan de Haro, agricultor y pensionistas, vive en el Cortijo Colorado. Después de separarse y sufrir dos infartos, decidió regresar a sus orígenes en Cerro Negro. Atrás quedaron sus años urbanitas en Bilbao. Ahora dedica sus horas a cultivar la tierra y cosechar calabazas, peras, habichuelas, tomates y lechugas con las que luego se alimenta - «lo que me sobra, lo doy», apostilla-. «Aquí, hace ocho o nueve años, estuvimos a punto de lograr un acuerdo y, entre todos, financiar la instalación del tendido, que nos salía por unas 300.000 pesetas (1.800 euros) por propietario, pero finalmente no nos entendimos porque los extranjeros querían que los cables fueran subterráneos», comenta Juan de Haro, quien agrega que hace unos años lo volvieron a intentar, «pero ya salía por nueve millones de pesetas (54.000 euros)». Fue la última vez que se habló del tema. Desde entonces, algunos mayores han decidido bajarse al pueblo. Allí hay de todo.

Pendientes del cielo

Juan, que vive solo desde que fallecieron sus progenitores, asegura que «cuando el cielo está despejado, las planchas cargan bien y no hay problemas». «Cuando hay nubes, algo bastante frecuente en estos meses de invierno en la Alpujarra, no me queda otra que enchufar el generador, que consume unos cinco litros por cinco horas», dice Juan, con un pitillo en la mano izquierda y una hazada en la derecha. Juan sí que tiene una queja para el Ayuntamiento. «Si pagamos impuestos, deberíamos tener un carril en condiciones y bien señalizado», lamenta.

Manuel es otro de los vecinos de Cerro Negro. «¿Quiere que le diga lo que realmente pienso, periodista? Pues que no quiero que llegue la electricidad, que prefiero las renovables», se pregunta y se responde. «Son más respetuosas con el medio ambiente y, además, no contribuimos a que las compañías llenen sus bolsillos», añade. Y es que, según Manuel, utilizando bien la energía solar pueden funcionar perfectamente todos los elementos básicos de cualquier hogar durante las veinticuatro horas del día. En este sentido, hay empresas que ofrecen la instalación de uno de estos sistemas con ocho puntos de luz y la televisión por 1.700 euros.

Y es que, eso sí, en Cerro Negro se ven todos los canales y también hay cobertura de móviles, pero sin embargo carecen de agua potable. Se abastecen de una acequia que discurre por lo alto de la peña y que se alimenta, a la vez, del río Poqueira. El caudal cae por gravedad hasta las viviendas y también hasta los campos. «La utilizamos para ducharnos, fregar los platos o limpiar; la que bebemos la compramos en el supermercado, aunque también hay quien acude a la Fuente de Paula», señala Manuel, quien advierte que ya se ha registrado alguna intoxicación.

Luis Martos también es dueño de otra finca en Cerro Negro. No es su primera residencia aunque, retirado ya del mundo laboral, acude todos los días para acometer tareas agrícolas. Nació en Cerro Negro. «Yo he vivido aquí siempre sin luz. Primero nos iluminábamos con candiles, luego con quinqués y después ya llegó la revolución de las placas», bromea Luis que, desde entonces, desde las placas, puede encender la bombilla que tiene en el almacén, donde guarda todos aperos. «Nos gusta venir los fines de semana, pero ya sabemos que cuando llueve o está gris, es mejor quedarnos abajo porque estaremos a oscuras». Luis utiliza gas butano para el hornillo y para que enfríe el frigorífico -la misma botella vale para los dos electrodomésticos-.

Una inversión inabarcable

La alcaldesa de Órgiva, Mari Ángeles Blanco, comenta que, según la legislación, sólo existe obligación de dotar de canalizaciones de agua al casco urbano. «Imagínese lo que nos costaría poner tuberías en todo el término, uno de los más grandes de la provincia, y con tantas casas dispersas», señala la edil, quien subraya que no se están poniendo cortapisas a las solicitudes de acometidas. «Desde el Ayuntamiento se facilita lo que se puede».

Respecto al asfaltado del camino, de unos cinco kilómetros de longitud desde la ermita de Carataunas hasta el valle, «se llevó a cabo el arreglo del primer tramo en la primera legislatura que estuve en el Ayuntamiento gracias a un plan de la Junta de Andalucía». A ello habría que añadir, según la corregidora, el hormigonado de las zonas más peligrosas, como las curvas, unas actuaciones que fueron sufragadas por el Consistorio, que puso el dinero para los materiales, mientras que fueron los propios residentes quienes asumieron la mano de obra. Ahora, tras la visita cursada hace unos meses por el diputado de Obras Públicas, José María Villegas, cabe la posibilidad de que se desarrolle una nueva intervención. «Hay mucha gente que ha construido fuera del casco urbano y todos quieren la adecuación del camino, lo que me parece legítimo», refiere Blanco, quien recuerda que según la ley, quien edifica tiene que urbanizar y dotarse de accesos. Y es que estamos hablando de una localidad, Órgiva, con una extensión de 134 kilómetros cuadrados, con más de un millar de casas dispersas y nueve núcleos de población.

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